Si en una tienda os dan mal el cambio, ¿pedís el dinero que falta? Si os venden un producto en mal estado, ¿lo devolvéis? Si contratáis un servicio que resulta ser insatisfactorio, ¿reclamáis? Apuesto a que la respuesta es sí en los tres supuestos. Es más, en caso de que tengáis una mala experiencia en, pongamos, un restaurante, ¿repetís? Desde luego que no.
Imaginad a alguien feliz porque le hayan timado en una tienda o porque le hayan servido un hermoso pescado podrido en el restaurante. Ridículo, ¿verdad?
Pues si somos tan (lógicamente) exigentes con los productos de consumo, ¿por qué extraño mecanismo mental se explica que hagamos la vista gorda con quienes gestionan lo público? No sólo la vista gorda, sino que incluso renovemos nuestra confianza en quienes han demostrado hasta la saciedad ser manifiestamente incapaces de hacerlo o, peor, aprovechan nuestra “buena voluntad” para robar(nos) a manos llenas, reírse en nuestra cara y, para colmo, sin atisbo de vergüenza, pedirnos, una vez más, el voto.
Este próximo domingo hay elecciones municipales y autonómicas. Llevamos muchos años soportando un expolio continuado de las arcas públicas por parte de delincuentes que, refugiados en el poder que otorgan las instituciones, se están haciendo de oro a costa de nuestra miseria. Son sociópatas cuyo objetivo, el destruir la imperfecta democracia social en que vivimos, está muy avanzado, y es nuestra responsabilidad pararles los pies de una vez.
Imaginar que la organización criminal que ha teñido de un azul siniestro la mayor parte del mapa, que nos ha hundido en el cieno y a menudo en la desesperanza, pueda mantener sus actuales cuotas de poder, me provoca pesadillas.
Tras el aviso de las europeas del año pasado, tenemos la primera oportunidad real de mandarlos a casa (y ojalá que a la cárcel, habiendo devuelto lo robado, por supuesto). No es sólo una oportunidad, es una obligación… si es que pretendemos considerarnos personas íntegras, honestas, dignas, responsables de nuestro bienestar y el de nuestros seres queridos.
Dejémonos de tibieces: si votas a ladrones, a corruptos, a mentirosos, eres cómplice. Quien el domingo vote a Esperanza Aguirre, por ejemplo, estará diciendo que le parece bien que destruya la sanidad y la educación públicas, que continúe beneficiando con dinero público a sus familiares, a las empresas de su marido, que se salte las leyes a la torera… En definitiva, estará diciendo que para él/ella la política es un medio “lícito” para robar, para tratar las instituciones públicas como un coto privado en el que poder hacer y deshacer a conveniencia.
Si el Partido Popular, el partido podrido, vuelve a ganar este domingo, estaremos demostrando que como país no nos merecemos el más mínimo respeto democrático, porque esa banda de crimen organizado se está cargando la democracia sin miramientos, y encima dice que lo hace por nuestro bien. Hay que ser gilipollas para aceptarlo.
La situación es muy grave como para desentenderse, como para ser condescendiente. Hemos llegado a un punto en que son ellos o nosotros. Acepto que alguien se deje engañar una vez, dos incluso si es un poco cortito, ¿pero más? Una tercera vez ya no es engaño, es complicidad.
El panorama de las alternativas no es que sea para tirar cohetes. Los electores conservadores respiran aliviados por poder cambiar PP por Ciudadanos con la conciencia tranquila porque no podrán ser acusados (a priori) de votar a corruptos. Lo otro, la destrucción del estado de bienestar, es una opción política, despreciable bajo mi punto de vista, pero hay que aceptar que hay gente para todo. Que el partido de Albert Rivera sea refugio de falangistas y xenófobos ya no es tan aceptable, aunque en este país puedes pasear por la calle con el brazo en alto envuelto en la bandera del aguilucho sin problemas. Lo grave es que vayas con pancartas reclamando derechos sociales.
Es evidente que las municipales son elecciones donde la persona pesa más que las siglas. Es posible que haya por ahí algún alcalde del PP que valga la pena, sus vecinos lo sabrán mejor que un individuo indignado que teclea refugiado en su casa. Seguro que habrá estupendos alcaldes socialistas que no han dejado de revolverse en la silla, inquietos y cabreados, desde que su partido abandonó la izquierda para dejarse cautivar por los cantos de sirena del IBEX-35.
Pero hay situaciones que no cuelan. En Valencia es inconcebible que siga gobernando la mafia. Claro que resulta igualmente inconcebible que las opciones progresistas acudan a las elecciones más fraccionadas que nunca: Compromís (me encanta su candidata a la Generalitat, Mònica Oltra), Izquierda Unida y Podemos, cada una por su lado. Mala estrategia para generar una alternativa.
Lo de Izquierda Unida (básicamente en Madrid) es de psiquiátrico, pero el giro a la tibieza, a lo políticamente correcto, de Podemos, resulta decepcionante. Sin duda, la exposición mediática ha calado. Esperemos que cambien la estrategia de cara a las generales. Creo que lo que pase el domingo en las principales capitales del país puede ser la semilla que acabe germinando, de nuevo, en una posibilidad ilusionante de cambio. Me ilusionan Ahora Madrid y Barcelona en Comú.
Manuela Carmena ha sido un descubrimiento. Reconozco que no la conocía, y ahora envidio no poder votarla. Pero espero que lo hagan miles y miles de madrileños, porque estoy seguro de que será una gran alcaldesa, una persona “normal”, que no acude a la política para medrar, para vivir del cuento, sino para contribuir a mejorar la vida de sus vecinos.
Tampoco podré votar a Ada Colau, que espero sea la futura alcaldesa de Barcelona. En los medios burgueses, los que viven de las millonarias subvenciones de la Generalitat, se están encargando de echarle toda la mierda que pueden (que, ciertamente, no es mucha), de intentar ridiculizarla, de presentarla como una antisistema que ha abandonado su activismo para ocupar un sillón… Curioso, primero les acusan de no utilizar las vías “democráticas” (como si el activismo de calle no lo fuera) para canalizar sus reivindicaciones, y cuando se organizan para recuperar las instituciones para la ciudadanía, les acusan de “oportunistas” o de “golpistas”.
Está claro que el miedo cambia de bando. Sería muy triste que no aprovecháramos la oportunidad de cambiar las cosas, de sanar nuestra maltrecha democracia, de encender, de forma definitiva, cuatro años después de aquel grito de indignación y esperanza que fue el 15M, la llama de la ilusión por construir una sociedad mejor, más justa para el 99% de la población.
Ya no hay excusas. Los políticos son responsables de lo que pase, pero también nosotros, ejerciendo la democracia con nuestro voto, y después, estando muy pendientes de qué hacen con él.
Os invito a leer el artículo que Verónica Barcina, Verbarte, ha escrito sobre las elecciones en su blog ‘Apalabrado’.