Este es un país de listos y de ahí al cielo, o al infierno, no hay más que un paso. El resto, la gente normal y corriente que se angustia con los lunes, que se alegra con los viernes y que de un día a otro sobreviven como pueden, debemos ser idiotas ajenos a los listos y listillos que hurgan en la basura del patio de atrás en busca de tesoros. Los listos son peligrosos y de ellos hay que reírse lo justo, no sea que de tanto reír les perdamos el respeto y nos hinquen el diente. El principal peligro que tienen los listos es creerse que ya lo saben todo. Eso anula cualquier posibilidad de observación del entorno y de aprendizaje. Además, creen que eso que saben es la verdad absoluta. Es una característica de los listos creerse en posesión de ella, de la única y verdadera verdad, territorio vecino de la intolerancia y el engocentrismo. Ahí situados, felizmente, encantados de haberse conocido y conocer a otros listos como ellos, se creen por encima del bien y del mal, lo que les hace inmunes al miedo y ahuyenta cualquier posibilidad de castigo por sus hechos o palabras. Los listos andan envalentados por la vida y se sienten impunes. Llegados a este punto, esta especie esgrime su patente de corso en mil y una tropelías seguros de que el resto, los idiotas, no podrán siquiera imaginarlo.
La disculpa de González Pons en Twitter
Los listos son peligrosos porque, como clan que son, se creen superiores y menosprecian a cualquiera que no esté en su selectivo club. Actualmente, hay también listos que han sido descubiertos, pero poco les importa porque confían en que la justicia pasará por su lado como una tormenta de verano sin dejar rastro. Los listos creen que el resto, como idiotas que son, carecen de memoria. De ahí que, una y otra vez, recurran al mismo discurso manido una y otra vez, como en un eterno día de la marmota. Los listos saben desplegar cortinas de humo y provocar la trifulca para que los gritos de unos pocos no dejen oír el clamor del resto. Y se mueven en el terreno de la descalificación con la soltura de una patinadora en una pista de hielo. Sólo cuando el listillo se pasa de rosca un domingo cualquiera puede darse de bruces contra el hielo. Pero aquí no pasa nada: una tímida disculpa, lo único tímido en ellos, y a seguir idiotizando.
