Revista Arte

Lo bello como un objeto de placer desinteresado, del todo inútil, afectado, y sin finalidad.

Por Artepoesia
Lo bello como un objeto de placer desinteresado, del todo inútil, afectado, y sin finalidad. Lo bello como un objeto de placer desinteresado, del todo inútil, afectado, y sin finalidad. Lo bello como un objeto de placer desinteresado, del todo inútil, afectado, y sin finalidad. Lo bello como un objeto de placer desinteresado, del todo inútil, afectado, y sin finalidad.
Fue Kant el filósofo que comenzó a sostenerlo ya. Ahora, según decía, no se encontraba una explicación racional de nada fuera del ser humano. Es él el que recrea ya la interpretación de una naturaleza, de por sí oscura y desconocida. No hay una realidad más allá de lo que el propio Hombre pueda componer ya desde sus limitaciones. En este encorsetamiento de la realidad es donde la receptividad de lo que puede apercibirse, la sensibilidad con que atravesamos la frontera aparente de lo desconocido, viene a dejarnos claro que es ahora el ojo y la mente del ser humano quien sólo puede conseguir sublimar así lo desperdigado, lo profundo, lo caótico del mundo y sus consecuencias. Pero, sin embargo, elementos éstos existentes ya, extasiados en su universo, desde antes incluso de que el propio Hombre se planteara así algo parecido.
De esta forma fue surgiendo la estética como una disciplina de la percepción en general, algo fundamentalmente sensorial, y más tarde dedicado además a la percepción de la belleza y del Arte. Y es el motivo de todo ésto, el por qué de esa percepción, lo que viene a explicar en parte el camino que aquel filósofo tomara luego para definirlo. La percepción de lo bello, al parecer, no tiene ninguna finalidad en su propia acción. Lo bello es el objeto de un placer desinteresado nos dice el pensador. Es, por tanto, diferente a cualquier otra cosa, o necesidad, de este mundo. En la recepción de lo bello, de lo equilibrado, de lo artístico, no hay un interés especial, ni no especial, no existe nada en ello que nos lleve a querer apreciarlo, o a justificarlo. El elemento estético no tiene explicación en sí, ni es consecuencia de un concepto, y ni por esto, tampoco, posee una finalidad trascendental. Para que exista, sólo se precisa al sujeto que lo percibe, éste es el único sentido, y su única finalidad.
Cuando Jacob, el patriarca bíblico del Génesis, tuvo a su undécimo hijo, de una segunda esposa, acabó adorándolo más si cabe que al resto de sus hijos. Era su favorito, el que él pensaba que le sucedería. Tanto lo consideraba, que le mandó hacer una túnica diferente, más colorida, para destacarlo así de los demás. Éstos, sus hermanos, acabaron odiándolo por ello, y es por esto que, una vez cuando los hermanos pastaban el ganado lejos de la casa de su padre, todos atacaron a José, le quitaron su túnica, rasgada ya, y lo vendieron como esclavo a unos nómadas del desierto. Al regresar a casa, le mostraron a Jacob la túnica ensangrentada falsamente, y, de este modo, le expresaron así ya el triste final de José a su padre.
Es así como Velázquez pinta la escena de Jacob y sus hijos: ante la túnica desgarrada de José. Que es ahora lo único que le enseñan a su padre; éste no ve otra cosa, lo único claramente que Jacob percibe ahora -y los que admiramos el cuadro- es su bella y colorida túnica. No ve a su hijo muerto, ni parte alguna de su cuerpo siquiera, sólo una tela, aquélla que él mismo le obsequiase para distinguirlo de los otros. La emoción, ante la visión sensitiva de lo que percibe Jacob, es suficiente para convencerse ya de que su hijo a muerto. Cada uno de sus hermanos interpretan la mejor impostura ante la presencia -incuestionable del todo para el sujeto receptor, Jacob- de la túnica. En este caso a los hermanos les ayuda, así, el tejido que representa ya, sin distingos de ninguna clase, la personalidad definida de su hermano ausente. Inventado todo, convincente sin embargo desde la sóla imagen de la hermosa túnica ensangrentada y vinculante. Ahora la percepción de la emoción de Jacob es real, aunque el hecho en sí no sea más que la falacia recreada de una mentira.
¿Cómo se puede representar mejor la emoción íntima ante una simple visión de algo? ¿Dónde radica si no la capacidad emotiva de un sentimiento, sea éste de tristeza, de alegría o de belleza? Sólo en el simple sujeto receptor de lo sensible. Ahí, exclusivamente, es donde se encuentra la expresión de lo estético. Es por ello que el Arte no es ahora lo objetivo y lo real, lo útil, o el sentido último de una finalidad. No. El Arte sólo descolla desde la interpretación de lo que el ser humano concibe, en ese momento, como sublime. Y, además, para realizar todo esto se requiere de la libertad más creativa que exista. La representación, por ejemplo, de una naturaleza bella, de un paisaje natural real propiciatorio, no basta por sí sóla para alcanzar, así, aquella emoción íntima, subjetiva e imaginada. Porque esta emoción surge únicamente ya del propio ser, que ahora crea, espontáneamente, una visión bella, aun resumida y recreada, de su propia visión de ese mundo inabarcable. Una visión que es capaz ahora de comprender, sin acudir ya a imposibles tareas filosóficas, esa verdad trascendente y deseada; aquélla, sin embargo, que no correspondía a la esencia del Hombre, a su íntima, y afectada, esencia de sí.
(Óleo de Velázquez, La Túnica de José, 1630, Monasterio de El Escorial, Madrid; Fotografía de un hermoso paisaje de la naturaleza en Aspen, Colorado, EEUU; Lienzo de Vincent van Gogh, El Sembrador, 1888, Holanda; Óleo Lluvia, vapor y velocidad, 1844, del pintor romántico inglés William Turner.)


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