Stamford Bridge y Allianz Arena, dos escenarios en los que muy pocos querrían jugarse el pase a una final de la Liga de Campeones, han sido testigos esta semana de dos exhibiciones como se recuerdan pocas en los últimos años de una competición que a estas alturas acostumbra a deparar encuentros memorables. En las dos, un denominador común: Madrid, una ciudad que ya es historia de la Copa de Europa al haber metido dos equipos en la finalísima, algo inédito hasta la fecha. Dos equipos que medirán fuerzas el día 24 no muy lejos de casa, en Lisboa, con el único objetivo de alzarse con la preciada ‘Orejona’, el trofeo por el que suspira todo futbolista y que este año tendrá, si cabe, un valor todavía mayor. Primero, por la rivalidad que como todos sabemos existe entre los dos contendientes, enemigos acérrimos que en otra época se disputaban los títulos nacionales y que ahora, tras unas décadas de incomparecencia atlética, parece que volverán a hacerlo si damos por hecho que el resurgimiento de los rojiblancos es, como parece, definitivo. Segundo, porque aunque ya de por sí se trata del mayor trofeo al que puede aspirar un club europeo, para ambos equipos no sería una Champions cualquiera. Mientras que para el Madrid supondría la ansiada Décima, objetivo por el que llevan desviviéndose una docena de años, para el Atlético de Madrid sería la Primera, el título que le consolidaría en la élite europea y le permitiría olvidar para siempre la dolorosa derrota frente al Bayern en 1974, cuando aquel fatídico gol de Scwarzenbeck en el último momento les arrebató una Copa de Europa que ya tocaban con los dedos. Y tercero, por unas aficiones que se desplazarán masivamente a Lisboa, con o sin entrada (la UEFA ha vuelto a dejar para los equipos apenas la mitad del aforo del estadio), conscientes de que una cita así difícilmente se podrá repetir. A 600 kilómetros de Madrid, un derbi que proclamará al campeón de Europa, al rey del fútbol del continente. Palabras mayores.
Para hablar de la gran final es conveniente realizar un análisis de lo que ha sido la trayectoria de los dos equipos hasta lograr la clasificación, para comprender un poco mejor cómo llega cada uno al encuentro y qué puede esperar el aficionado neutral de un partido que se presenta apasionante.
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El Real Madrid inició su camino en la competición, como suele hacer casi siempre, con la vitola de favorito en un grupo bastante duro: Juventus, Galatasaray y Copenhague. A priori todo parecía indicar que sería una ardua batalla por el liderato entre los blancos y el equipo italiano, pero todo quedó bastante claro desde el comienzo. Los dos primeros partidos se saldaron con dos victorias del Madrid y dos empates de los de Conte, por lo que el tercero, que enfrentaría a ambos en el Santiago Bernabéu, se antojaba decisivo para el devenir del grupo. En el coliseo madridista los juventinos ofrecieron su mejor versión, pero acabaron cayendo (2-1) en un duelo en el que probablemente merecieron algo más, quedando relegados de forma definitiva a la lucha por un segundo puesto que terminarían perdiendo sorprendentemente en Turquía en la última jornada. El Madrid, por su parte, cedió solo un empate en el Juventus Stadium en la cuarta jornada para pasar con autoridad como primera de grupo a las eliminatorias. Desde ahí, los de Ancelotti jugaron una especie de ‘MiniBundesliga’ con los enfrentamientos ante Schalke, Borussia y Bayern. El primero no supuso ningún problema para los blancos, que se impusieron con insultante facilidad en Gelsenkirchen (1-6), convirtiendo la vuelta en un mero trámite en el que también se impusieron (3-1). El Borussia Dortmund de Klopp fue el que más problemas les planteó, aunque todo pareció sentenciado en el primer partido en Madrid (3-0). Sin embargo, la impresionante afición del Signal Iduna Park y un sensacional partido de Marco Reus metieron el miedo en el cuerpo a todo el madridismo, hasta tal punto de que si no es por el palo y las paradas de Casillas puede que ahora mismo no estuviéramos hablando del Real como finalista, sino como uno de los fracasos de la temporada europea. En cualquier caso, los de Ancelotti acabaron sobreponiéndose y se plantaron en las semifinales, donde partían en principio como víctima propiciatoria de un Bayern al que nadie quería ver ni en pintura. Cosas del fútbol, al final resultó ser al contrario, y Guardiola y sus pupilos recibieron un repaso descomunal, sobre todo en la vuelta en Munich, que dejó la eliminatoria con un resultado final de 5-0 que ilustra perfectamente lo que ocurrió en el terreno de juego. Una demostración de autoridad que permite al Madrid plantarse en la final lleno de moral, confiado tras haber eliminado al que todos señalaban como el ‘coco’ del torneo y muy ilusionado, pues se trata de un partido que llevan esperando desde 2002, cuando disputaron su última final europea, y tras la cual todo han sido palos y decepciones en una Copa de Europa que tradicionalmente había sido su competición fetiche. Ahora tienen la oportunidad de redimirse de todos estos sinsabores a lo grande, eliminando para siempre unos fantasmas que, eso sí, como no resulten vencedores, pueden hacerse más grandes que nunca.
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En cuanto al Atlético, que aunque ya tenía cierto cartel en Europa debido a sus últimas conquistas en el continente (desde 2010 ha ganado dos Europa Leagues y dos Supercopas de Europa) no partía como uno de los principales aspirantes a llegar a las rondas finales, también se le pusieron las cosas muy de cara desde el primer momento. Formando parte del bombo 2, cayó encuadrado en uno de los grupos más asequibles con Oporto, Zenit y Austria de Viena, y tardó poco en decantar la contienda a su favor venciendo en los dos primeros partidos a los dos rivales de mayor entidad, Zenit y Oporto, con mención especial a la victoria cosechada en el siempre difícil Do Dragao (1-2) en la segunda jornada tras remontar un 1-0 adverso. Una nueva victoria en Viena en la tercera jornada (0-3), unida a la victoria del Zenit en tierras portuguesas, dejó al Atlético muy cerca de un primer puesto que aseguró de forma matemática antes que ningún otro equipo de la competición, al vencer de nuevo al Austria en el Calderón en el cuarto partido (4-0). Así, los dos últimos compromisos ante Zenit y Oporto se convirtieron en puro trámite, pero aun así los de Simeone los cerraron con cuatro puntos (empate en Rusia y victoria en Madrid ante el Oporto) para despedir la fase de grupos como equipo con más puntos junto al Real Madrid, 16. En el sorteo de octavos tuvo que lidiar con un rival de gran alcurnia europea en horas bajas, el Milan de Clarence Seedorf, que despertó bastante respeto entre las filas rojiblancas. Tras una primera parte de sufrimiento en San Siro, un gol postrero de Costa parecía dejar encarrilada la clasificación (0-1), algo todavía más evidente cuando el hispano-brasileño volvió a marcar nada más empezar la vuelta en el Calderón. Sin embargo, al afortunado gol del empate de Kaká le siguieron los mejores minutos del Milan en la eliminatoria, y el Atleti sufrió hasta que un nuevo gol con fortuna, esta vez de Arda, volvió a girar las tornas a favor de los rojiblancos, que no tuvieron problemas en la segunda parte (4-1). En cuartos, ya con sorteo puro, al Atleti la suerte le deparó bailar con una de las más feas: el Barcelona. Desde el club madrileño se dejó claro en todo momento que los azulgrana eran los favoritos para acceder a las semifinales, aunque se respiraba confianza y optimismo entre la muchachada de Simeone antes del partido en el Camp Nou. Un optimismo que se vio algo reducido cuando, apenas pasada la media hora de juego, Diego Costa tenía que retirarse por una lesión muscular, dando entrada al que a la postre sería gran héroe de la noche junto con Courtois: Diego Ribas. Y es que un golazo suyo y las paradas del gigante belga hicieron soñar a la afición colchonera con un resultado (1-1) que les daba una ligera ventaja para el encuentro de vuelta en el Calderón, donde, de la mano de su afición, no desaprovecharon la oportunidad, imponiéndose con merecimiento y con un marcador incluso corto (1-0) a un equipo que por primera vez en ocho temporadas quedaba apeado de la penúltima ronda del máximo torneo continental. Días después, la mano inocente de Luis Figo colocó al Chelsea como último escollo a superar para los rojiblancos antes de la gran final de Lisboa. Con toda la polémica por el tema Courtois centrando la atención en la víspera del primer choque, que finalmente pudo jugar el belga, el ‘autobús’ que plantó Mourinho en el césped del Calderón dio sus frutos, y el billete a Lisboa habría de conseguirse, como dijo el propio ‘Mou’, en la ‘final’ que se disputaría la siguiente semana en Stamford Bridge. Final que pareció poner de cara para los intereses ‘blues’ un tanto, así es el fútbol, de Fernando Torres, otrora ídolo rojiblanco, neutralizado poco después por uno de Adrián tras una gran combinación entre Juanfran y Tiago. Ya en la segunda mitad, la alta presión de un Atleti mejor plantado descolocó a un Chelsea que fue noqueado con los goles de Diego Costa, de penalti, y Arda Turan, tras recoger un rechace propio. Los veinte últimos minutos fueron para el disfrute del equipo rojiblanco, que certificaba con autoridad su pase a la final, a la que llegará, como el Madrid, tras pelear hasta la última jornada el otro título en liza, el de Liga, en el que ambos son también los máximos candidatos al triunfo.
Así las cosas, puede decirse que la final la disputarán los dos conjuntos que más méritos hicieron para ello, algo que no siempre ocurre en esto del fútbol, un deporte que honrarán el próximo día 24 en la capital portuguesa dos equipos y dos aficiones que se dejarán la vida por conseguir un sueño en un partido que ya es historia de la Copa de Europa.