Revista Música
Ayer por la noche vólvía a casa conduciendo solo (¡valiente!), con la carretera desierta y la niebla de enero respirando sobre mi coche. Si no recuerdo mal, ayer era la primera vez que me atrevía a conducir de noche y sin compañía, y como la ocasión lo merecía, decidí llevarme unos cuantos discos al coche para que la vuelta a casa fuera más llevadera. A la hora de ponerme en marcha para vover a casa, alargué la mano y escogí Sigh no more, ese discazo de Mumford and Sons que se ha convertido ya en una parte más de mí y dejé que fueran los londinenses quienes me hicieran compañía en mi primera aventura automovilística. Ya os he dicho más de una vez que el descubrimiento de esta banda ha sido una de las sorpresas más agradables que me ha dejado ese 2009 de quien ya nadie se acuerda, pero ayer, conduciendo de noche, en el mayor de los silencios, como si todo el mundo estuviera en pause, Sigh no more adquirió una nueva dimensión, una más. Me resulta imposible ponerme a escuchar el disco y no meterme en él, como si yo fuera un protagonista más que vive entre sus canciones. Algo parecido a lo que sucede cuando lees una novela y acabas quitándole el lugar al protagonista para convertirte tú en el eje de la historia. No sé si es que me siento identificado con las letras de estos cuatro tipos de Londres, o es que, simplemente, hacen música para mí, el caso es que para cuando aparqué el coche estaba sudando y con esa sensación de poder llorar en cualquier momento azotándome. Y no, ni la había jodido, ni estaba triste, ni siquiera arrepentido por nada... Pero ¿es alguien capaz de escuchar una canción como esta sin sentir como se te va rompiendo en pedazos todo lo que tienes dentro?.