Cuando en una sociedad se repite como una cantinela que la prostitución es el oficio mas viejo del mundo en realidad lo que se da a entender es que la tendencia a vender el propio cuerpo es consustancial a las mujeres de todos los tiempos, y también que la condición salarial es consustancial al trabajo. Estos presupuestos implícitos reposan no tanto en materiales históricos cuanto en prejuicios de carácter moral.
Un psiquiatra italiano, coetáneo del Dr. Freud, en esta linea argumentativa, llegó a escribir que una veladura de histerismo es algo ínsito a la naturaleza femenina. Si en el interior de cada mujer anida amenazante la depravación sexual y la locura, si las mujeres son esclavas de sus pasiones y sus sinrazones, entonces es evidente que necesitan un amo, un padre espiritual, un terapeuta, un señor y gobernador que las guíe.
Históricamente fueron fundamentalmente mujeres de las clases populares quienes se vieron particularmente estigmatizadas con el sello del desenfreno sexual, quienes fueron quemadas en las hogueras acusadas de practicar la brujería, y quienes padecieron hasta nuestros días, de modo unilateral, la violencia y la soledad del enclaustramiento manicomial.
En la actualidad nuestras sociedades están sufriendo los embates de la crisis de la condición salarial. ¿Qué futuro se avecina para las prostitutas y para el vínculo matrimonial? La denominada feminización de la pobreza, las llamadas familias monoparentales ¿no son en la actualidad el signo de desagregación del viejo orden social capitalista que logró imponer la centralidad de la condición salarial?
No resulta descabellado pensar que la codificación y regulación de las relaciones entre los sexos, iniciada desde hace ya siglos por moralistas de órdenes mendicantes y humanistas, no fueron ajenas al proceso de desagregación de las relaciones sociales, pues el proceso de individualización se ha alimentado no solo de la división social del trabajo, sino también de la jerarquización y división, del cambiante desequilibrio de poder entre los sexos.
El esfuerzo de los estereotipos sexuales vinculados al ejercicio de la autoridad y del poder ha contribuido a propiciar un panorama social devastado y devastador en el que crece el miedo al otro. Corremos el peligro de que, como antídoto a una creciente sensación de inseguridad, para dar una réplica a la percepción del otro como amenaza, los sujetos y los grupos sociales pasen a alimentar sin cesar la acumulación de signos de identidad cada vez más intolerantes, cada vez más excluyentes, y cada vez más ligados a la búsqueda de identidades sexuales, lo que dificulta la formación de culturas alternativas, culturas de insumisión al orden capitalista, al sexo Rey, y a sus esclavizantes exigencias.
Michael Foucault ha mostrado como hasta finales del siglo XVIII primaron tres códigos explícitos, además de otros ligados a la costumbre, destinados a regular las prácticas sexuales y a establecer un sistema de alianzas legítimas: el derecho canónico, la pastoral cristiana y la ley civil.
Estos códigos asediaban al matrimonio cristiano y regulaban el sexo de los cónyuges con un sinfín de prescripciones y normas, al mismo tiempo que establecían un campo de relaciones y prácticas ilícitas (relaciones fuera del matrimonio, adulterio, incesto, sodomía, etc).
El sistema de las alianzas ‘legítimas’ sufrió modificaciones a partir de entonces provocando un movimiento centrífugo en relación a la monogamia heterosexual, un desplazamiento que hizo posible el surgimiento de nuevas figuras como la del libertino, la de Don Juan. A partir del siglo XIX, el ejercicio del poder multiplicó sus dispositivos, se ramificó y subdividió.
La medicina, la psiquiatría, la pedagogía, la psicología, los ‘códigos científicos’, abrieron espacios hasta entonces desconocidos para la caza y clasificación de las sexualidades periféricas, rivalizaron entre si por la incorporación de las llamadas perversiones, y contribuyeron de forma diferenciada a una nueva especificación de los individuos que ya no tiene tanto que ver con las relaciones sexuales monogámicas, cuanto con un tipo de sensibilidad sexual, con la manera y proporción en que intervienen en el sujeto lo masculino y lo femenino.
Algunos sociólogos e historiadores, en una perspectiva genealógica, han analizado el paulatino proceso de desposesión del poder político de la familia, con variantes específicas en función de las clases sociales, para culminar en la actualidad, por mediación de los expertos y de la publicidad, en la proletarización de la maternidad y de la paternidad.
En este proceso, en cuyo interior han sido remodeladas las funciones atribuidas a las mujeres de las distintas clases sociales, jugaron un importante papel nuevos agentes sociales, provistos de saberes totados de una legitimidad técnico-científica, y de una afinado intrumental de poder.
No faltan analistas sociales que piensan que del sujeto trascendental y del sujeto psicológico se ha pasado, en la actualidad, a la disolución postmoderna del sujeto; pero, a pesar de todo, el final de un milenio no es el final de la historia. Afortunadamente siguen siendo mujeres y hombres de carne y hueso quienes hacen la historia, aunque sea en condiciones que ellos no eligieron.
Cuando los sujetos se asumen a si mismos como sujetos que quieren ser libres y hacer la historia, no solo contribuyen a enriquecer un fondo común de conocimiento y un patrimonio colectivo de resistencia, sino que además asumen su propia existencia y, por tanto, se encuentran en condiciones de luchar para alcanzar nuevas cotas de libertad. Eligen la libertad frente a la servidumbre voluntaria.
FUENTE: NACIMIENTO DE LA MUJER BURGUESA (JULIA VARELA)
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