No es una mantis. Es una prueba viviente de la selección natural. Observad las garras rapaces, erizadas de pinchos para retener la presa. Contemplad los ojos iridiscentes como una esmeralda que cambiase de color en la oscuridad, el vientre que imita el diseño de advertencia de las avispas, y esas alas imposibles en una mantis verdadera, repletas de delicadas nerviaciones como las de una hormiga león. Sí, es un neuróptero como ellas, un pariente lejano de las crisopas, pero tan especial, tan sometido a las mismas presiones evolutivas que las mantis, que la selección natural ha modelado su cuerpo hasta lograr algo fantásticamente semejante a esos hieráticos insectos (por convergencia evolutiva).
Pero en Mantispa styriaca, protegida por convenios internacionales, hay aún mucho más de lo que Margalef llamó "lo barroco de la naturaleza". Las contadísimas veces que he encontrado mantispas ha sido siempre en septiembre y siempre cerca de capullos de huevos de araña, a menudo de Segestria florentina. Esto no es extraño, porque estamos ante un peculiar súper-depredador, o bien parasitoide de predadores. Las larvas de mantispa se abren camino a través de la envoltura sedosa de los capullos y dentro se transforman en otro tipo de larva que se alimenta de huevos de araña, hasta que se transforma en crisálida. A esto se le llama hipermetamorfosis, y se conoce en pocas especies de insectos de nuestra fauna, como, por ejemplo, en el aceitero y en el Sitaris de quien tanto escribió Fabre.
Mantispa styriaca, un mantíspido. Convergencia evolutiva, coloración aposemática, mimetismo parcial con una avispa, consumidor especialista de huevos de un predador, e hipermetamorfosis, todo en uno. ¿Alguien da más?