Revista Cultura y Ocio

Libertad de expresión y fundamentalismos

Publicado el 20 enero 2015 por Martaserrano @Uni_Actualidad

…Y a nadie le dí permiso
para matar en mi nombre,
un hombre no es más que un hombre
y si hay Dios, así lo quiso.
El mismo suelo que piso 
seguirá, yo me habré ido; 
rumbo también del olvido 
no hay doctrina que no vaya, 
y no hay pueblo que no se haya
creído el pueblo elegido

(Jorge Drexler. “La milonga del moro judío”)

El pasado 7 de enero Europa entera se estremecía con el atentado contra la revista parisina satírica Charlie Hedbo. Dos hombres enmascarados tirotearon las oficinas del seminario humorístico al grito de “Alá es grande” y huyeron dejando tras de sí un total de doce muertos y once heridos. La explicación a tal brutal matanza responde a una venganza por unas caricaturas de Mahoma publicadas por la revista. A este ataque, le siguió un nuevo atentado el 9 de enero en una tienda judía cerca de Porte de Vincennes. Incendiando aún más los medios de comunicación y las redes sociales que hacían ya un eco constante del tema.

Sociológicamente, creo que se pueden analizar estos sucesos desde la lógica de la contraposición de dos polos semióticos: libertad de expresión y fanatismo.

La ciudadanía europea, y en especial la parisina, se levantó en defensa de la libertad de expresión. El ideal de la libertad de expresión tiene cierto componente mítico, en el sentido en el que puede suponer un sistema semiológico segundo, es decir, proviene de un sistema anterior al cual, como un parásito, vacía de significado. Este primer significado pasa a ser un simple eco lejano que el mito ha terminado por deformar. Así, siguiendo al filósofo francés Roland Barthes, podríamos analizar las manifestaciones francesas de la siguiente manera. En un primer lugar el sistema semiológico tenía un significado, la libertad de expresión. Entonces el mito comienza a funcionar deformando este primer significado al que se le impone otro nuevo, la idea de unidad de Francia. En un contexto de recortes el uso del mito en la política puede ser vital. No tendríamos más que analizar el CV de algunos líderes políticos que encabezaban la manifestación enarbolando la bandera de la libertad de expresión, y preguntarnos si son coherentes con sus propias actuaciones.

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Por otro lado, los fundamentalismos, siguiendo al académico francés especializado en estudios islámicos Oliver Roy, no son siempre como los presenta esta “sociología del sentido común” en la que todos caemos tomando unas cervezas. Quizás uno de los aspectos que más allá podido sorprendernos en este caso,  u otros como el de la decapitación de los periodistas como  James Foley o Steven Sotloff a manos del Estado Islámico, es el hecho de que los terroristas se alejan de esa idea de radical muy inmerso en su cultura, en este caso la cultura islámica. Nos resulta desconcertante que ese terrorista fundamentalista pueda ser de origen británico o francés. Roy nos plantea una idea de fundamentalismo alejada de esta primera idea que muchos tenemos asimilada. Plantea el fundamentalismo no como una inmersión absoluta en la cultura y la religión, si no como una escisión entre ambas. Tomando de ejemplo el atentado contra Charlie Hedbo, podríamos plantear el fanatismo como una respuesta a una socialización inadecuada. ¿Qué quiere decir esto?. Muchos padres inmigrantes al llegar a la sociedad de acogida tienden a romper lazos con su cultura de origen pretendiendo una mejor integración de sus hijos en este nuevo país. El problema surge cuando aunque sobre el papel seas tan francés como cualquiera, por tus orígenes, tus apellidos o el color de la piel, no lo eres tanto al realizar una entrevista de trabajo, o buscar pareja, por ejemplo. El fanatísmo florece, por lo tanto, como respuesta a un problema de integración, lo que puede guiar un individuo a idealizar la cultura de sus ancestros (u otra cultura diferente a la suya) haciendo una lectura de la religión fuera de la cultura a la que esta pertenece.

Finalmente, los símbolos religiosos (como cualquier otro símbolo), no deben de ser apropiados por nadie, dado que forman parte de nuestra cultura. Parodiar un signo, sea el que sea, nunca debería ser delito, pues eso supondría de nuevo escindir la religión de la cultura, lo que puede ser un verdadero peligro.


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