Joseph Smit, 1892
Yo descansaba tan tranquilito en las llanuras de Como Bluff, después de siglos huyendo del matón de Allosaurus, cuando en 1879 llegó Marsh y nada volvió a ser igual. Os aseguro que yo era un tipo de lo más pacífico y centrado. Pero claro, lo llaman a uno “lagarto del trueno” y ya empiezas a sentirte vacilón. Mira lo chulo que me pintó Charles R. Knight en 1897 para el AMNH.
Pronto llamé la atención de escritores como Frank Savile, que sitúa Beyond the great South wall (1901) en una Atlántida ignota habitada por mayas, e incluso Mark Twain me introdujo en su relato El diario de Eva (1905).
El segundo paso hacia el caos ya lo había dado mi mentor en 1877, cuando describió los restos de un familiar lejano en mi barrio, a los que dio el nombre de apatosaurus o “reptil engañoso”. Parece obvio que el amigo no era de fiar. Pero, por algún extraño motivo, me acabaron colgando el mochuelo: en 1903, Elmer Riggs sostiene que apatosaurus y brontosaurus son en realidad la misma especie… ¡y a todo el mundo le pareció bien! Vamos a ver, ¿tú has visto a Piecito, el apatosaurio protagonista de las cien mil entregas de En busca del valle encantado? ¿Llamarías a esa cosita “lagarto del trueno”? Pues eso de la doble personalidad me costó pasar todo el siglo XX [1] medicándome por prescripción facultativa del psiquiatra, ya ves tú qué gracia.
Heinrich Harder, 1906
En fin, en febrero de 1905 el AMNH dio a conocer el primer esqueleto montado de un saurópodo (servidor). El éxito fue inmediato y parecía que, por fin, había llegado la hora de relajarse un poco. Pues no: si tenía poco con mi primo apatosaurus, ese mismo año el magnate Andrew Carnegie monta un esqueleto de diplodocus y… ¡regala réplicas a los principales museos del mundo! ¿Te lo puedes creer? ¡Cuánto envidioso!
Así que, hundido y desorientado, me acerqué por el taller del pionero del cómic y la animación Windsor Mc Cay, quien me adiestró durante seis meses cual bestia circense y, en febrero de 1914, presentó a la humanidad a Gertie, the dinosaur, “el único dinosaurio en cautividad”. El gran éxito de la cinta propició una secuela inacabada, Gertie on tour (1921), en la que Mc Cay ya adopta la técnica del cell process.
Lógicamente, después de aquello Willis O’Brien no tuvo dudas a la hora de darme los principales papeles de sus filmes, como Ghost of slumber mountain (1918) o El mundo perdido (1925), según la novela (1912) de sir Arthur Conan Doyle [2].
El mundo perdido
Así, pese al olvido del mundo científico, mi nombre continuó resonando en la cultura popular. El 8 de diciembre de 1940 Bob Powell me invita a una historieta de Mr. Mystic para el cómic-book The spirit, del genio del cómic Will Eisner. Como curiosidad comiquera, un centurión aparecido en Astérix el galo (1961) se llama Spurius Brontosaurus.
Rudolf F. Zallinger, 1947
Rudolf F. Zallinger me reservó el espacio central de su fresco (1947) de 5 x 34 metros para el Museo Peabody de Historia Natural en Yale, lo que considero el clímax de mi carrera artística, y me abrió las puertas de los estudios de Burian, Zeman o Harryhausen.
Zdenek Burian, 1950
Viaje a la prehistoria (1955, Karel Zeman)
The animal world (1950, Ray Harryhausen)
Volví a probar fortuna en el cine –tal vez me hayas visto en Dinosaurios! (1960) o Planet of dinosaurs (1977)-, pero no conseguí un buen guión que me permitiese desarrollar mis dotes interpretativas como deseaba. Es más, a finales de los 70 empezó una infantilización de mi figura que no casa muy bien con un “lagarto del trueno” y aún no entiendo muy bien a qué respondió. Tal vez el éxito me hizo relajarme y no debí confiar en mi representante a ciegas. Como quiera que sea, tras un cameo en la serie de televisión Érase una vez… el hombre (1978), me ofrecieron protagonizar la película ecologista infantil checa Brontosaurio (1979, Věra Plívová-Šimková), a la que siguió la serie producida por DIC Cro et Bronto (1980, Bruno Bianchi), el cuento de William Stout The little blue brontosaurus (1984) o la película de Disney Baby, el secreto de la leyenda perdida (1985, Bill Norton). Pero lo más lamentable fue sin duda la participación de Buttercup (1988), el brontosaurio azul, en Los osos amorosos. No volví a levantar cabeza.
Baby, el secreto de la leyenda perdida
Y así llegamos a 2015, año en que gracias a un estudio de Emanuel Tschopp, Octavio Mateus y Roger Benson, por fin pude recuperar mi nombre. Tras un siglo bajo la sospecha de la esquizofrenia y luego convertido en un peluche, va siendo hora de ocupar el sitio que siempre me correspondió. Y cuando eso lo dice alguien que pesa 30 toneladas… ¡Prepárate mundo!
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[1] En 1989, el servicio postal había causado cierta polémica con un sello dedicado a mi figura, pero se defendieron diciendo que se trataba de un nombre “popular” del apatosaurio. Sólo en los 90, Robert T. Bakker sostuvo que Apatosaurus ajax y Apatosaurus excelsus (es decir, Brontosaurus excelsus) correspondían a géneros distintos, pero no obtuvo apoyos en esta tesis. Algo parecido le pasó a Kenneth Kermack, que en 1951 postuló que los saurópodos no podíamos ser animales acuáticos como se pensaba –debido a su enorme peso y a la situación de las fosas nasales en la parte posterior del cráneo-, porque la presión habría dañado nuestros órganos internos y no hayó apoyos a su teoría hasta 1971.[2] Seguirán las versiones cinematográficas de Irwin Allen (1960), Timothy Bond (1992), Bob Keen (1998) o Stuart Orme (2001) y en cómic las de Osamu Tezuka (1948), Miguel Rosselló (1965) o J.M. González/ J. García (1982, Joyas literarias juveniles #257).