Por Hogaradas
Toca desperezarse, abrir las ventanas de par en par y dejar que los aromas de la primavera lo invadan todo, que la luz recién estrenada inunde cada espacio.
Creo que por fin comenzamos a atisbar la llegada de la nueva estación, los días son más largos y la ropa más liviana. Atrás van quedando poco a poco las huellas de un frío y, sobre todo, lluvioso invierno, que parecía no tener fin. Un tiempo de letargo, de reclusión obligada, que ni tan siquiera la llegada de la estación del color, de la luz y de las primeras flores tiene la fuerza suficiente para llevarse con ella.
Pero la vida está ahí, esperándonos, abriéndonos sus brazos y ofreciéndonos todas y cada una de esas pequeńas cosas que nos harán sentirla con fuerza, desearla día tras día y considerarnos, a pesar de todo, inmensamente felices, y ese es uno de los motivos suficientes para abrir las ventanas de par en par, respirar hondo y pensar que todo, tarde o temprano, acaba llegando, y que la fuerza, el tesón, la constancia, las ganas y sobre todo, la pasión, nos llevarán hasta ese camino que todavía no hemos encontrado.
Y mientras poco a poco voy siendo consciente de que mi adorado tiempo invernal, aunque suene raro, ya me ha dejado, me preparo para el alboroto, la algarabía y ese ir y venir de corazones enamorados, de amados y amantes por cuyas venas fluye la sangre más que nunca, azorada, inquieta, a la busca y captura de sensaciones nuevas, de experiencias distintas, de encuentros, de momentos de amor.
Este fin de semana me escapo. Está siendo una temporada de mucho esfuerzo, de aprendizaje, de horas y horas delante de este ordenador, de más horas dándole vueltas a la cabeza, demasiadas quizás. Está siendo ésta una época de estudio, de bolígrafos y rotuladores de colores, de libretas de cuadros, de rayas, y de alegría, sobre todo por ver que a pesar del paso de los ańos las inquietudes y las ganas de aprender siguen ahí, casi iguales como en aquellos días en los que daba mis primeros pasos de estudiante.
Necesito un respiro, una bocanada de aire fresco, dar unas cuantas voces por ahí, como siempre nos gustaba decir a mi amigo Ovidio y a mí en aquellos tiempos, como todavía seguimos diciéndolo ahora.
De vez en cuando necesito escapar, cambiar mi entorno, la gente que me rodea, dejar mis cosas y convertir cualquier otro lugar en el mío, aunque sea solamente por poco tiempo. Por poco que sea, bastará para respirar, llenar los pulmones del aire de otra primavera, olvidar por unas horas todo lo que se me antoje, regresar con más ganas y retomar el día a día con ilusión, esa fiel compańera que afortunadamente no me abandona nunca.