En la distópica interpretación de la ciudad de Los Ángeles que Ridley Scott hace en Blade Runner, apenas hay lugar para las plantas. Más espacio tienen los animales, pero en ese universo cinematográfico en el que resulta imposible discernir a primera vista quién es qué, humano o replicante -esto es, un androide- fabricado mediante la ingeniería genética, tampoco le está dado al espectador distinguir si esos animales son tales o, por el contrario, son fabricaciones humanas. Sólo del búho de Tyrel y de la serpiente de Zhora sabemos su origen: artificial en ambos casos. Es necesario remitirse a ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, el libro de Philip K. Dick en el que se inspira la película, para saber que el resto de los animales que cohabitan en la ciudad también lo son. El transhumanismo, hoy, ya no parece un sueño del porvenir.
Son muchas las reflexiones, incertidumbres y temores que en este siglo XXI plantea el futuro que se deriva desde la concepción transhumanista sobre la evolución del ser humano y su entorno, como propone a través de una visión general el filósofo Francesc Torralba en El transhumanisme sota la lupa (Club de Roma. Algunos elementos de esta concepción del futuro los tenemos más asumidos de lo que creemos: no ya por el mañana tecnológico al que nos asomamos a través de las pantallas, sino por la realidad que se nos presenta en determinados entornos en los que ya vivimos, como las -cada vez más− grandes ciudades. Uno de estos elementos es, por ejemplo, el alejamiento de la naturaleza y su progresiva destrucción.
La pérdida de ecosistemas es uno de los cinco motivos de preocupación identificados por el IPCC
Emilio Muñoz ha tratado la incidencia del desarrollo tecnológico sobre los tres factores que concurren en lo que ha denominado ' entorno de sociabilidad NACE'; es decir, la expresión del entorno y la evolución histórica humana. Junto con la cultura y la ética, el tercer factor que constituye este desarrollo es la naturaleza, "es decir, la biología comportamental y el medio ambiente en que se vive". Este último constituye, según la RAE, "el conjunto de circunstancias exteriores a un ser vivo". Pero aquí prefiero considerarlo en el sentido más naturalista del concepto, el que tiene en cuenta el papel del ser humano y del resto de seres vivos en la naturaleza, en la biosfera.
Ésta, hoy, se halla en peligro: la pérdida de ecosistemas y biodiversidad se encuentran entre los cinco motivos de preocupación identificados por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de la ONU (IPCC) en sus informes; el último, de hecho, es especialmente preocupante.
La creciente disminución de la diversidad biológica, íntimamente relacionada con el cambio climático, provoca numerosos impactos negativos en los ecosistemas del planeta. El Informe del Taller sobre Biodiversidad y Cambio Climático de la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (IPBES) hace hincapié en la inextricable relación entre el clima y la biodiversidad de la Tierra, y señala los impactos del cambio climático y la pérdida de biodiversidad entre los principales retos para ecosistemas y sociedades humanas. Según los expertos, las acciones para mitigar el cambio climático pueden tener efectos tanto beneficiosos como perjudiciales; ignorar la naturaleza inseparable del clima, la biodiversidad y la calidad de vida humana puede llevar a adoptar soluciones que, en última instancia, no sean las óptimas.
¿Podría quedar el disfrute de la naturaleza relegado al alcance de una élite?
Preocupado por la propia naturaleza humana, el transhumanismo no ha prestado especial atención a nuestra relación con el entorno natural. Muchos de los habitantes de los países más privilegiados no han visto jamás animales en estado salvaje; como mucho, animales urbanizados. El horizonte ha perdido cualquier significado y relevancia para millones de personas en las urbes. Caminamos hacia la virtualidad, hacia la "realidad virtual" −que no deja de ser una antítesis, una paradoja− no sólo a través de las tecnologías de pantalla, sino en otros aspectos como la alimentación, donde contamos con ejemplos como el de la carne artificial. Podría parecernos que estamos ante un futuro espeluznante, pero no hay ningún futuro de esta clase; de hecho, ya está ocurriendo.
¿Llegará un tiempo en que el Homo sapiens, o la especie que le suceda -sea esta replicante o fruto de la evolución biológica y cultural− pueda prescindir del resto de los seres vivos? En la actualidad, las plantas son imprescindibles para la subsistencia de las formas de vida orgánicas, como la nuestra. Resultan fundamentales para la existencia de una atmósfera respirable, contribuyen a la estabilidad del clima y son fuente primaria de alimentos.
Sólo tras casi dos horas de visionado de Blade Runner, Ridley Scott nos descubre, más allá de los límites de la -sombría, distópica y transhumana- ciudad de Los Ángeles, una vasta extensión de vegetación donde, ahora sí, se observan plantas en estado natural −al menos así lo parece−, vislumbrándose ese horizonte oculto por la arquitectura de la ciudad. En esto último, el 2021 real y el cinematográfico coinciden.
Pero, atención, otra de las incertidumbres que nos plantea un futuro transhumanista tiene que ver con la desigualdad. Del mismo modo que los tratamientos para mejorar la salud y, sobre todo, para prolongar la vida, podrían estar disponibles sólo para un cierto sector de la humanidad, ¿quedaría el acceso a la naturaleza relegado al alcance de una élite, ya sea humana o replicante? Puede, desde luego, que lo esté para los individuos como Rick Deckard −el policía humano− y Rachel −su enamorada, una replicante de última generación−; aquellos que puedan abandonar la ciudad para planear con su automóvil volador sobre ese entorno natural.
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