Como ocurre en tantísimas familias, hace más de dos meses que no veo a mis padres. Ellos están bien, viven en el campo, que, en mi opinión, es el mejor sitio para sobrellevar la situación en que nos encontramos. Pero echan de menos a sus hijos y a su nieto, y no sabemos cuándo podremos reencontrarnos, pues, aunque nos separan apenas 70 km, estamos en provincias diferentes. Pese a no haber tenido contacto con nadie durante este tiempo, y aunque para ir a su casa lo único que tengo que hacer es subir al coche, recorrer el trayecto y aparcar en la puerta, las normas dicen que no es posible.
Previsiblemente, en unos días podré sentarme en la terraza de un bar, invitar a mi casa hasta a nueve personas que vivan en misma región sanitaria, y hacer no sé cuántas cosas más que no tengo ninguna intención de hacer, todas ellas rodeado de gente. Por supuesto, si la empresa donde trabajo decidiera que se acabó lo de teletrabajar, estaría obligado a desplazarme cada día a Barcelona en transporte público, podría cruzarme con cientos de personas y compartir espacios cerrados con ellas. En cambio, a mis padres quizás hasta julio no pueda verlos, porque traspasar las fronteras territoriales que han decidido que debemos respetar para superar la pandemia es arriesgarse a un multazo.
Disculpadme si no encuentro la lógica por ninguna parte. Mi padre tampoco la encuentra, y por eso ha escrito la composición poética que comparto a continuación. Para él, la escritura, y en concreto la poesía, ha sido una vía para liberar sus inquietudes desde siempre, aunque nunca lo ha hecho con intención de ser leído. En esta ocasión, me ha pedido si podía compartir el texto, y como estoy totalmente de acuerdo con lo que expresa, aquí está:
No quiero llevar la cuenta
de lo que dura este encierro,
que por cuestión de provincia
se ha convertido en destierro.
Este estado de pandemia
de un mal virus “coronado”
tiene a un país secuestrado,
rendido a la evidencia
de que no tenemos armas
que sirvan en esta guerra.
(Lo de guerra es de otros,
muy propensos a esta jerga).
Lo cierto es que entre dudas,
malos cálculos e ignorancia,
entró por la puerta más ancha,
pillando guardia desnuda.
Justo es pensar que al instante
algo se tenía que hacer.
Sin equipo sanitario,
ni antídoto conocido,
todo estuvo servido
para el masivo contagio.
Hospitales colapsados,
sanitarios sin equipo,
el caos se hizo sitio,
con todo el mundo asustado.
Al sombrajo del gobierno
se le cayeron los palos.
Quiero pensar que se ha hecho
todo lo que estuvo en sus manos.
Pasado lo más urgente,
no encuentro mejor manera,
con la cabeza serena,
le digo al señor presidente:
Los que no hemos contagiado,
ni contagio hemos sufrido,
¿qué delito se nos aplica
para seguir retenidos?
¿Qué más da que la distancia
entre los seres queridos
sea más larga o más corta?
Si el camino recorrido
lo haces con tus propios medios,
con nadie más compartido.
A mis hijos y a mi nieto
llevo sin ver muchos días,
y siento que la alegría
de este viejo combatiente
está por momentos ausente
del final de esta partida.
Estoy diciendo viejo. ¿Y qué?
Setenta y uno he cumplido,
y me paso por el forro
a ese virus malnacido.
Porque no todos los viejos
somos enfermos aburridos.
Algunos todavía tenemos
coraje, ideal y fuerza,
y bien puesta la cabeza
para saber qué queremos.
Y es que en estas cuestiones
de establecer prioridades,
si se hace por edades,
siempre nos pasa lo mismo.
Cuando se corta el pastel,
para evitar indigestiones,
siempre sale el más lucido
repartiendo protecciones.
¡Hay que proteger a los viejos!
Bueno… Hoy se dice a los mayores.
Y como casi siempre,
¡ni para regar las flores!
A esperar tiempos mejores,
sufriendo pacientemente
y aguantando chaparrones.
Lo mismo que hicimos ayer
seguimos haciendo hoy,
ineludible presente;
mañana, casi seguro;
pero se me acaba el siempre.
Así que, señor presidente
del gobierno de esta España.
Liberemos de este encierro
a los viejos fuertes y sanos
y a las viejas fuertes y sanas.
Que si se mueren de algo,
lo están haciendo de ganas
de abrazar a los que amamos,
y sientan en nuestras manos
la fuerza y la confianza.
Mayo de 2020
Benjamín Recacha López
A Fran, Benja y Albert.
Siempre en mi mente.