Revista Arte

Lo de Lucian Freud

Por Calamar

Lo de Lucian Freud
Ser nieto de Sigmund Freud y vender por decenas de millones de euros pinturas de señoras muy gordas, desnudas, malencaradas y tumbadas en un sofá, son dos condiciones que cuando se dan juntas te elevan directamente a la portada de los dominicales. Ahí fue donde leímos algo de Lucian Freud por primera vez. Unos cuantos años después visito su gran retrospectiva, inaugurada apenas seis meses después de su muerte, queriendo comprender por qué una exposición de pintura figurativa tradicional ("Picasso es absolutamente venenoso", solía decir Freud) es el eje de la primaveira cultural de la capital del establishment artístico más vanguardista, Londres. Entender lo de Lucian Freud.
Traté de dejar mis recelos sobre la conocida (por mí) como Burbuja Freud en la bulliciosa Leicester Square Station, y me acerqué a pie hasta la National Portrait Gallery, donde se pueden ver los casi ciento sesenta lienzos hasta lo próximo 27 de mayo, doce años y ocho días después de la liga del Dépor. La entrada cuesta 16 libras, al cambio unos 19 euros, y al recambio una caña y una par de raciones en el Fiuza.
En la entrada me recibió una azafata pelirroja, pero me centré enseguida. Como un cebo para a los que sólo querían ver la colección permanete, encontré allí el retrato que le hizo al Baron Thyssen. Es la imagen de un hombre poderoso en un estudio sucio y lleno de papeles por el suelo. Lleva un traje de corte y fábrica impecable. La mirada baja pero satisfecha. Las manos monstruosas. Un Baron.
Ya dentro. El orden era rigurosamente cronológico.
My work is purely autobiographical. El paseo comenzó en la década de los 40, en la que abundaban los autoretratos. Además de esta constante, desde el principio también advertí que la mayoría de los retratados posan en el estudio del artista con el mismo fondo de telas y papeles arrugados, y que esos retratados suelen ser de gente de su entorno, raramente trabajó para estraños por una comisión. Dominaban los grises, azules y blancos, sobre todo el blanco de cremnitz, que según el catálogo es un pigmento bastante granulado que le da ese aspecto tan pesado cómo magnético a sus pinturas. Me gustó Hombre con cardo, de 1946, todavía naïf. En la siguiente sala, la de los años 50, ya va dejando atrás los coqueteos surrealistas y lineales, su estilo se asienta.
When I stood up I never sat down again. Es en esa década en la que toma dos decisiones: pintar de pie y usar pinceles más gruesos. De pie nos cansamos más rápido y hacemos las cosas más deprisa. Podría ser este el factor que le de la ese aspecto tan vigoroso y gestual a su pintura, que le va obligando a prescindir de lo accesorio y a prestar más atención a los paisajes fisiolóxicas más reveladoras. Podría ser o no. A lo mejor sería una manera de llegar a ver más allá del que se ve, como hacía el abuelo. Esta transición me pareció mirarla en Mujer sonriendo, de 1958.
En la sala que lleva por nombre el apellido de Randy Lerner, un multimillonario americano que donó cinco millones de libras al museo hace cuatro años y que también es dueño del Aston Villa, equipo de Birmingham que cayó dorrotado por el Dépor en el 93 con un solitario gol de Manjarín, ví los que me parecieron los retratos más excepcionales e intensos de toda la muestra, los de la serie sobre su madre, Lucie. La madre del pintor, de 1970, es un estudio sensitivo, contenido y doloroso de una mujer que pasa una profunda depresión tras la muerte de su marido un año antes, el arquitecto Ernst Freud. Pintó esta serie durante siete años como artimaña para no perderla de vista, para apoyarla y vigilarla.
Vi  también amantes desnudas, varias, muchas.  Después de publicarse esta fotografía de Freud con una modelo en su estudio un crítico del Independent escribió, daquela maneira, que "por la fama del artista de ser un poco libertario en su relación con las mujeres, especialmente jóvenes, es posible que el cuadro vaya a provocar una fantástica búsqueda de la interioridad de la modelo". Creo que si hubiese podido salir de allí con un cuadro bajo el brazo habría sido con Flora con las uñas de los pies en azul, de 2001.
Vi retratos de colegas, como el de David Hockney, que gusta mucho. La foto que encabeza este texto fue tomada por el asistente David Dawson, y en ella aparecen Hockney sentado y Freud de pie en el marco de la puerta. En un obituario que el propio Hockney escribió para el Evening Standard, tan sólo unas horas después de la muerte de Freud, cuenta como fueron aquellos días posando. Hocnkey llegaba cada mañana a las 8.30 al estudio en Holland Park, una de las zonas más singulares de Londres, y estaba hasta las 12. Solía tomar una taza de té. Freud pintaba muy despacio, y Hockney sabía que era frecuente que abandoase trabajos a medias, así que se propuso colaborar seriamente desde el primer momento. Se vistió con una americana de cuadros y un polo azul que le dio Freud. Le permitió fumar durante las sesiones si no se lo decía a Kate Moss, a quien también estaba pintando en esa época, y a quien no le permitía hacerlo. La mayoría de las conversaciones que tenían, dice Hockney, eran cotilleos sobre colegas o gente del mundillo del arte, o como se diga. A veces también hablaban de arte. Posó durante meses, excepto en junio porque marchó a Noruega para estudiar como es la luz permanente. Después acordaron que intercambiarían los papeles, y Freud posaría para Hockney. Lo hizo durante casi tres horas y se durmió. No volvió. Aquí los dos resultados.
El crítico e historiador Martin Gayford posó casi 130 horas entre noviembre del 2003 y abril del 2005 para un retrato, y recuerda que en sus conversaciones "Freud consideraba que la pintura de Leonardo de la Vinci era atroz y tampoco le gustaba la obra de Rafael o Vermeer, por su desacuerdo con la idealización de las formas humanas. Prefería la verdad expuesta en otros maestros de la pintura: Tiziano, Chardin y Courbet. Admiraba en ellos las caras, cuerpos y la forma en que agrupaban personas y animales, logrando mostrar cómo dichas figuras afectaban las unas alas otras". Incluso la reina de Inglaterra posó con la famosa corona de diamantes hasta en 70 sesiones para uno solo retrato en 2001. Las negociaciones previas duraron seis años, y dos la ejecución. El resultado fue criticado por algunos sectores que lo suelen criticar casi todo, por pintarla mayor y arrugada. Sobre eso Freud dijo que "mis modelos me interesan en cuanto modelos, quiero usar y proteger trazos particulares acerca de una persona determinada". Un diario sensacionalista dijo que habría que tirar a Freud desde la torre de Londres. El dijo que siempre había admirado a la Reina.
La exposición se completa con el famoso desnudo de la Supervisora de las ayudas estatales durmiendo, desnudada y tumbada en el sofá. La de los dominicales. Es de 1995. Lo cierto es que la escena, que es algo así como si una de las muchachas acostadas de Szekessy se hubiese comido un Botero, me perturbó, y lo hizo con esa especie de ansia que produce ver a alguien desprotegido. No es obscena, es impúdica. Y había en aquel cuarto más retratos de cuerpos infelices, desnudos, que parecía que no se protegían del frío, si no de mi mirada. Los despelotados de Freud forman una realidad cruda, sin apenas concesión poéticas, como una patada de Pepe. De alguna manera una parte de la experiencia vital más desordenada y turbia de buena parte de los espectadores va a quedar entre aquellas complejas tramas de formas, sombras y luces freudianas.
Su estudio, llamando antes, aún se puede visitar. La luz es cenital y las paredes están cubiertas por gruesas cortinas. Llaman mucho la atención las miles de manchas de colores en las paredes: son los restos que quedan al rascar la pintura seca de la abertura del tubo para sacar más, una vez abiertos nunca los volvía a tapar. Eso no lo haces si has nacido en una familia de clase media.
Ya en el metro de vuelta leía que este cuadro de la supervisora se había vendido hace poco por 33 millones de libras, el precio más alto alcanzado hasta hoy, creo, por un artista vivo. Esto unido al gran éxito de esta exposición en la socidedade inglesa. Yo supongo que estos cuadros, e incluso su autor, son una mezcla de britishness, nostalgia, honestidad, y anticonceptualismo que pegan bien en la onda conservadora en la que últimamente se mueve esta socidad inglesa en la que está triunfando Downton Abbey, y en la que un crítico de arte llamado Peter Oborne escribe hoy en el Times, a propósito de la presente muestra de Hockney en la Tate Modern, que Britain is moving back towards a world with solid, enduring values in which, fuere the first time in many years, public figures perro make confident judgments about truth, beauty and morality. Bueno, ya voltarán a inventar el punk. Pero mientras llega, prefiero quedarme con el punto que me resultó más interesante de este tipo.
 Lucian Michael Freud (1922-2011), el nieto del psicoanalista que decía que los niños pueden ser unos salidos del copón, que a los nueve años se exilió con su familia a Reino Unido escapando de la Alemania nazi, que fue el amigo inseparable de Francis Bacon y el último grande pintor figurativo del siglo XX (frasecita que le dedicó Robert Hughes y que le catapultó al festín de los mercados de los 80) apenas salía la casa, pintaba en la misma buhardilla durante la mayor parte del día la mayor parte de los días, a pesar de su inmensa fortuna y reconocimiento. Qué es lo que te lleva la ese punto obsesivo, me preguntaba, mientras hiperventilaba como una pollo de granja en los vagones llenos de la Central Line en hora punta. Que obstinación. Que talento, o que ausencia de talento. Que tormento. O que empeño, o que complejo, o que actitud vital. Cuáles son los trozos de verdad, esas gotas que Freud veía en Tiziano, las mismas que yo siempre ví en Juan Muñoz, que te obligan a hacer lo que tienes que hacer donde lo tengas que hacer para intentar, al menos, tirar hacia delante sin resignarte a aceptar lo que no será. The man is nothing, the work is everything.
Al salir compré el catálogo por diez libras, pero la pelirroja ya no estaba allí.

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LOS COMENTARIOS (1)

Por  mario Fabele
publicado el 23 mayo a las 17:49
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puedo desirle que su trabajo es magnifico, muy bueno. soy pintor graduado en una academia de arte en Cuba y usted fue un gia para mi trabajo. al guun dia me gustraria si no fuera mucha molestia mandarlec algunas imagenes de mi trabajo . Atentamente Mario Fabelo