Revista Espiritualidad

Lidiando con las Resistencias

Por Av3ntura

Que una especie sobreviva o se acabe extinguiendo en medio de la vorágine de especies que han ido surgiendo en nuestro planeta desde el principio de los tiempos, se debe a la interacción de muchos factores. Pero, quizá el que acaba jugando un papel más esencial, sea la capacidad que cada una de esas especies haya sido capaz de desarrollar para adaptarse a ambientes continuamente cambiantes.

Expuestos a las inclemencias del tiempo, a la escasez de alimento y al enfrentamiento continuo con otras especies que no dudaron en defender con su propia vida su territorio, los humanos hemos tenido que recorrer un larguísimo camino para llegar al momento que vivimos ahora mismo. De hecho, llevamos mucho tiempo aposentados en el trono como especie dominante en el planeta. Ninguna otra nos puede hacer sombra. A base de dura lucha acabamos imponiéndonos y sometiendo al resto de criaturas a nuestro particular antojo. Pero creernos los amos del mundo no nos bastó para aplacar nuestra combatividad y, ya desde antiguo, cambiamos la tendencia a enfrentarnos a las bestias, para empezar a enfrentarnos entre nosotros, desatando las más cruentas batallas y guerras que, pese a haber alcanzado el siglo XXI, no han cesado ni por un momento.

Nuestro instinto de supervivencia siempre nos ha gobernado y, en su nombre, hemos cometido verdaderas atrocidades. Aunque hemos de reconocer que ese instinto es el que ha hecho posible que hoy estemos aquí y no acompañando en una lista a la ingente cantidad de especies que se han acabado extinguiendo.

Pero ese mismo instinto que nos hace atacar antes de arriesgarnos a ser atacados, no deja de ser un arma de doble filo, porque muchas veces nos acaba anclando a nuestra zona de confort y no nos permite seguir explorando nuevas oportunidades.

Lidiando con las Resistencias

Imagen encontrada en Pixabay

La evolución humana implica ir adaptándose a nuevas situaciones y nos obliga a aprender constantemente nuevas formas de hacer las mismas cosas. Y, aunque nos quejemos de lo absurdo que todo esto pueda parecer, en el fondo hemos de reconocer que tiene su lógica. Si partimos de la premisa de que nosotros mismos somos los primeros que, como entidades biológicas, no dejamos ni un solo día de nuestra vida de experimentar cambios, no podemos pretender que, a nuestro alrededor, todo se mantenga inmutable.

Ninguno de nosotros se va a quedar aquí para siempre y ni siquiera somos las mismas personas que éramos hace cuarenta, treinta, veinte o diez años. Tampoco tenemos mucho que ver con las personas que éramos hace un mes, porque la biología ha ido obrando su trabajo y nuestras células se han ido regenerando. Cada experiencia que vivimos nos acaba moldeando de manera que nos obliga a cambiar nuestra concepción de muchas cosas. Nuestra supuesta verdad también está sujeta a esos continuos cambios que se desencadenan inevitablemente con cada nueva percepción de las mismas cosas o los mismos hechos.

A veces hay gente que se empecina en mantener que lo que ella piensa es "la única verdad". Quizá sea así, pero sólo para ella misma y sólo en ese preciso momento. Porque, de un momento a otro, todo puede cambiar y lo que nos parecía verdad, puede mutar a mentira. Lo que era blanco puede volverse negro y lo bueno puede dejar de serlo para convertirse en malo o aún peor.

Los conceptos de verdad, mentira, bondad, maldad, bueno, malo y otros muchos por el estilo, no dejan de ser constructos mentales. Si nuestra mente está sujeta a las leyes de la biología y cambia constantemente, ¿qué nos hace pensar que sus constructos puedan ser inmutables?

Todo lo que damos por sentado, sólo será válido mientras la percepción de una nueva realidad no nos obligue a replantearnos nuestras creencias y sintamos la necesidad de abandonar nuestra zona de confort porque se nos habrá quedado obsoleta y habrá dejado de ser segura.

Thomas Kuhn fue un historiador, filósofo y físico de la ciencia que definió el concepto de Paradigma, un constructo que engloba todo lo que se conoce en un momento determinado. Cada época histórica tendría su propio paradigma, una especie de decálogo de las ideas, procedimientos, tendencias o formas de entender la vida que rigen en las sociedades del momento.

Así, una sociedad prehistórica poco tuvo en común con las sociedades de la Grecia clásica ni con las de cualquier pueblo de la Europa Medieval o de la América pre-colombina.

Si el paradigma que imperó en la Roma imperial se hubiese mantenido en el tiempo, ¿quiénes seríamos ahora? ¿Cómo viviríamos?

Algún día alguien tuvo que empezar a dar el primer paso para que siguiéramos evolucionando y que aquel paradigma fuese refutado y en su lugar se impusiese otro distinto. De no haber sido así, nada tendría sentido.

Por bueno que nos parezca un momento histórico, la vida debe continuar. Siempre hacia adelante, enfrentándonos a nuevos desafíos que nos permitan cuestionarnos esas verdades absolutas que tan engañosas nos acaban resultando con el tiempo. Las certezas nos vuelven vagos y descuidados. Las dudas, en cambio, son las artífices de la motivación. Nos mueven a buscar respuestas que nos convenzan más y mejor. Nos empujan a abrir la mente, a estrujarnos las neuronas y a descubrir aspectos de nosotros mismos que desconocíamos por completo.

Ni siquiera una teoría científica resulta acertada por mucho tiempo. Lo es mientras se ha probado su validez con un ínfimo porcentaje de error en el ambiente aséptico de un laboratorio o en una situación en la que todas las variables hayan sido estrictamente controladas. Pero, en cuanto otra teoría se ha atrevido a dar un paso más allá, experimentando con nuevas variables y otros entornos y ha sido capaz de poner en jaque a su predecesora, la antigua hipótesis pierde toda su potencia. Se produce, entonces, un cambio de paradigma científico.

Esto ocurre en todos los ámbitos en los que nos movemos los humanos, influyendo en nuestra manera de comportarnos y en el modo cómo intentamos solucionar nuestros problemas. La forma cómo estudiamos, cómo nos alimentamos, cómo nos relacionamos con los demás, cómo afrontamos y tratamos nuestras enfermedades, cómo invertimos nuestro tiempo de ocio, cómo enfocamos las diferentes etapas de nuestra vida o cómo realizamos nuestro trabajo diario, vienen determinadas por el paradigma que impera en este momento en la sociedad de la que formamos parte. Un paradigma que no tiene nada que ver con el que imperará dentro de diez años. Porque, por muy a gusto que nos encontremos en nuestra zona de confort, la evolución tira de nosotros y nos obliga a seguir lidiando con nuestras propias resistencias. 

El futuro no es mañana ni dentro de diez años. El futuro empieza hoy, ahora mismo. Lo estamos construyendo con cada idea que aflora en nuestra mente y con cada impulso que nos mueve a preguntarnos "¿y por qué no?" cada vez percibimos un atisbo de oportunidad en el horizonte.

Muchos están empezando a explorar el amplio abanico de posibilidades que se nos están abriendo con la irrupción de la inteligencia artificial y se están maravillando con los primeros resultados. Otros, en cambio, la miran desde la barrera, con mucho recelo y temerosos de la revolución que, sin duda, va acabar desatando en el mundo conocido.

No queremos darnos cuenta de que esa revolución no ha empezado ahora, sino que se gestó con la propia humanidad. No somos la especie dominante de este planeta por casualidad, sino por méritos propios. Llevamos toda la historia demostrando de lo que somos capaces y, aunque en todas las épocas han habido pesimistas que han temido el fin del mundo y han considerado abominables todos los avances, siempre han habido visionarios y emprendedores que nos han llevado hacia adelante, capeando todas las críticas y venciendo todas las resistencias.

Estrella Pisa.

Psicóloga col. 13749


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