Ya tenemos aquí el sol y el calorcito, y yo más blanca que la leche. Cuando llega esta época me cuesta mucho quitarme mis capas de ropa porque estoy tan blanquita que deslumbro. Muchas compañeras de gimnasio están ya bastante morenitas, claro que llevan haciendo rayos UVA desde hace un mes.
Las personas que estamos medicadas e inmunodeprimidas no podemos exponernos a los rayos UVA, ya que nuestra piel está fotosensibilizada y más expuesta a desarrollar cáncer de piel.
Así que una de dos, o me compro un buen autobronceador o dejo mi piel que se vaya bronceando poco a poco. El problema del autobronceador es que tienes que extenderlo muy bien para que no quede a parches, desaparece al cabo de unos días y no desaparece de modo uniforme. Si sudas, el color va desapareciendo de las zonas más húmedas. Así que hay que estar aplicándoselo a menudo.
Otra cosa que retrasa mi bronceado es que aguanto muy poco el sol. Recuerdo hace muchos años que podía estar tumbada en la arena como las lagartijas y no me molestaba para nada. Ahora, cuando voy a la playa, no sé como ponerme y no paro quieta; al final acabo acaparando la sombrilla y entrando y saliendo del agua cada cierto tiempo. Y por supuesto, con un protector solar alto (hablaré más adelante de la forma de aplicarse los protectores solares).
¡¡ Y que decir de la arena !!. Si voy a darme un chapuzón tengo que ir pegando saltitos porque está que achicharra y luego a la salida más de lo mismo. Creo que tengo unos pies demasiado sensibles, porque miro a los demás bañistas y están tan tranquilos, y yo buscando como loca un poco de arena fresca donde enterrar mis ardientes pies.
En fin, este verano,como los anteriores, huiré del sol; aunque procuraré buscar algunas horas de menos fuerza solar para cambiar un poco mi color blanquecino por una tonalidad un poco más bronceada.
Ana Hidalgo