Las basílicas del medievo son reductos urbanos del pensamiento escolástico que imperó el ideario colectivo de su pasado. Los lienzos del barroco reflejan la decadencia renacentista y el declive de la línea ante el imperio de la curva. La literatura romántica nos muestra la rebeldía ante la razón ilustrada. Ya lo decía Marx, la infraestructura determina la superestructura, o dicho en otros términos, las bases materiales de una sociedad condicionan los paradigmas creativos de su presente. El arte, en palabras de Weber, es una muestra más de la racionalización universal. La música, decía el maestro de la burocracia, es un lenguaje universal cuya destreza consiste en el manejo de sus signos. La creatividad del artista está determinada por los esquemas racionales de su cultura.
Decía un viejo profesor de los ochenta, que “el entendimiento del arte depende de la empatía y la intuición de los ojos que lo miran”. “A través de la intuición, queridos alumnos, podemos plasmar el lienzo de nuestro presente”. Esta expresión que solía repetir la figura ilustre de “don Antonio” otorgaba a las bellas artes un nivel de comprensión superior a la dinámica estática del objeto. “Delante de vosotros”, decía este sabio de la vida, “tenéis los mimbres simbólicos del artista”. “Toda obra de arte es el resultado material de los trazos intangibles de la lógica cultural”. Desde aquellas premisas, el docente, con su lento caminar por el laberinto de sus pupitres transmitió a sus pupilos el arte de adivinar la verdad en las mareas ocultas de la realidad.
Hoy “con la que está cayendo”, frase dicha hasta la saciedad en la cultura de bares de la España de Quevedo, podemos intuir cómo sería el lienzo que podríamos pintar siguiendo las palabras ilustres don Antonio. Los trazos gruesos y azules serían las curvas simbólicas de los mares turbulentos de los mercados. En medio de tanta tempestad estaría naufragando un barco a la deriva de pequeñas dimensiones, cuyo mensaje latente sería el callejón sin salida al que Iñaki aludió en su blog de la mañana. La tripulación serían las sombras difusas de más de cinco millones de líneas grises mezcladas por la luz amarilla de sus camarotes. El agua ocuparía dos tercios del lienzo dejando una fina capa para el brochazo azul marino del cielo como símbolo cívico de esperanza.
Dicho cuadro, firmado por un artista sin nombre, sería el resultado de la intuición presente de una España que navega a contracorriente en las aguas turbulentas de los mercados y asfixiada por un puerto llamado Europa. Este lienzo inspirado en la filosofía de don Antonio, refleja las infraestructuras marxistas de las miserias materiales del ahora y resalta desde el agobio de sus olas la irracionalidad de las políticas neoliberales occidentales para salir de la crisis a costa del sacrificio de los tripulantes de segunda. Esta triste metáfora simboliza de forma didáctica buena parte de la marea pesimista que inunda las calles de la ciudad. Sin embargo para la señora Aguirre, “los manifestantes son agitadores profesionales alentados por el PSOE”. Cuestión de empatía, diría don Antonio.
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