Revista En Femenino

Limpieza de armarios (por Arantxa)

Publicado el 09 junio 2011 por Imperfectas
Limpieza de armarios (por Arantxa)Me maravilla nuestra moderna (y enfermiza) capacidad de almacenamiento. Somos nosotros y nuestras circunstancias, y por supuesto, nuestros objetos. Soy más cuanto más tengo, esa parece ser la máxima, aunque, por supuesto, repetir eso tan manido y profundo de que es más feliz quien menos necesita te reconcilia con tu yo espiritual, profundo y metafísico. Una casa donde antes cabía una familia de seis miembros con todas sus pertenencias, se nos antoja ahora pequeña para familias con uno o, a lo sumo, dos hijos. Y eso incluso en el caso de viviendas que cuenten con espléndidos trasteros.
Con esto del cambio de estación he ordenado los armarios de forma rigurosa. Supongo que no con la misma metodología y añoranza que cuando se es protagonista de una mudanza. Seguro que con un sentido mucho más pragmático. He jubilado ropa y zapatos míos, y mucha ropa y zapatos de mis peques. Pero no me he limitado a los trapitos. Ordenando cajones he encontrado reliquias que no sabía ni por qué almacenaba. Muchas de ellas han ido al contenedor del papel: postales y cartas de gente que he perdido o, quien sabe, que me ha perdido por el camino. Los guardaba porque me daba lástima tirarlos, pero de todas esas palabras hace ya tanto tiempo, que hasta el sentido de las mismas se ha perdido (de todo esto y mucho más nos habló Ana en un delicioso post).
Los objetos a veces traicionan nuestros recuerdos. Recordabas aquel amor de los 20 como místico, etéreo sublime y lo era, a los 20. Las cartas que te escribía eran maravillosas, aún con sus faltas de ortografía. Pero si las relees años después algunas resultan pueriles y cursis. Consiguen sonrojarte, pero no son para jubilarlas en esta limpieza. Tu vestido de novia. Merece una mención especial. Era precioso, pero ahora ocupa mucho espacio, estorba. Y si te casaras hoy no lo harías con el mismo diseño. Quizás es probable que ni siquiera volvieras a casarte, pero ese es otro tema para otro post. Habrá que donarlo, para que alguien pueda disfrutar de esos metros de maravillosa seda salvaje con mejor suerte.
Y luego están los objetos "por si". Todo aquello que guardas por si te puede venir bien, por si acaso. Auriculares, cargadores de móvil, cables, tornillos, destornilladores, alargadores. Linternas, tijeras, llaves duplicadas, huérfanas de cerradura. Parafernalia de ferretería. Un reproductor de DVD que no funciona, un disco duro portátil, antiguo y pesadísimo, varios móviles inservibles. Murieron y no van a resucitar, así que su destino es el punto limpio más cercano.
En los baños hay un arsenal de cremas, ungüentos y potingues varios. Muchos caducados, porque desde hace unos años los cosméticos también caducan. Al contenedor amarillo, sin dilación. Los jabones y frasquitos de geles de los hoteles son un capítulo aparte. Me da pudor escribirlo, porque me parece tan chabacano usarlos que ahí estaban, amontonados en un cajón. Seguro que sin aroma y casi sin color. Más basura.
Así que puedo decir que estoy bajo el síndrome de Diógenes, pero a la inversa, pues si con tal expresión se designa la manía enfermiza de almacenar objetos, muchos de ellos desperdicios y antiguallas, yo me estoy desprendiendo de todo lo que tengo y no necesito. El tal Diógenes fue un filósofo griego cuya máxima fue la privación absoluta de los bienes materiales. A mi no me basta con los rayos del sol y comidas frugales para sobrevivir, y no podría dormir en una tinaja, como el sabio, pero estoy aprendiendo a separar lo imprescindible de lo accesorio. Al menos hasta la próxima limpieza.

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