Una cortina cubre la ventana de una habitación, casi a oscuras, que apenas deja ver lo que ocurre en interior, pero desde donde se puede observar la calle. Una mujer sentada, en frente de esta ventana indiscreta, meciendo en sus brazos a un recién nacido. Chanda, una niña sudafricana de 13 años, con su uniforme de colegiala, falda gris, camisa blanca y su pelo recogido con un lazo blanco, regresa de la escuela. El silencio le hace dudar en la puerta de su casa. En el exterior brilla el sol pero al final decide entrar en la penumbra de su hogar. No se escucha ningún ruido, busca a sus hermanos y a su padre. Sólo ve a su madre, de espaldas, mirando a su hermanita que acaba de nacer hace unos días, mientras la acuna. El bebé nunca volverá a llorar porque está muerto.
Estos primeros minutos de la películas presentan lo que será el tema de este valiente film, la oscuridad de la vergüenza, la ignorancia, el rechazo y la superstición frente a la verdad, la solidaridad y el amor entre los seres humanos. Esta brillante y dura coproducción, entre Sudáfrica y Alemania, es la adaptación de la premiada novela Chanda’s secrets de Alan Stratton. Realizada por Oliver Schmitz, tiene todos los boletos e ingredientes necesarios para ganar la carrera hacia los premios Oscars como mejor película extranjera: una joven en lucha contra un medio hostil, la búsqueda de la verdad frente a un mundo poblado de mentiras y silencios y un tema delicado y poco tratado en el cine.
En la novela la protagonista tenía 16 años pero el equipo, una vez traslado a Sudáfrica para documentarse y ver la situación in situ, descubrió la dura realidad y decidió rebajar en tres años la edad de Chanda, para que fuese aún una niña y no una adolescente. El film se rodó en Elandsdoorn, a unos 200 kilómetros al noreste de Johannesburgo, en escenarios naturales y en las verdaderas casas y paisajes que describe la novela.
Chanda se enfrenta al rumor que se ha instalado entre sus vecinos: su madre tiene un demonio en el cuerpo y su familia sufrirá desgracias hasta que su madre se vaya del pueblo y saque a ese diablo de su cuerpo. La niña observa la descomposición que afecta a su familia, pero no se dará por vencida y decide buscar la verdad, demostrando la falsedad de ese rumor, que tanto facilita la vida a los demás.
En la película no se pronuncia la temida palabra hasta bien avanzada la segunda parte. Aquí será la última palabra escrita, al traducir muy libremente una frase de la novela, “recuerdo que mamá me aconsejó que utilizase mi ira para combatir la injusticia. Ahora ya sé lo que es injusto: el silencio que reina alrededor del SIDA”.