Siempre me encantó leer. Desde que tengo atisbo de conciencia, muchos de mis mejores momentos fueron junto a libros maravillosos, penosos, increíblemente increíbles o, simplemente, papeles con grapas.
El factor común: ganas, momentos oportunos y lágrimas/risas/lágrimas y risas por sofocar.
Se me vienen a la cabeza demasiados títulos para hacer una lista, innumerables son las palabras que me hicieron volar y ojalá lo sean también las que me eleven futuramente.
Ayer, mientras pensaba en qué tres libros han podido marcar mi vida, dividir mi trayectoria lectora de alguna forma, me di cuenta de que esos títulos estaban enmarcados en la era pre-Internet, en aquella que ahora nos parece arcaica, en la que nos comunicábamos con cartitas en los recreos o teléfonos con cables.
Pero no creas que me estoy quejando de las nuevas eras, solo me siento afortunada por ser testigo de las sucesivas maravillas de la tecnología y, encima, haber podido disfrutar mi infancia sin ellas.
Y estos tres libros son prueba de ellos.
EL SECRETO DE LA ARBOLEDA
Recuerdo que era verano y el cómo entré con mi madre en una pequeña librería de mi antiguo barrio. Me acuerdo de que, como siempre, me creía mayor. Tendría unos 6 o 7 años, y ese libro (que no fue el primero que leyeron mis ojos) sí que fue el primero que supuso para mí la entrada al entusiasmo por la lectura. Dejaba atrás la edición blanca para adentrarme en el mundo de los cada vez más adultos, el azul-como los príncipes. El de esos niños que ya entran en el cole y van solos a sus casas, a los que ya les daban sus primeras llaves y podían quedarse diez minutos solos si mamá iba a comprar el pan.
“El secreto de la arboleda” ha sido uno de los pocos libros que he releído cientos de veces; aquel verano y algunos sucesivos supuso una constante en la lectura individual, acompañada, en voz alta, a retazos… Y es que conocer a la bruja Rufina, entrar en una casa-árbol dentro de un tronco, hacer migas con los Mundanos Reyes Magos y vivir miles de aventuras no tuvo precio.
Siempre he pensado que los escritores infantiles deberían estar mucho más valorados: marcan miles de pequeñas vidas que se convertirán en grandes problemas andantes… ¿Qué mejor que enseñar valores divertidos y contundentes con inteligentes cuentos?
MATILDA
Roald Dahl marcó mi infancia-juventud. Prácticamente devoré todos sus libros que, mucho más tarde, se convertirían en películas. De hecho, esas fueron mis primeras películas basadas en libros que yo ya había leído y jamás se me olvidarán.
Sus libros son geniales. Yo diría que más que juveniles, son libros infantiles para adultos.
Y Matilda fue el primero y el más especial. Matilda representaba la clase de persona que me gustaría ser algún día: inteligente, devoradora de libros, valiente, con buen corazón y, sobre todo, luchadora.
El mejor regalo de Reyes que me trajeron ese año. Apenas recuerdo que era de noche y la luz encendida revelaba que nos habíamos levantado demasiado temprano para reír y gritar con nuestros presentes navideños. No recuerdo otros regalos de aquel año, eclipsó todos los demás. Curioso, ¿no?
EL OCHO
Y este comenzó mi madurez lectora. Recuerdo que estaba empezando la ESO, apenas tendría 14 años o así y que, cuando mi padre me lo recomendó, sentí que me recomendaba una nueva etapa de mi vida. Esa en la que aún estoy. Una fase en la que empezamos a formarnos y a pensar en cómo realmente seremos y qué queremos realmente ser. Supuso mi primer libro con más de 300 y pico páginas, el primero de aventuras y de contextos verosímiles y basados en un pasado que yo creía de libros de textos y exámenes aprobados.Ni que decir tiene que apenas recuerdo la historia , pero lo que sí recuerdo es dónde la disfruté: en horas muertas entre clases de música y batidos de chocolate. Eran aún la época pre-móvil y toques, la de sobresalientes y veranos con vacaciones. Poquísimos años faltaban para que cayera en mis manos Harry Potter o Matilde Asensi, Premios Planetas o libros en versión original.
Seguramente estaré errada y puede que haya un 63,23% de probabilidades de que mis recuerdos se tergiversasen y de que otros libros fueran los responsables de la clase de persona que soy hoy. ¿Acaso importa? Es una bonito cuento porque es el mío, el que el paso del tiempo me ha regalado en forma de recuerdos.
Hasta el próximo recuerdo, libro, cuento o etapa. Quién sabe qué llegará primero…