Revista Arte

Lo podemos elegir todo..., excepto, dónde, cuándo y cómo nacer.

Por Artepoesia
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Hubo una vez un pequeño tintorero, de la Rusia profunda y zarista de mediados del siglo XIX, que llegó en una ocasión a echar de casa a su propia hija, Bárbara, cuando ésta se llegó a comprometer con un pobre y vulgar carpintero. Pocos años después, cuando ella enviudó, se vió obligada inevitablemente a regresar al hogar en donde había nacido años antes, llevando ahora consigo, eso si, a su pequeño y huéfano hijo Alekséi Maksímovich Péshkov, más conocido luego como el escritor Máximo Gorki (1868-1936). Su infancia fue un horror. Un martirio que forjó, años más tarde, al gran creador literario que fue Gorki. En la casa de su abuelo las envidias y recelos surgieron de pronto frente al nuevo heredero. Así, fue maltratado por casi todos; especialmente además por su abuelo, un ser violento, frustrado y amargado. Tal fue en su infancia el amor a la literatura, que una vez le llegó a robar a su madre el poco dinero que costaba un pequeño cuento de Andersen. Ésta, sin embargo, le castigó, pegándole incluso por ello. Cuando su madre falleció, Gorki tenía once años y su abuelo ya lo obligó a trabajar desde entonces fuera de casa. En uno de los muchos trabajos adolescentes que llegó a realizar, en una noche, en vez de cuidar de las propias tareas que tenía, fatídicamente se distrajo leyendo los viejos periódicos que encontraba. Una caldera descuidada de pronto explotó. Su patrona, entonces, le atizó en la espalda de tal modo con las ramas cortadas de un abeto, que tuvieron que extraerle de su cuerpo hasta cuarenta y dos agujas de las hojas del mismo.
Nuestra libertad potencial es casi completa, por no decir absolutamente completa. Podemos elegir irnos de un lugar, marcharnos o quedarnos. Podemos luchar y luchar, si decidimos hacerlo, por aquello que pensemos que es lo que más nos conviene. Pero, también, podemos elegir quedarnos, elegir seguir en donde estamos, también somos libres de hacerlo. Del mismo modo, podemos hasta cambiar de nombre, el color de nuestro pelo, el olor de nuestro cuerpo. Podemos, si queremos, hasta cambiar nuestros orígenes, sí, llegar a ser hasta otra persona diferente de la que nacimos. Generalmente, cuando cambiamos de este modo lo hacemos no tanto por nosotros mismos como por los demás. Es como los demás nos ven o nos sienten lo que, a veces, obliga a algunos seres a derivar así, en un cambio radical. Otras no. Otras elegimos cambiar porque queremos nosotros hacerlo, con independencia de lo que los demás opinen o quieran o condicionen nada. Es sobre todo cuando el cambio es interior más que exterior. Pero, en general, somos libres para elegir casi todo; no casi, todo... ¿Qué no podemos elegir si queremos verdaderamente hacerlo? Muchos seres lo han demostrado en la historia. La fuerza de la decisión personal es mayor que los acontecimientos. Aunque éstos predominen a veces, siempre se puede volver a elegir, ya que la vida no es infinita, ni permanente, ni odiosa siempre de por sí.
Pero, hay algo que no podemos elegir. Es lo único. Hasta morir es posible elegirlo. Pero, nacer, no. Ni dónde ni cuándo ni cómo. Es el misterio de la vida más subyacente de todos si lo pensamos bien. ¿Por qué ahora, por qué entonces?, ¿por qué aquí, por qué con estos?, ¿por qué de este modo? No hay respuesta, ni la habrá. Estamos condenados en esto más que en cualquier otra cosa, mucho más. A veces, a los seres, a algunos, la providencia les ha tocado parte de las alas de su destino y disfrutan así de un entorno maravilloso. Tuvieron la suerte de nacer así y de tener ese mundo. Otros, ni siquiera sus alas podían volar alegres y revoltosas por un destino universal no ya excelente, al menos sosegado y respetuoso. Pero, es así el único azar inexplicable, injusto y torticero de la vida. Entonces, sólo podemos reelegir. Algunos maldiciendo de nuevo su reelección, otros luchando por querer hacer, alguna vez, lo que soñaron al comprender la feroz diatriba de sus vidas. Unos pocos, salvándose por lo que desde hace milenios el ser humano ideó: el Arte, la única cosa que te transforma por completo, rehaciendo un nuevo ser, sin connotaciones ni de lugar, ni de modo ni de tiempo.
(Cuadro del pintor francés Marc Chagall, El Nacimiento, 1920, Suiza; Fotografía del escritor ruso Máximo Gorki; Óleo Amor Fraternal, 1851, del pintor francés clasicista William Adolphe Bouguereau, que tuvo la suerte de, a pesar de nacer en un ámbito conyugal enfrentado, ser enviado al cuidado y la educación de su tío, que le trató mejor y  le envió incluso a estudiar a la escuela de Arte; Autorretrato, 1886, del pintor William Bouguereau; Cuadro del pintor Rubens, Nacimiento de Luis XIII, 1625; Óleo del pintor español Francisco de Zurbarán, Nacimiento de la Virgen, 1630, USA; Fotograma de la película Matar a un Ruiseñor, del año 1962, protagonizada por el actor Gregory Peck.)
Vídeo homenaje a la película Matar a un Ruiseñor, 1962:

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