Rafa entró en aquel turno a trabajar con mareo, hipotensión y más sueño del normal. Mientras se adentraba con su coche en las instalaciones, veía la riada de empleados que se apresuraban a escaparse en sus vehículos de aquel “konzentrationenkampf”, como lo llamaba el.
Pronto localizó el “lagarto verde”, el focus abollado de Juana. Aparcó el suyo al lado y enfiló hacia el vestuario, no sin antes propinarle un patadón al “lagarto”, como hacía siempre. Esa vez y no obstante, se hizo daño pues calzaba zapatillas en vez de las botas reglamentarias, cosa que no había pensado antes. Aay, dios, como dolía. Peor todavía: Juana, que al parecer miraba sin el saberlo gritó por una ventana:
-Oye, pedazo de malasombra, pégate la patada en tus cojones, anda, si es que los tienes. Habrase visto el flaco malencarado este. No voy a tardar ni cinco minutos en darle parte al Ricardo, ya verás.
Rafa sintió un frío helado que le atenazaba las costillas. Miró hacia arriba y se vió el rostro retorcido de ira de Juana. ”Aay, ostias, que estaba limpiando justamente en estas oficinas. Debo darle coba enseguida, hacer algo…” -se dijo.
-Juana, que no, que no le he dado fuerte, es que…me he tropezado, eso ha sido. A punto estaba de caerme y me apoyé en tu coche (¡!). Oye, que te he traído un pastel, coño. Me acordé de tí, joder ¿Como iba a darle una patada adrede a tu auto?
Juana compuso un gesto a mitad de camino entre el estupor y el estreñimiento que sin duda padecía, seguramente pillada por sorpresa, cosa que le sucedía pocas veces.
“Mierda, un pastel riquísimo que me preparó la mujer y ahora se lo zampará este engendro” -Rafa notó que le entraba un desánimo imparable. El ratito de comerse el pastel era una de las pocas cosas buenas del turno.
Cuando entró en el despacho que limpiaba Juana se vió a esta plantada en el centro de la habitación. Le miraba con el ceño fruncido y los labios muy prietos, como si contuviera una llamarada de fuego en la boca. Tenía los ojos inyectados de ira y el móvil en la mano, cerca de la oreja. En la otra mano sostenía un plumero con el que le apuntaba como si fuera una pequeña espada.
-Mira, mierdecilla. No sabía quien me hacía todas esas abolladuras que tenía en el coche. Pero ahora ya sé quien me ha hecho por lo menos una. Me las vas a pagar a tocateja, porque sino Don Ricardo lo va saber todo. Y ahora ¿Qué coño es eso de que tienes un pastelito para mí? Lo que me faltaba por oir…
Se lo quedó mirando con su expresión de “Mona lasciva”, disfrutando de la cara de susto que mostraba el vigilante.
-Estoo, mira Juana, quise hacer una cabriola y perdí el equilibrio, pero me apoyé en la chapa con el pie. No quedaron abolladuras, sino fíjate y verás. Y yo nunca te he abollado nada, anda. Y mira, recuerdo cuando…-aquí la mente de Rafa iba a mil por hora…-cuando comentabas que te gustaba mucho el pastel de almendra.
-¿Cuando he dicho yo eso? -respondió Miguela abriendo los brazos y mirándolo extrañada y calculadora.
-Te lo escuché cuando hablabas una vez con Miguela, sobre postres -A la pobre Miguela la mareaba tanto hablando sobre el tema que era posible que la mentirijilla colara.
-Escucha, si me quieres dorar la píldora no lo vas a tener fácil, flacucho. Te hace a tí más falta el pastel que a mí. A ver, sácalo ya, anda, pero Don Ricardo debería de saber esto. Un vigilante vandálico es un peligro para la empresa.
Rafa sacó el pastel con torpeza de la fiambrera. Juana se lo arrebató como quien le quita un dulce a un niño.
-Lo pondré en la nevera, flaquito que ahora lo estarás más todavía, jajaja. Mañana llevaré el coche a peritar y si no te reconoces culpable ya sabes quien lo acabará sabiendo todo. Y ahora, largo de aquí, que tengo trabajo.
Juana lo empujó con energía al pasillo y cerró la puerta del despacho. Rafa se quedó mirando aturdido la puerta cerrada, y lleno de miedo por las consecuencias, al tiempo que se odiaba a sí mismo por haberse humillado ante ella. Tenía que hacer algo radical o el asunto le costaría caro.
Y en ese momento, Ricardo Mena, el gerente, aparecía frente a el.
-Rafa, venga, incorpórese, que ya se han ido todos y hay que ir cerrando -le dijo mientras hurgaba en un maletín- Donde habré puesto yo las llaves del despacho este…
En ese momento Juana abrió el despacho desde dentro y le hizo a Ricardo gestos de que entrara.
-No busque la llave, D. Ricardo, que estaba yo aquí limpiando. Pase, pase.
-Ah, hola, Juani. Me dejé la agenda, a ver si la encuentro.
Y mientras Ricardo entraba, Juana encaraba a Rafa con una mirada de hielo, con los ojos brillantes y una expresión malévola que no parecía presagiar nada bueno.
-¿No tienes que ir a cambiarte y trabajar, señor vigilante? -le dijo con sorna.
Rafa se fue, mientras oía, ya dentro del despacho, la voz zalamera de Juana hacia el gerente. Si se quedaba al lado para escuchar podrían descubrirlo. Se volvió a repetir, esta vez con más energía, que debía hacer algo radical…
******************************************************************
¿Como de radical? Como siempre, solo leyendo “El vórtice” lo sabréis y blablabla…