Ilustración de Jonathan Wolstenholme
A menudo me han preguntado si no me gustaría montar mi propia editorial, una pregunta que probablemente nos han hecho a la mayoría de las personas que hemos pasado nuestra vida profesional entre libros. La respuesta siempre ha sido un no rotundo; conozco demasiado bien lo que implica tener una editorial, que va mucho más allá de esa visión idílica de "así podrías publicar lo que quieras": bregar constantemente con distribuidores, imprentas, calendarios, devoluciones, preparar ferias, ocuparse de la promoción, contentar a autores y colaboradores... Si encima eres la propietaria, tienes que ocuparte de la cuenta de resultados, de negociar con los bancos y de pagar las facturas. Una pesadilla. Se acaba haciendo casi de todo menos disfrutar de la lectura, que es a lo que en realidad aspira una. De hecho, pensándolo bien, casi lo único que me ilusionaría es montar una revista como la británica Slightly Foxed, una publicación trimestral (una periodicidad muy civilizada) que se ocupa casi exclusivamente de hablar de libros más o menos olvidados, o simplemente pasados de moda, que -a juicio de sus editores, y de sus colaboradores- merecen ser (más) leídos. La revista me gusta por muchos motivos: por su agradable papel de color ahuesado, su tipo de letra clásico y sus folios elzevirianos; por su formato manejable, similar al de un libro; por las ilustraciones de cubierta, encargadas a diferentes artistas, que suelen contener un guiño al título (más sobre esto a continuación); por sus colaboradores, que no son articulistas conocidos, sino lectores entusiastas (que, además, por supuesto, son capaces de escribir bien y transmitir su entusiasmo); y, sobre todo, por el eclecticismo de su selección, que abarca todos los siglos y todos los géneros. Tanto pueden recomendar El Paraíso perdido de John Milton como una novela detectivesca olvidada de los años cincuenta; un libro de viajes por Oriente de los años treinta como la correspondencia de un poeta inglés del romanticismo; un manual de economía doméstica de los años cincuenta como los diarios de un secretario de Churchill. Los propios editores definen su publicación como "poco pretenciosa y un tanto excéntrica". Lo mejor es que entre sus páginas lo mismo se pueden encontrar artículos sobre obras clásicas archiconocidas (pero, ay, no siempre todo lo leídas que deberían), como Jane Eyre o el gran ciclo novelístico de Proust, que un artículo sobre los placeres de leer un atlas, o sobre una obra para niños de esas que son igualmente placenteras para el lector adulto (y, créanme, la mayoría de los buenos libros infantiles lo son). En suma, una revista para lectores sin manías, para lectores todoterreno, capaces de interesarse por cualquier tema, siempre que esté bien plasmado. El título en sí ya es un especie de broma para iniciados: slightly foxed es el término que quienes tratan con libros de segunda mano emplean para indicar que el ejemplar presenta un papel un poco decolorado, con esas manchitas rojizas que proporcionan la humedad y el tiempo. O sea, que entender el título presupone que uno está acostumbrado a trastear entre libros viejos. Pero, como fox es zorro en inglés, los editores llevan la broma más allá y suelen incluir alguno de estos animalillos, más o menos disimulado, en la cubierta. Vean algunos ejemplos:
Otra cosa que me encanta de esta revista dedicada a recuperar viejos libros para nuevos lectores es que sus números atrasados pueden seguir adquiriéndose durante muchos tiempo; años, de hecho. Los libros no tienen fecha de caducidad; la revista, tampoco. Predican con el ejemplo. De vez en cuando, buceo en su web y me hago con unos cuantos ejemplares, de años y estaciones diversos. A veces, porque alguna de las obras que reseñan me llama la atención; otras, simplemente porque me gusta la cubierta. En cualquier caso, estoy segura de que el contenido será interesante. Ignoro si la revista es un buen negocio. Sin duda no debe de haber sido tarea fácil mantenerla a flote durante tanto tiempo (lleva más de veinte años en la brecha), por lo que complementan sus actividades con la edición, bellamente encuadernada en tela, de algunas de las obras que recuperan en sus páginas, sobre todo memorias. Y, conscientes de que muchos de los libros que ensalzan no están en el mercado, se brindan a conseguir ejemplares de segunda mano al lector que lo desee. Últimamente -porque, aunque hablan de libros viejos, están al día- han inaugurado un podcast, tan simpático e inteligente como la revista.
Así de bonitos lucen los libros de Slightly Foxed
¿Sería posible una publicación así en nuestro país? Si hay que juzgar por la celeridad con que los libros recién publicados desaparecen de las librerías -para ser sustituidos por otras novedades igualmente efímeras, en una rueda infernal e imparable- y por la escasísima atención que los editores suelen prestar a su fondo, diría que no. Hacerse con un ejemplar de cualquier libro de ventas discretas que tenga más de dos o tres años de antigüedad es a menudo misión imposible. ¿Qué libros me gustaría resucitar, en el hipotético e improbable caso de que existiese algo así en nuestras latitudes? Ah, como diría Kipling, eso es otra historia.