Revista Cine

Llegan para quedarse: “District 9″. Hacia el hipercine, multiconfusión de formatos para contar otra vez lo ya contado.

Publicado el 11 octubre 2011 por Esbilla

Como últimamente estoy bastante ocupado, felizmente ocupado, con una serie de cosillas que irán desfilando por aquí vuelvo a saquear el fondo de los cajones para airear alguna vieja reseña aparecida por otros medios. En este caso la distopía, palabra muy a la moda, Distrito 9 que fue una de las primeras aportaciones que tuve el gusto de escribir para Cinearchivo y que ahora reciclo levemente:

Llegan para quedarse: “District 9″. Hacia el hipercine, multiconfusión de formatos para contar otra vez lo ya contado.
District 9 (Distrito 9)

Director: Neill Blomkamp

2009

104 min.

Nueva Zelanda/USA

Fotografía: Trent Opaloch

Música: Clinton Shorter

Montaje: Julian Clarke

Guión: Neill Blomkamp y Terri Tatchell

Reparto: Sharlto Copley, Jason Cope, David James, Vanessa Haywood, Mandla Gaduka, Kenneth Nkosi, Eugene Khumbanyiwa, Louis Minnaar, William Allen Young

Distrito 9 es un caso paradigmático de las nuevas formas del cine en la edad de la “hiperinformación” desde su mismo origen hasta su saturada forma final. Cabe recordar que el film de Neill Blomkamp nace como un cortometraje de poco más de 6 minutos y medio emitido en YouTube y descubierto por Peter Jackson, que ofrece entonces al joven director sudafricano (aunque residente en Canadá desde donde ha trabajado en televisión, publicidad y videojuegos en diversas funciones) prolongar la interesante premisa en formato largo.

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Aquel Alive in Joburg de 2005 cuenta prácticamente lo mismo (con la principal diferencia de carecer de cualquier tipo de protagonista), y luce similares virtudes y defectos, todos amplificados en su traspaso al largometraje. En el corto original ya se encontraba la estética de videojuego, el recurso al falso reportaje y la alegoría política de impacto inmediato pese (o precisamente por) su superficialidad final, es decir la mezcla de formatos, técnicas, referentes, narrativas, etc.. La realidad es que Alive in Joburg resulta bastante poca cosa, aunque sea llamativo a primera vista. Exactamente igual que su hermano mayor, que solo parece ofrecer algo original cuando en realidad es un trabajo que convierte el reciclaje y la “plurirreferencia” en su misma naturaleza. Todo ha sido usado ya antes pero Blomkamp le imprime tal velocidad que al verlo, tan fugazmente, resulta dificultoso de reconocer.

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Los mejores momentos/ideas de District 9 se agolpan en su tercio inicial con la acertada y dinámica superposición de reportaje a lo COPS, esa serie documental que lleva emitiéndose en Estados Unidos desde el año 1989 y que sigue el día a día de diferentes agentes de la ley con arreglo, al igual que aquí,  a una estética de cámara al hombro siguiendo al personaje principal, un funcionario profunda y buscadamente imbecil para hacer más notoria su evolución posterior-. El día día de este personaje, llamado encima Wikus Van De Merwe, nombre evidentemente afrikáner para facilitar la alegoría accesible con la cual la cinta se vendió en su momento, se alterna con un falso documental canónico de “cabezas parlantes” y  todo ello es,  a su vez, bombardeado por insertos de material de archivo, informativos o cámaras de seguridad. Una recreación cinematográfica del constante flujo audiovisual en la que la «mucha información»  equivale a «ninguna información».

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La textura hiperrealista de la imagen digital facilita la sobresaliente integración física de escenarios y personajes, y la cruda exposición de la degradación ambiental se une a la urgencia sobresaturada de lo que se nos cuenta con una minuciosidad y atención al detalle cotidiano que son lo que hace funcionar todo el invento como escenario de historia contrafactual en clave de ciencia-ficción social. De tal manera que el escenario que se presenta resulta crudamente auténtico y posible, aunque incluso en estas bondades el film no se libre de ese carácter eminentemente referencial: ni en lo técnico (desde el Woody Allen de  ZeligAcordes y desacuerdos entre otras hasta la reciente joyita serbia Beogradski Fantom, un estimulante film nacido igualmente de un corto documental que hasta hace bien poco podía verse a través de YouTube y el cual narra, con una mezcla de reconstrucción mediante entrevistas y estilización genérica bressoniana, las hazañas de un misterioso piloto de un Porsche robado de color blanco que durante una semana de 1979 puso en jaque a la policía y al régimen titista, pasando  por telecomedias renovadoras como la británica The Office, que hacia de la violentación del lenguaje del reportaje un motivo más de humorada cruel
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haciendo notar constantemente la presencia del equipo de grabación flsenado la supesta naturalidad de lo registrado o incluso la habitual avalancha de formatos/técnicas de un Oliver Stone, por ejemplo), ni en lo conceptual (ahí están Alien Nación, de la que también hereda resabios de buddy movie, o incluso la televisiva V), aunque a la hora de la verdad el director no se atreva a mantener esta congruencia y decida cambiar el punto de vista al colocar a un personaje protagonista, ese Wikus Van De Merwe que comenzará a mutar al contacto con un líquido alienígena (el porqué de semejante fenómeno ni se explica ni se pregunta; solo sucede ya que hace falta introducir el elemento dramático) convirtiéndose, a partir de entonces, en objetivo gubernamental y en fugitivo en territorio alien, ayudado solamente por uno de los «gambas» (a su vez fabricante del líquido que no es otra cosa que fuel) y su pequeño hijo (sic.). Una mutación que, además, responde punto por
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punto y sin mayor imaginación (ni escrúpulos) a los dictados de «la nueva carne» cronenbergiana en general y a los procesos de La mosca (1986) en particular (desde las uñas y los dientes, hasta el hambre voraz).

Esta segunda parte cambia nuevamente de forma y pierde a marcha forzadas las virtudes de la premisa inicial; el mantenimiento intermitente de la elección estético-narrativa primera se vuelve entonces totalmente caprichoso y se desliza mansamente hacia las pendientes de la agradecida conspiranoia a cargo de las fuerzas del Mal (el perfilado general de todos los personajes es, siendo bondadoso, grotesco), agencias secretas, siniestros experimentos armamentísticos (los visitantes poseen un devastador armamento que solo funciona con su ADN. El por qué no lo usan ellos mismos para salir de su depauperada situación es otro misterio) y demás sospechosos habituales. Blomkamp toma entonces el camino de en medio para acomodarse a un nuevo lenguaje, el del videojuego, imperante en el cine “de” acción (literalmente y por

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contraste al cine “con” acción) desde principios de los 90 y llevado al extremo en la actualidad. El larguísimo clímax final (que daría comienzo en la nefasta escena del asalto al laboratorio) no es más que un correcalles salpimentado de splatter que fagocita la lógica del «siguiente nivel» (unida a una mareante fijación por el reencuadre como figura de estilo, estragante legado de la serie 24) cabalgando sobre un frenesí que por momentos hasta parece emoción cuando solo es adrenalina. Una escalda que tiene su culminación en la larga escena en la que el protagonista termina revestido con un robótico exoesqueleto robado directamente de la iconografía del anime y el manga, territorio en el que más obsesivamente se ha explorado esta sugestiva fusión simbiótica, y cuyo diseño remite a los de (entre otros muchos) Patlabor, parida entre 1987 y 1989 por Mamoru Oshii, el hombre tras Ghost in a Shell o Roujin Z del fundamental
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Katsuhiro Otomo, descontando la influencia interpuesta de James Cameron, quien asimismo ha utilizado estos ingenios que mecanizan al humano en Aliens, el regreso (1986) o en la reciente Avatar (2009).

En cualquier caso Distrito 9 es un film de interés, pese a ser una decepción finalmente, que funciona por exceso como aparatosa action-movie de bajo presupuesto y que deja algunas buenas cosas esparcidas por su excedido metraje; desde la misma premisa del film hasta la belleza de la nave suspendida, pasando por un detalle tan fascinante como el canibalismo “interespecies” (¿una sexualidad también?) que practican los gángsters nigerianos para absorber las facultades de los alienígenas, un detalle mítico en medio de la tecnología. Pero que sobre todo es un ejemplo perfecto de una forma de hacer (y vender) cine imparable que, a su manera mutante y bastarda, capta el zeitgeist de un tiempo y de un espectador que consume de otra manera, que necesita del estímulo constante para mantener una atención intermitente. De ahí la búsqueda y el intento de hacer converger todos los formatos en uno solo.

Llegan para quedarse: “District 9″. Hacia el hipercine, multiconfusión de formatos para contar otra vez lo ya contado.


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