Mientras te da igual y te amparas en el escudo de la indiferencia: “eso no va conmigo”…
Mientras el otro no te importa y no le dejas que entre en tu vida…
Mientras él no significa nada y su dolor deja de dolerte cuando doblas la esquina…Mientras su soledad no te hace sentir tu propia soledad…
Mientras él es “él” y no te implica en el “nosotros”…
Mientras su culpa no es tu culpa y su vida no remueve tu vida…, todo va bien.
Lo malo es, cuando un buen día te levantas y se te viene encima todo el dolor del otro, toda su soledad, toda su incoherencia y amargura…
Lo malo es, cuando cargas sobre tus espaldas toda la impotencia, porque quieres ofrecer lo que no tienes, lo que no existe, ni seguramente él quiera…
La amargura de la impotencia.
¡Qué coño hago yo aquí, si no tengo qué ofrecerte! y, si te ofrezco, no quieres…
Me duele la impotencia.
¡Porque no yo sé (ni tú sabes) qué ofrecerte!
Esperé a que te hundieras y ahora estás tan adentro que no llego a cogerte, ¡que no quieres cogerte!