Revista Cultura y Ocio

“Lo pasado no es un sueño”, de Theodor Kallifatides

Por Guillermo Guillermo Lorén González @GuillermoLorn

«… Mi abuelo me tomó de la mano y nos fuimos. Él no sabía lo que yo llevaba dentro, tampoco yo lo sabía; una gran parte de mi vida transcurriría en el intento de comprenderlo…»

MaudyReseña escrita por Maudy Ventosa.

Theódoros Kallifatidis pasó a ser Theodor Kallifatides en su primer pasaporte, camino de Suecia; le sonó el nombre a derrota, porque significaba todo lo que no pudo ser ni alcanzar en su patria. Asumió que era difícil ser griego; su padre lo sabía muy bien cuando le dijo, vete hijo, no hay nada para ti aquí, dolorido por sus derrotas y sabedor de que el estigma de los padres lo acaban padeciendo los hijos… Así fue también como entendió el autor lo que era echar una piedra negra a tus espaldas. Era tirar tu corazón.

“Lo pasado no es un sueño”, de Theodor Kallifatides

Cubierta de: ‘Lo pasado no es un sueño’

La Editorial Galaxia Gutenberg nos regala otra pequeña joya de Theodor Kallifatides, Lo pasado no es un sueño, su última publicación en castellano traducida del griego moderno por Selma Ancira y, si en todos sus libros nos abre el corazón y desnuda su alma, en este lo hace de manera especial. En primera persona nos narra su infancia en Molaoi, el pequeño pueblo griego que lo vio nacer; lo dura que fue su vida cuando su familia se separa y sus padres se van a Atenas. Se queda a cargo de los abuelos paternos; más tarde llega el reencuentro en la ciudad, cuando Stelios supo que no podía seguir más tiempo con ellos, indemne, después de que un grupo de chicos mayores casi le desollara la espalda con las espinas de los higos de tuna; y su adolescencia en la ciudad; el servicio militar y su salida de un país en el que no había sitio para él. Siempre rodeado de la pobreza que marca a los desheredados que tienen ideas propias diferentes del pensamiento correcto. La palabra “rojillo” iba siempre por delante, cerrando oportunidades, universidad, ilusiones, opciones de trabajo… Lo curioso es que también eso puede heredarse al revés, es decir, de hijos a padres; y a hermanos.

Es un libro sensorial, porque a aquel niñito que quería convertirse en santo, siempre le acompañaron los olores penetrantes que percibía cuando iba de la mano de su abuelo Stelios: el de la albahaca y los geranios de Monemvasía; el olor a limón del enorme bosque de limoneros donde podía perderse… Molaoi, era su patria, ese lugar donde después de la lluvia la tierra huele más hermosa; los pecados olían a jazmín y lilas; y el sabor de las almendras que tanto gustaban al abuelo; y el de la miel cuando podía ayudar a alguien a pesar de no tener casi nada que dar…

Los alemanes sembraron el terror en el pueblo; asesinaban, torturaban y arrestaban a hombres de cualquier edad, como hicieron con aquel maestro comunista. El hambre siempre presente en la población. Cuando se marchan, se queda la ultraderecha y, por contra, los comunistas. Los pueblos se van vaciando de gente que huye de la guerra civil y buscan sustento y trabajo en las ciudades, que se llenan de menesterosos y desvalidos; de viudas con hijos; de pordioseros que luchan por obtener las mejores caridades junto a las iglesias –la miseria también tiene sus reglas y categorías–; huérfanos sucios y libres; gatos, perros… Esta cohorte de pobres recibe a Theodor en Atenas. Pero están su madre, su padre, su hermano, y sus tíos y primos.

Ese niño tiene ir a la escuela con otros niños y niñas que le llaman “el bobito” por sus pantalones cortos y su dialecto del Peloponeso. Y la pobreza constante. Ni se integra ni lo aceptan, pero acaban acostumbrándose a él; tuvo un buen amigo, con el que compartió infortunio, Kostakis, porque él era bajo de estatura y todos lo miraban, mientras que yo era extranjero y nadie me veía. Su único amigo. Pero como también ocurriría más tarde, el lenguaje fue su salvación y se hizo famoso; incluso escribía cartas de amor de otros para la misma, Meri, su Meri, porque todos la amaban.

No solo aprendió a disfrutar de la belleza de las mujeres, porque nos salió enamoradizo y tuvo varias novias; abandonó y fue abandonado; también se enamoró de la lengua… El instituto fue un momento decisivo en su vida con el griego clásico, la historia y el latín, se me hacía la boca agua, sin que supiera yo por qué. Pero, sobre todo, adoraba la Gramática, que no únicamente organizaba la lengua, organizaba también el tiempo. El tiempo que es, era fue, será, ha sido y habría sido… Aprendió a mentir y a ocultar, dio su primer beso y supo por qué un amor desdichado es indispensable para hacer de un niño un hombre y se volvió ateo porque necesitamos un Dios que nos ame, no un verdugo más.

Con la adolescencia, cada vez es más difícil la adaptación a los tiempos modernos americanizados, cuando todavía las cárceles estaban llenas de presos políticos. Y sobre todo la pobreza que arrastró. Los largos meses que pasó en el servicio militar fueron terribles y estuvieron llenos de humillaciones, Esparta, Tesalónica, Rentina… se preguntaba si habría una vida para él en otro lugar. Sufría porque la emigración era una especie de suicidio.

El 27 de mayo de 1963 asesinan a Grigoris Lambrakis, médico, político y atleta. Dos semanas más tarde, él parte en tren para Suecia. No más humillaciones. Se lleva las obras completas de Kavafis y un poemario se Seferis, con un verso que decía: “Dondequiera que viajo, Grecia me hiere”. Y también tres grandes preguntas: ¿quién y por qué había denunciado a su padre con los alemanes? ¿Qué había pasado con Stelios en el pueblo? ¿Qué le había pasado a Yorgos durante el servicio militar? Encontró la respuesta a dos de ellas, pero no a la primera, aunque ya tal vez no importe porque estarán muertos… Siempre tuvo presente lo que su padre le escribía: No te olvides de quién eres. Y escribió en la lengua del país que lo acogió, porque el griego no casaba en su nueva vida, la realidad sueca tenía su propia lengua… y apareció la bonita Gunilla, con la que lleva cuarenta y dos años y se dio cuenta de que podía escribir sobre lo que conocía bien: sus propias experiencias. Y más tarde recuperó su lengua tras una visita a Grecia, a su pequeño Molaoi… pero esa es otra historia…

¿De verdad que lo pasado es un sueño? No, pero ya es hora de convivir con él sin que duela tanto.

La patria es patria y el extranjero es extranjero, pero hay veces en que el extranjero se vuelve patria y la patria, extranjero.

Es una delicia encontrarte de nuevo Theodor. Tus patrias ya no solo existen en tu corazón, tu patria es el mundo y estoy segura de que tus miles de lectores sienten que tu idioma, sueco o griego, es universal, porque la emigración, el dolor, el desarraigo, la pobreza, los sueños, el amor… es de todos. Nos llegas muy dentro y quiero compartir contigo también mi patria. Te hago un hueco, porque en mi corazón lo tienes desde hace tiempo.

“Lo pasado no es un sueño”, de Theodor Kallifatides

Theodor Kallifatides con Maudy Ventosa

PERSONAJES:

  • Theodorakis, leía mucho y de todo: revistas, periódicos, enciclopedias, los Clásicos ilustrados… Oscar Wilde, la profundidad de Dostoievski, la naturalidad de Knut Hamsun; Stendhal, Sartre, Nietzsche, y sobre todo Simone de Beauvoir… Aprende de Kant que su vida era más grande de lo que él veía. Es delgado y tiene las piernas torcidas. Tras las incursiones en el deporte, vuelve a lo suyo, la lectura. Y el colegio fue decisivo para él, se volvió ateo, socialista y amante de la literatura.
  • El padre, maestro de pueblo, en Molaoi. Lo echaron de la enseñanza pública inculpado de comunista. No se integró. No iba ni al café ni a la taberna. Siempre buscaba trabajo y le dolía la úlcera de estómago. Siempre fue un refugiado. Fugitivo de Turquía se volvió emigrante en Grecia. Encontró su patria en su interior. Los años no le doblaron.
  • Mamá, Antonia, no era una persona instruida; tenía veinticuatro años menos que su marido, y tres hijos varones. Se vinculó pronto al barrio en Atenas e hizo amigas. Era bella y alegre, y los amaba.
  • El abuelo Stelios cada día encendía su pipa; sus ojos están debilitados, pero su mano es fuerte. Estatura media, regordete, lento y sonriente, le gusta entrar en el café y tomarse un ouzo. Había sido emigrante en América, pero acabó como hojalatero en Epidauro Limera.
  • La tía Jrisí, hermana de la primera mujer de mi padre. Les acogió en Atenas cuatro años. Era esbelta, de rasgos bellos y con un corazón más grande que su cuerpo. Dulce, tranquila y elegante. Con buena educación, que había perdido su patria por ser griega, Constantinopla. El tío Thanasis, su marido, era alto, jovial. Era bombero y zapatero. Era de Corfú. Nunca se enojaba, ni se emborrachaba. Su hijo Antonis, nunca hablaba sin reflexionar; fue siempre el segundo, y le gustaba. Meri, su hermana, heredó de su padre el rostro sincero y la risa; de su madre los ojos dulces.
  • Stelios, hermano de Theodor, estudió en la Academia de Pedagogía y siente pasión por la música. Trabajaba de maestro.
  • Yorgos es su medio hermano y vive en Tesalónica. Doce años mayor que Theodor. Había sufrido mucho, pero la vida le compensó con un amor grande, Ioanna, de ojos dulcísimos que curó su alma. Tiene los ojos sonrientes, gris azulado, de su padre. Cabellera rubia en bucles. Un labio mutilado y el corazón herido.
  • Kostakis, su gran amigo, con el que comparte penas y alegrías. Tiene un talento insólito para las matemáticas y la física, tocaba la guitarra y dibujaba espléndidamente. Le encanta Chéjov. Era muy bajo, y eso le causaba amargura; convivía con la tristeza. Se encontraron en Suecia, pero amaba su país y su lengua y volvió. Lo mató la amargura.
  • María, tan pobre como él, pero más alegre. Su risa era serena, la continuación de su charla. Su alegría compensaba los infortunios.
  • Karólos Koun tiene la mirada magnética y abundante cabello gris enmarañado. Es el maestro del teatro y le presentó a Brecht, a Ionesco, a Beckett, a Williams, a Arthur Miller y a escritores griegos más jóvenes y devolvió a los clásicos a la realidad griega. Los alumnos lo adoraban.
  • Manos Elefthríou, nuevo alumno de la escuela de teatro que escribe poesías fuertes y tiernas a la vez, escritas con temor, veneración y respeto. Cada palabra era como una pequeña tesela en un mosaico especialmente bello. Comenzaron una amistad profunda.
  • Li hablaba cuatro idiomas y había publicado dos poemarios. Había leído muchísimo. Bonita, con abundante cabello negro azabache y ojos verdes. Casada y mayor que él… Tiene dinero.
  • Nikos, es el amigo de su hermano que siempre le protegió en el pueblo, cuando se fue su familia. Fue corredor de rally.
  • Gunilla Elizabeth, “la muchacha de la residencia estudiantil”, su mujer desde hace cuarenta y dos años. Ver su rostro cada mañana era como abrir la ventana… Desde entonces, siguen juntos, y tienen una hija, un hijo y varios nietos.

Y muchos más…

SINOPSIS de la editorial.
«Tenía ocho años cuando mi abuelo me tomó de la mano y no la soltó hasta que encontramos a mis padres en Atenas. Quién sabe qué podría haber pasado si me hubiera quedado en el pueblo. Era 1946. Principios de la primavera de 1946.Los almendros florecían uno al lado del otro y el campo estaba en su esplendor.»
Así sí empieza la novela más autobiográfica de Theodor Kallifatides y una de las más apreciadas por sus cientos de miles de lectores. Una semana antes de que Kallifatides huyera del pueblo, un grupo de fascistas con armas en la mano había obligado a toda la gente a reunirse en el cementerio. Allí se quedaron jóvenes y viejos aterrorizados mientras su infame capo los llamaba lentamente a uno tras otro para finalmente seleccionar a algunos hombres que se llevó con él. Sus cuerpos nunca fueron encontrados.
Con su característica sencillez y humanidad, Kallifatides nos narra su vida desde que abandona su pueblo natal hasta que retorna a él para recibir el homenaje de sus vecinos convertido ya en un escritor consagrado. Así descubrimos la infancia y la adolescencia en la Atenas gobernada por regímenes autoritarios, el nacimiento de la conciencia política y de clase, el descubrimiento de la sexualidad y el amor, el exilio a Suecia, la sorprendente capacidad para rehacer allí su vida laboral y formar una familia, y su trayectoria como escritor en la lengua de acogida, el sueco.

Kallifatides nos brinda otro libro magistral, para deleite de los que ya conocen su obra y de los que todavía tienen la suerte de poder descubrirla.

Lee y disfruta de un fragmento de la novela.

“Lo pasado no es un sueño”, de Theodor Kallifatides

Theodor Kallifatides

El autor:
Theodor Kallifatides griego: Θοδωρής Καλλιφατίδης (Molaoi, 1938) ha publicado más de cuarenta libros de libros de ficción ensayo y poesía traducidos a varios idiomas. Nació en Grecia en 1938, y emigró a Suecia en 1964, donde consolidó su carrera literaria. Ha traducido del sueco al griego a grandes autores como Ingmar Bergman y August Strindberg, así como del griego al sueco a Giannis Ritsos o Mikis Theodorakis. Ha recibido muchos premios por su trabajo tanto en Grecia como en Suecia, país en el que reside actualmente.
Galaxia Gutenberg publicó en 2019 su obra Otra vida por vivir, que ha merecido el Premio Cálamo “Extraordinario 2019”. En 2020, se ha publicado la obra El asedio de Troya en este mismo sello.

El libro:
Lo pasado no es un sueño (título original: Τα περασμένα δεν είναι όνειρο, 2012) ha sido publicado por la Editorial Galaxia Gutenberg en su Colección Narrativa. Traducción de Selma Ancira, 2021. Encuadernado en rústica con solapas, tiene 192 páginas.

Cómpralo a través de este enlace con Casa del Libro.

Como complemento pongo un vídeo muy interesante con una conversación entre Theodor Kallifatides, la traductora Selma Ancira y Xavier de la librería barcelonesa Nollegiu.


Para saber más:
Theodor Kallifatides en Wikipedia.


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