Para alguien que se pasa ocho horas al día entre textos, a veces sacar un par de horas más de relativa creatividad se hace cuesta arriba. Estos meses todavía ha sido más difícil, y eso tiene su parte buena, y tiene su parte mala. La buena es que lo que no se le ha dedicado al blog, se ha escrito por otro lado; la mala es que lo dejo, y no lo dejo.
La buena es que se lo he dedicado a un libro, algo extraño, de esos típicos de grises y de porqués. Algo como lo que escribí hace años cuando murió mi padre (y que quedó, durante más de tres años, en un cajón), y volví a escribir hace poco, cuando murió mi perro. Bueno, y sigo escribiendo aunque no se ha muerto nadie más, claro.
Otra buena noticia es que me voy a casar y me iba a comprar una casa, pero al final parece que vamos a hacer un cambio de planes para recorrer en coche la mayoría de las autopistas españolas (y portuguesas) durante el verano, para quemar rueda por lo que queda de la Ruta 66 al comienzo de la próxima primavera y para caminar hasta Malasia (o hasta donde lleguemos) en algún momento.
Luego está lo que no es bueno ni es malo, solo es. Un año antes de los treinta, he aprendido que se trata de buscar libertad, no estabilidad. Que no habrá tiempo para lo demás, y que es ahora, o no es. Y quizá sea; o quizá soy un tío raro (aunque, en mi defensa, diré que tú estás leyendo esto), pero también ha llegado el momento de aceptarse por lo que es cada uno.
Con este blog he aprendido que ya hay muchas obligaciones, y cargarse con más no parece ser la solución tampoco. Sobre todo cuando buscas más libertad ocupando, cada vez, más tiempo de tu día a día.
Mejor ir de visita antes de que se convierta en esto…
Así que volveré a aquello de escribir junto a la jirafa coqueta de La Rambla con una libreta, a mirar cómo desfallece el sol en mi terraza o a buscar esos instantes de soledad que, en Barcelona, parecen imposibles de encontrar hasta la madrugada.
Sé que son ideas desordenadas, y que tú no tienes tiempo ni ganas de jugar a los jeroglíficos, pero todo se resume en que voy a escribir menos por aquí durante un tiempo. Quizá una semana, o tres, o hasta después del verano.
Y, por supuesto, nada de esto quiere decir que el blog se va fuera de una patada. Nunca es un adiós (como siempre, lo necesito yo más que tú), más bien… son cambios. O un hasta que nos olamos, como dijo Nelson.
Ya tocaba.