Revista Cultura y Ocio

Libros de fantasía y aventuras, antigua vamurta

Por Igork

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Cuarto y último avance de la novela Antigua Vamurta (Saga Completa), libro de fantasía, aventuras, venganzas y sueños en un mundo medieval fantástico. En este avance aparece Dasteo, un personaje que gustó a los lectores del primer libro de Vamurta. ¿Duda alguna vez Dasteo? ¿Siente el peso del destino? ¿Flaquea?

La Saga Completa está compuesta por seis partes, 61 capítulos y más de 800 páginas. Disfruta Vamurta.

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CUARTO Y ÚLTIMO AVANCE DE LA NOVELA FANTÁSTICA ANTIGUA VAMURTA – SAGA COMPLETA.
«No logro comprender lo ocurrido. Dejamos atrás la aridez del desierto y entramos paulatinamente en este mundo de hierbas altas y secas, de árboles ásperos, de matorrales envenenados que desconocíamos. El paisaje fue cambiando, adquirió tonos cobrizos y ocres. La brisa que recorría estos pastos era fresca hasta media mañana y lo volvía a ser antes de la puesta de sol. Tras salir de aquel océano de arenas calientes, nos pareció que la vida explotaba. De la nada pasamos a corretear tras miles de piezas de caza de unas bestias que no habíamos visto antes. Fue excitante. Creímos ser los primeros hombres. A lo largo y ancho de las tierras yermas, también en estas nuevas ricas tierras, Arisas y yo sabíamos dónde encontrar agua. Todos se sorprendían pero no nosotros. Era como descubrir otros caminos allí donde las decenas de hombres y mujeres huidos de Uherské, tan solo veían el páramo adusto. Hay trazos y ecos en la tierra. Señales. Entendimos que los dioses nos mostraban y nos guiaban. No hacíamos más que seguir las voces. Arisas y yo sabíamos dónde estaban los pozos de agua, las arterias bajo el suelo duro. Las voces del templo abrían y marcaban los caminos.
»No mucho después de penetrar en estas tierras ignotas, nos percatamos de que éramos vigilados. Pronto las sombras que desaparecían tras una loma o entre la silueta de unos arbustos lejanos, cobraron forma. Ya no nos vigilaban, nos seguían. Los llamamos las tribus, no sabíamos bien qué nombre darles y nos pareció que, vistos desde la lejanía, grupos de distintas procedencias se sucedían para mantenernos en alerta, para cansarnos».
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Dasteo se detuvo. Examinó un cadáver. Uno más de los que habían luchado y seguido a Federico. El pecho aplastado a pesar de la coraza que lo protegía. Sangre esparcida, mezclada con el polvo amarillento del gran páramo. Las manos mirando al cielo como si en el último suspiro el esclavo hubiera querido dirigirse a Onar y suplicar perdón eterno. No había tiempo para despedirlos a todos. Los estaban esperando. Empezaban a estar nerviosos.
«Aquella especie de hombres salvajes, altos y nervudos, de tez tostada. Salvajes, que posiblemente jamás habían oído hablar de Vamurta y si habían oído alguna vez ese nombre no sería para ellos más que una palabra que el viento del norte susurra a veces, a través de los valles cerrados. En la profundidad de esa inmensa planicie sufrimos la emboscada de los salvajes. Federico se había erigido como cabecilla de todos nosotros. Era él quien comandaba a los huidos de Uherské, era él quien daba las órdenes. Quiso formar una falange, una pared cerrada. Pero no disponíamos de lanzas largas ni de soldados. Federico mandaba una falange esperpéntica de artesanos y campesinos. Amalia no se daba cuenta, quería a ese hombre. Lo amaba o tal vez se aferraba a su figura, a lo que ella pensaba que era. ¿Qué no puede hacer o creer alguien que se siente terriblemente solo? En secreto, dando instrucciones a media voz, había reorganizado a unas decenas de hombres y mujeres grises, a los veteranos. Soldados que habíamos luchado en las guerras del murriano, a duras penas una compañía. No hay que decir mucho a los que entienden. Nada puedo reprocharle a Amalia, mi querida Amalia. Si ella sonríe yo sé que olvido las desesperanzas que me asaltan en esta travesía sin rumbo».
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Allí había uno de esos lagartos gigantescos. A su alrededor, como una ofrenda, encontró cadáveres de hombres grises despanzurrados por el peso del animal junto con los cuerpos acribillados de unos pocos salvajes. Las saetas de las ballestas habían sido la mejor arma para los grises. La portentosa cola del animal, la que tanto daño había hecho a la formación capitaneada por Federico, descansaba por fin sobre el suelo. Dasteo toqueteó la montura del animal y observó el arte de los salvajes para ensillar a aquellos mastodontes como si fueran ciervos de combate murrianos. Con unas pocas monturas habían destrozado la línea de contención dispuesta por Federico. La piel escamosa y dura del saurio se confundía con los colores de la planicie. Con la espada, el alférez del Batallón Sagrado movió la cabeza pequeña del herbívoro, no más grande que la suya. Una desproporción con el cuerpo pesado del reptil, largo y panzudo. Todavía no había encontrado el cuerpo de Federico. Debía estar por allí cerca. Los caídos se concentraban donde su antiguo amigo había situado a la falange. Gemían los heridos en una tarde sin viento. A unos pocos pasos, los hombres remataban con lanzas al segundo de los grandes lagartos caído durante el combate. Era extraño, la bestia abría la boca con desesperación para exhalar aire, pero no emitió ni un solo rugido cuando su blanco vientre fue atravesado. Sonó un disparo en la quietud asustada que llega tras la lucha. Eran los otros, aquellos hombres que con su inesperada llegada habían dispersado a las tribus y salvado las vidas a las gentes de Vamurta.
«¿A cuántos hemos perdido?...»

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