Revista Arte
Estos días se mueve mucho por las redes sociales este vídeo de Marina Abramovic y Ulay, compañeros sentimentales y profesionales desde finales de los 70 y buena parte de los 80. Lo que hace Marina Abramovic hace tiempo que dejó de interesarme, pero aún con su parte de show, la escena es conmovedora.
Para entenderla mejor, dejo aquí un texto muy completo publicado en El País el pasado 23 de Febrero por Fietta Jarque:
Perdonen que hable de amor en un día como este. Podía haberlo hecho ayer o mañana y así evitar el tópico de un 14 de febrero. Pero es precisamente la vulgaridad y grandeza de la historia de amor de estos dos artistas de performance lo que me ronda la cabeza desde hace unos días, después de ver la película Marina Abramovic.The artist is present. En uncine comercial, por cierto, no sé lo que durará en cartelera.
La primera vez que Ulay vio a Marina ella estaba desnuda en público y se dibujaba con una cuchilla en el vientre la figura sangrante de una estrella, símbolo comunista (al menos ella la usaba con esa intención). Era 1976, en Amsterdam. Fue más que un amor a primera vista (tópico nº1). Ella era serbia, él alemán. Ambos nacieron un 30 de noviembre de años distintos. Se dedicaban, de alma, al naciente y marginal arte del performance. Se unieron carnal y espiritualmente y decidieron formar una especie de dúo artístico que llamaron “El Otro”. A los dos les interesaba el ritual, lo simbólico, el fondo de las relaciones humanas, que exploraron en sus más poéticos y revulsivos aspectos. Durante doce años realizaron piezas en las que llevaron al extremo esas ideas, desarrollando una disciplina terrible de autocontrol y desafuero.
Sentados uno frente al otro se dieron fuertes bofetadas durante casi media hora; estuvieron atados uno de espaldas al otro, inmóviles, durante 17 horas; corrieron desnudos desde dos extremos chocando sus cuerpos una y otra vez, tras volver a la posición inicial, y también lo hicieron en direcciones opuestas contra unas columnas que se iban desplazando con sus encontronazos. Unieron sus bocas sin separarse respirando el mismo aire hasta perder el sentido; se gritaron, cara a cara, hasta quedarse afónicos y exhaustos. Estuvieron sentados a los dos lados de una mesa, en silencio, en ayuno y sin moverse, durante 16 días, hasta que él tuvo que ser internado en un hospital. Mientras tanto, como su arte no les daba casi para comer, vivieron en el espacio reducido de una furgoneta durante cinco años, duchándose en gasolineras, ordeñando cabras en granjas que les permitían hacerlo a cambio de un poco de leche, viajando, preparando sus acciones. Ambos confiesan hoy que fueron años durísimos pero profundamente felices. Comprometidos íntimamente con lo simbólico, cuando su relación se acercaba al final, realizaron en 1988 una última performance titulada Los amantes. Marina y Ulay empezaron en solitario en dos extremos de la Gran Muralla China –él desde el desierto de Gobi, ella desde el Mar Amarillo-- una larga caminata de 2.500 kilómetros que los llevaría a encontrarse al centro. Tras el abrazo final dejaron de verse y hablarse durante 23 años, hasta 2010, con motivo de la granretrospectiva de Marina en el MoMA.
No es difícil suponer que una relación de este tipo agotaría las fuerzas del sentimiento de pareja. Los líquidos del amor y el odio terminaron por mezclarse. Al final llegaron las infidelidades (tópico nº2). En 2012 ella hablaba de su relación con amargura y cierto despecho en la ópera sobre su vida, dirigida por Robert Wilson, Vida y muerte de Marina Abramovic. En la película --dos años antes-- Ulay habla de su relación con ella con emociones encontradas. La acusa de haberse liado con un amigo común, mientras él simultáneamente y a miles de kilómetros, dejaba embarazada a su traductora china (durante los viajes de preparación de la performance). Sincronicidades, una vez más.
Pero lo que deja entrever en el filme Ulay fueron sus rivalidades profesionales. Ambos continuaron sus carreras. Ella triunfó, él … menos. Marina confiesa que quedó tan destrozada tras su ruptura con Ulay –-“me sentía gorda, fea, indigna del deseo” (tópico nº3)— que decidió reinventarse. Descubrió las compensaciones de la moda y la belleza (tópico nº4) y, sobre todo, desarrolló con enorme voluntad, talento y persistencia su carrera. “El arte del performance ha sido siempre alternativo. Tengo 63 años y ya no quiero ser alternativa”, dice en la película. Según Ulay, ella se rindió al espectáculo, se volvió más ambiciosa. Es curioso verlo en el filme entrar al elegantísimo piso de Marina en Nueva York. Espacios amplios, limpios y luminosos, (solo) muebles de diseño. Todo algo frío y ciertamente espectacular. Él admite que no se esforzó nunca por ganar dinero, que en realidad es un poco vago. Deja caer que, después de todo, todavía podría casarse con ella y tenerlo todo de golpe. Ironiza, pero también envidia (¿tópico nº5?).
Ulay y Marina se reconcilian como amigos en los días previos a la gran performance de la artista en el MoMA, a la que asistieron 850.000 personas a lo largo de tres meses. Hay una energía de alto voltaje entre ellos y eso se deja sentir en el filme. Ulay recorre la exposición descubriendo las huellas de su propia biografía. Se proyectan películas de sus performances juntos, está hasta la vieja furgoneta en la que vivieron. En momentos separados tanto él como ella añoran conmovidos aquellos años. En The Artist is Present, Marina Abramovic pasó 176 horas y 30 minutos (durante todas las jornadas completas en que el museo estuvo abierto al público con su exposición) sentada en silencio en una silla mientras los visitantes, uno a uno, ocupaban la silla de enfrente y le sostenían la mirada durante unos minutos. La gente hizo cola noches enteras, días, para tener esa experiencia. Al final era casi una locura colectiva. Muchos lloraban. Ella apenas se movía, pero les respondía con una mirada intensa y atenta, con tiempo y silencio. Uno de esos visitantes fue Ulay. Parece que en ese estado mental --y vital-- que propicia el arte del performance puede suceder cualquier cosa. Y ellos son maestros. El video con el que termino este post habla por sí mismo. Y aquí acaban los tópicos. O tal vez no.