Revista Comunicación
Leyendo Intemperie, este deslumbrante libro de Jesús Carrasco, pienso en el poco tiempo que ha pasado desde que este país podía suponer para muchos un verdadero infierno. Aunque en la novela el autor, muy acertadamente, no especifica ni el tiempo exacto ni el lugar concreto cualquiera que se acerque a ella puede especificar el período político en el que la misma se desarrolla así como reconocer que es el arduo campo español el que sirve de escenario.
Esa época relativamente cercana de poderosos sin límites y sin escrúpulos, llenos de crueldad; y época también de sometidos al yugo de aquéllos sin más destino que procurarse la supervivencia. Realmente de eso hace tan poco que quedan todavía muchos que podrían dar testimonio de todo el sufrimiento y el dolor que algunas clases sociales padecían, sin tener otro camino más que el de marcharse. Pienso también en la mala memoria de este país, en el que muchos de aquellos poderosos que amparaba a los sádicos no sólo no perdieron su poder al acabarse el Régimen, sino que legaron el mismo extendiéndose hasta nuestros días de democracia estando presente en las más altas instituciones de España. Esos mismos pomposos apellidos que estremecían y asustaban a muchos en la época de la Dictadura siguen repitiéndose en el ámbito de la política, la justicia, la enseñanza académica, las universidades y los hospitales. Pienso en lo que me enorgullece pertenecer a una familia sin rancio abolengo, de apellidos comunes, que nada tuvo que ver con que en esta patria mía se ejerciese contra niños, ancianos, gentes de todo tipo, la más abyecta de las violencias.
Quizá es la cercanía con los personajes de la novela lo que me llena ahora de rencor e incluso de odio. Odio hacia aquéllos a los que no conocí ni padecí. Será este odio lo que me hace despreciar aquella amnistía que fue necesaria para el triunfo de la democracia y que dejó impune tantos crímenes crueles y llenos de saña. Ese silencio que se impuso en los primeros años de la Transición y que se ha extendido hasta ahora dejando los crímenes no solo impunes sino también incluso sin reconocimiento, como si realmente no hubiese existido la Dictadura y la guerra hubiese acabado en 1977 con muertos, heridos y crímenes por las dos partes. Parece que olvidamos la represión, el abuso y el sometimiento que sufrieron todos los ciudadanos durante el Régimen por los poderosos y sus lacayos. Es el talento del autor al narrar los horrores de la época, la espantosa situación a la que tantos se veían expuestos lo que me hace desear el ojo por ojo, diente por diente.
A veces la literatura también saca lo peor de nosotros.
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