La guerra contra la nación norteafricana ha costado más vidas de las que dijeron sus artífices «salvarían». Esta estrategia brutal de cambio de regimen podrá ser utilizada contra otras naciones del sur
En medio de la guerra salvaje desatada contra Libia bajo el manto de la OTAN con el viso de legalidad de la ONU, y la agresión de una encarnizada y satanizadora campaña mediática contra Muammar al-Gaddafi que confundió con mentiras a muchos en el mundo, hubiese sido ingenuo pensar que el líder de la Revolución Verde tuviera un final distinto al que le prepararon Estados Unidos, Francia, Reino Unido y la OTAN. Lo valeroso es que ciudades como Sirte y Bani Walid resistieran durante tanto tiempo una contienda tan desigual.
Gaddafi hoy ya es historia, satanizado por unos, mártir para muchos de sus coterráneos. Pero la OTAN y sus protegidos del autoproclamado Consejo Nacional de Transición (CNT) tienen que tomar nota de la tenaz resistencia de los leales a Gaddafi porque, de ahora en adelante, como mismo ocurrió en estos casi ocho meses de agresión, la partida no les será menos difícil.
Ahora, no pocas televisoras nos muestran a personas con sus rostros pintados con los colores de la bandera de la Libia monárquica, tomada por el CNT como nueva enseña nacional. Sin embargo, habría que ver cuál será la reacción de muchos de aquellos «felices» cuando constaten que la cúpula del CNT fungió como el peón en el terreno de la Alianza Atlántica y de las potencias occidentales que echaron la guerra, y burlaron la soberanía nacional.
Está muy claro que estas fuerzas poco organizadas, incluso con muchas disputas internas, no hubiesen llegado tan lejos sin el fiel acompañamiento de los bombardeos de la OTAN, que no solo destruyeron la infraestructura militar del régimen con la cual se defendería el país, sino que constituyeron un elemento eficaz en la campaña de terror desplegada por Occidente para desarticular la resistencia, cuando entre sus objetivos también incluyeron lugares residenciales, hospitales, escuelas…
En eso exactamente pensaron Washington, Londres y París cuando manipularon al Consejo de Seguridad para que aprobara la resolución 1973, que establecía la potestad de tomar todas las medidas necesarias para «proteger civiles». Esta guerra falsamente llamada humanitaria, o por los derechos humanos, se tradujo en una cruel matanza, y su prueba más reciente fue el encarnizado asedio de la OTAN contra los pobladores de Sirte y Bani Walid para cortar de un tajo el apoyo a las tropas gaddafistas allí atrincheradas, tomar el último bastión, y poner punto final a la cruzada.
Con la caída de estas dos ciudades y ultimado Gaddafi, el CNT dice controlar el país, pero sus cálculos podrían ser utópicos. Hace unos días, después de que el Consejo había dicho tener dominada a Trípoli, estallaron enfrentamientos armados en varios barrios de la capital, luego que algunos leales a Gaddafi hicieran ondear la bandera verde que representa a la Revolución llevada a cabo por el extinto líder libio. Es una prueba de que la victoria cantada por los opositores allí no era rotunda. Aún después de la muerte de Gaddafi, continuaban rastreando a sus leales, casa por casa.
Además, el Gobierno repartió muchas armas entre la población para defender el país y algunas reservas de armamentos desaparecieron de almacenes gubernamentales, las que, según algunos medios alternativos, habría ido a parar a manos de quienes no siguen al CNT.
De momento, el Consejo Nacional de Transición no estará solo al frente del país. Eso no se lo permitirían la OTAN ni los cabecillas de la guerra. Según ha trascendido, se desplegaría en Trípoli una fuerza de transición formada por unos mil soldados de Qatar, los Emiratos Árabes Unidos y Jordania, y el Pentágono anunció el envío de militares para «proteger las armas». Estos efectivos se sumarían a los instructores militares de las fuerzas especiales británicas, francesas, estadounidenses, de la CIA y hasta de la propia Alianza, que hace meses estaban en Libia para facilitar a la OTAN información fidedigna acerca de los puntos sobre los cuales debía dirigir los bombardeos. Estas fuerzas también participaron en la cacería que llevaron a cabo el CNT y la OTAN.
En una de sus primeras reacciones después de conocerse el asesinato de Gaddafi, el presidente estadounidense Barack Obama, quien se mostró muy satisfecho por la noticia y los resultados del bloque militar aliado, reiteró que su país sería «un socio» en la reconstrucción de la nueva Libia. La injerencia continuará.
Detrás de la anunciada restauración —que será, como en Iraq y Afganistán, un jugoso negocio— no solo están las transnacionales que se disputan la participación en el sector petrolero libio, sino también el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional con sus recetas neoliberales, muy eficaces en estrangular economías y desintegrar sociedades, como han demostrado en varios países de América Latina y del propio continente africano.
La «selecta» camada del CNT
Hasta el momento, los opositores armados aglutinados en el Consejo no han logrado formar un gobierno provisional, y el obstáculo no ha sido únicamente lo que les demoró controlar Sirte y Bani Walid, como dijeron una vez, después que fracasaron varios intentos por designar el ejecutivo. También han saltado con mucha fuerza sus disputas internas. Su constitución es tan diversa como explosiva. En ella se juntan desde ex ministros del Gobierno al que se oponían, tecnócratas recién aterrizados tras décadas en Occidente, mercenarios extranjeros, militantes islamistas, y hasta terroristas de Al Qaeda. Estos últimos constituían el bastión más organizado y mejor armado dentro de las fuerzas de la oposición.
Precisamente, un ex jefe de esta red, Abdelhakim Belhadj, quien había sido incluido por Estados Unidos en el listado de terroristas más peligrosos luego de los ataques contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, era el encargado del mando militar en Trípoli después que los opositores armados entraron en la capital.
El Consejo no tiene representación de ninguno de los que en principio podrían haber estado descontentos con el régimen de Gaddafi, y que fueron manejados por intereses políticos y económicos superiores, como los de las potencias extranjeras que convirtieron las disputas internas en una guerra fraguada y librada por ellas.
Si hacemos una rápida radiografía del CNT encontramos que Abdel Fatah Younis, el comandante asesinado por los propios opositores armados, era un agente de los servicios de inteligencia franceses. La facción de Belhadj fue la autora de su muerte, cuando el presidente francés Nicolas Sarkozy trataba de negociar con Saif al-Islam, el hijo de Gaddafi, una salida a la guerra. También destaca Ahmad Shabani —hijo de un ex ministro del Gabinete del rey Idris, que fue depuesto por Gaddafi hace 42 años. Este elemento ha llegado a pedir la ayuda del Gobierno sionista de Israel.
El jefe, Mustafa Abdel-Jalil, quien se desempeñó como ministro de justicia de Gaddafi desde 2007 hasta su renuncia el 26 de febrero, fue recibido por los mandatarios Obama, y el francés Nicolas Sarkozy. A este último y al primer ministro británico, David Cameron, los acogió en Bengazi con rango de «héroes» por el apoyo que brindan a la oposición armada.
En cuanto a Mahmud Jibril, el otro dirigente principal, es un letrado (estudió en la Universidad de El Cairo y luego en la de Pittsburg) que durante un tiempo controló activos para Sheikha Mozah, la esposa ultra influyente del emir de Qatar, por lo que es muy probable que sirva ahora como un puente de los intereses de esa monarquía que tanto apostó a la caída de Gaddafi. Además, se especula que el haber estudiado la sharia (ley islámica) lo convierte en una pieza clave para negociar con los fundamentalistas islámicos que tanta participación han tenido en la cruzada contra Gaddafi, como un desquite contra el mandatario asesinado, que los alejó durante su Gobierno.
Ante este CNT, nuevos, ahora sí insurgentes, podrían surgir. Sería foco difícil de apagar, pues la paz en un país tan rico y tan diverso en tribus pasa por la forma en que se distribuyan las rentas petroleras, y está claro quiénes han sido los ganadores: la OTAN y una casta de títeres locales.
Con esta heterogénea y fragmentada nueva dirigencia y sus nexos con los buitres de Occidente, es casi seguro que en Libia nazca un Gobierno fantoche y corrupto como el de Hamid Karzai en Afganistán, por ejemplo. Después de todo, lo que menos les importa a las potencias patrocinadoras de esta cruzada, es lo que más pregonan: la democracia.
El mundo, amenazado
Lo peor de todo es que una guerra llevada a cabo por potencias extranjeras para derrocar un régimen y asegurarse el control de los recursos naturales, haya sido legitimada como una revolución o un movimiento social. O que sus estrategas vean en esta contienda un modelo exitoso aplicable en otros países, a los que ahora mismo amenazan como nunca: Siria, Irán…
Además, el asesinato de Gaddafi a cargo de la OTAN y los opositores armados constituye una flagrante violación del Derecho Internacional; sin embargo, muchos líderes como la alemana Angela Merkel, Sarkozy, Obama, y dictadores árabes socios de Occidente, aplaudieron y chocaron copas ante la sangrienta manera en que fue ultimado el coronel libio, en una ejecución extrajudicial. Hasta el propio secretario general de la ONU, Ban Ki-moon aceptó impasible los acontecimientos…
El asesinato de Gaddafi constituye otra prueba de la impunidad con que actúan las potencias, con el visto bueno de la ONU. El precedente es triste y peligroso. Esta estrategia brutal de cambio de régimen podrá ser utilizada contra las naciones del sur que se opongan a las políticas del imperialismo contemporáneo.
La amenaza se cierne sobre muchos en el mundo.
*En la imagen, Sirte después de los bombardeos de la OTAN. Foto: Reuters