Seguramente algunos, o muchos, de vosotros recordaréis un libro que fue publicado hace casi tres años de título bastante original, La noche en que Frankenstein leyó el Quijote. Era este un libro que recopilaba diversos artículos, que ya habían visto la luz con anterioridad, de Santiago Posteguillo. En la reseña que de él hice en su momento (AQUÍ) ya comenté lo interesante del anecdotario a pesar de que la mayor parte de lo allí referido era sobradamente conocido por el lector medio.
Libros malditos, malditos libros sigue la estela del libro de Posteguillo pero se aleja un tanto del populismo de este para dirigirse a un público más bibliófilo y apasionado. No encontraremos así entre sus páginas frecuentes alusiones o referencias a escritores conocidos por el gran público sino que el foco de atención se dirige principalmente al libro, no solo como fuente de entretenimiento y conocimiento sino como objeto de culto y devoción. Con gracia y cierta socarronería haremos un recorrido curioso y muy ameno, de la mano de Juan Carlos Díez Jayo, en el cual los libros malditos, olvidados, fatales, desaparecidos, venerados o inexistentes- de todo hay-, las bibliotecas imposibles, los obsesivos bibliófilos, las encuadernaciones antropodérmicas, los libros indescifrables o indescifrados,... serán nuestro objetivo. Los libros de mayor tamaño, los liliputienses (¿cómo puede caber un relato de Chéjov en un libro de 0,9x0,9 mm), el Necronomicón (¿lo habéis leído?), el tesoro que esconden los codificados Beale Papers (todavía existen incrédulos buscadores de tesoros), el robo poético y de ultratumba que Dante Gabriel Rossetti le hizo a su amada Elizabeth Siddal (eso no se hace, hombre), algunos bibliófilos asesinos (por un libro, ma-to), los cuadernos todavía en estudio del genio matemático Ramanujan (to the infinity and beyond) y un sin fin de datos y curiosidades más harán las delicias de todo amante de los libros. Una lectura esta de Libros malditos, malditos libros, además, que impide al lector quedarse de brazos cruzados y que le impele, sin embargo, a indagar, a buscar más datos, a seguir curioseando... En mi caso, además de la búsqueda por internet de tal o cual información adicional, el capítulo titulado Pasiones bibliófilas me recordó un libro que tenía por casa todavía sin leer a pesar de su brevedad, Bibliomanía de Gustave Flaubert, que ya ha sido disfrutado como corresponde y del que pronto os hablaré. Lectura lleva a lectura; libro a libro... Y ya para acabar, y llevando la contraria aquí a Díez Jayo, diré... ¡¡Benditos libros!!