Revista Coaching

Liderar aprendiendo de los fracasos

Por Alberto Barbero @albarbero

Progresar

“Obtener mejores resultados”, “tener éxito profesional”, “mejorar el rendimiento”, “desarrollarse profesionalmente” o  “ser modelo de excelencia profesional”… son algunos de los “mantras” de referencia más habituales en los sistemas de competencias y de desempeño. Especialmente en lo que a directivos se refiere. Quizás estos sistemas no estén pasando por su mejor momento; la cosa es que apuntan a un modelo en el que parece que solo cabe el éxito y a veces puede dar la sensación de que el fracaso no forma parte de ese camino.

Probablemente, y si compartimos que “El fracaso es una gran oportunidad para empezar otra vez con más inteligencia” (Ford), estaría bien contar con algún tipo de orientación para establecer puentes entre los pequeños o grandes fracasos del día a día y el éxito que también necesitamos alcanzar. Al fin y al cabo, los opuestos se unen y éxito y fracaso son dos caras de la misma moneda:

“El éxito no se mide por lo alto que uno llega sino por los obstáculos que supera para llegar” (B.T. Washington).

El fracaso es una prueba de fuego para el liderazgo

Todos lo hemos visto muchas veces. Es cuando un equipo que iba bien deja de hacerlo y todos señalan como culpable a un entrenador que hasta hace poco consideraban incuestionable…Pero en realidad solo se trata de un reflejo de lo que pasa en cualquier organización o equipo: hay y habrá fracasos, que incluso son necesarios para poder aprender y avanzar.

Quizás lo primero sea evitar que se entienda que los obstáculos y errores son siempre inevitables y un estigma para quien los comete. Nuestra realidad lo pide a gritos. Hoy nos toca más que nunca gestionar incertidumbre y algunos estados emocionales no son buenos acompañantes para tal aventura y nos paralizan. Por eso, hay algunos errores de bulto en los que no se debería caer y que tienen que ver con la actitud que tomamos frente a los reveses y dificultades:

  • Comunicar de alguna forma que hay que evitar el riesgo a toda costa, bien sea explícitamente, no reconociendo los errores propios o aplicando consecuencias negativas ante la asunción de riesgos. Un riesgo mínimamente calculado es muchas veces la condición necesaria para que algunas ideas se lleven a la práctica y puedan fructificar.
  • Aquellos con estilos más autoritarios, suelen reaccionar poniéndose a la caza y captura de culpables del fracaso, cosa harto difícil de asumir si las personas no han sido partícipes de las decisiones pasadas y por lo tanto no las sienten como propias. Peor todavía puede ser cuando no se admite el fracaso porque implicaría dar razón a los demás. Se nota mucho.
  • Como en la gestión de controversias, mirar para otro lado y quitarles importancia cerrando los fracasos en falso y tratando de que se olviden. Siguen ahí.
  • No aprender de los errores y seguir creando condiciones que los reproducen. Aquello de estar toda la vida dando vueltas en círculo y creer que se está avanzando. Algo muy relevante por ejemplo en la gestión del rendimiento de las personas y en la gestión de “talentos con potencial”. Y es que, como dijo Drucker “el 90% de lo que llamamos management consiste en hacer difícil que la gente consiga hacer su trabajo”.

Algunas pistas para transformar fracasos en éxitos

Es imposible ganar siempre. Pero todos podemos ver cómo los mejores equipos y profesionales suelen tener dificultades para superar fracasos y cómo se percibe un liderazgo más profundo en aquellos que enfrentan los fracasos sin derrumbarse y buscando aprender de ellos.

Canalizar las emociones negativas hacia algo positivo y constructivo es cuestión de método, es decir, de acciones… y también de sensibilidad o de formas. De entre ellas yo resaltaría:

  1. Concretar y cuantificar de forma precisa el fracaso. Seguramente no todo ha sido un fracaso. Qué ha sido y qué no.
  2. Recoger la información necesaria para analizar las causas del fracaso.
  3. Transmitirlas y consensuarlas con nuestros colaboradores, liderando desde la argumentación.
  4. Diseñar e implantar mecanismos preventivos para minimizar el riesgo de volver a cometer los mismos errores.  No caer en sobreponderar el pasado pero sí aprender y desaprender de él.
  5. Buscar lo positivo entre lo negativo: valorar el esfuerzo y las contribuciones individuales.
Liderar aprendiendo de los fracasos

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