Revista En Femenino
Cuando el 7 de diciembre de 1941 el ejército japonés atacó la bahía de Pearl Harbour los Estados Unidos declararon la guerra a las potencias del Eje. Fueron muchas las consecuencias dramáticas, principalmente para los soldados que regresaron heridos del frente o simplemente nunca volvieron a casa. Pero muchas personas sufrieron los estragos de la guerra. Entre ellos, los ciudadanos norteamericanos de ascendencia japonesa. Considerados el enemigo dentro de casa, la comunidad nipona fue recluida en campos de internamiento. Muchos eran niños que encontraron consuelo en una simpática bibliotecaria que se convirtió en algo más que la señora que les enseñaba libros infantiles.
Clara Breed había nacido el 19 de marzo de 1906 en Fort Dodge, Iowa. La familia de Clara vivió en varias ciudades de los Estados Unidos hasta que su madre, Estelle Marie Potter y ella se trasladaron a vivir San Diego tras la muerte de su padre. Allí continuó con su formación básica y años después se licenció en biblioteconomía en la Universidad Western Reserve.
En 1928 Clara Breed empezó a trabajar como bibliotecaria infantil en San Diego, donde permaneció más de dos décadas trabajando para mejorar el sistema bibliotecario.
La entrada de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial supuso para ella un duro golpe. Durante años había convivido con la comunidad japonesa de la zona y había compartido con los niños japoneses su pasión por los libros. En febrero de 1942, el presidente Roosevelt firmaba la Orden Ejecutiva 9066 que obligaba a controlar a las comunidades de personas con nacionalidades afines a las potencias del Eje. Clara Breed vio con tristeza como los japoneses fueron obligados a trasladarse a campos de internamiento. Días antes del traslado, los niños se acercaron hasta la biblioteca en la que trabajaba para devolver los libros prestados. Clara se despidió de ellos y les dio su dirección para que le escribieran y no perdieran el contacto.
Los niños enviaron decenas de cartas a su querida señorita Breed quien no solo respondió a sus palabras sino que les hizo llegar comida y productos básicos para que su vida en los campos se hiciera un poco más llevadera. Mientras tanto, Clara Breed envió varias quejas al Congreso y mostró públicamente su desacuerdo con lo que ella consideraba una injusticia pues muchos de aquellos niños y sus padres no habían pisado nunca suelo japonés, simplemente eran descendientes de antiguos emigrantes del Japón, lo que no les convertía automáticamente en el enemigo.
Clara Breed intentó mantener el contacto con los niños tras la guerra. Finalizado el conflicto, continuó trabajando como bibliotecaria hasta que se retiró en 1970. En sus años de retiro escribió un libro sobre el sistema bibliotecario público de San Diego en el que incluyó un capítulo sobre los que ella consideraba "sus niños".
En aquellos años rescató las cartas que había recibido de ellos durante la guerra y se las entregó a una de las niñas supervivientes de los campos de internamiento quien a su vez terminó cediéndolas al Japanese American National Museum que las clasificó y digitalizó haciéndolas accesibles a todo el mundo.
Clara Breed falleció el 8 de septiembre de 1994.