Revista Cultura y Ocio
Perdonar para vivir. No hay más remedio. No podemos entrar en la vorágine de estar siempre pensando en las cosas negativas que nos han hecho algún que otro ser inmundo. Ya tenemos bastante con el precio que nos hará pagar el cerebro por ello durante toda la existencia. El cerebro no olvida. Así que, aunque perdonemos, siempre estarán ahí las consecuencias que el cerebro quiera aportarnos en forma de trauma o neura. Perdonar es relativo (ya saben, casi todo es relativo) igualmente. Hay cosas que jamás se perdonan, supongo. Tampoco es para arrancarse las vestiduras, o los ojos. Y, sin embargo, hay circunstancias, aquellas menos comprensibles para nuestra conciencia que, sin perdón, nos abocarán a una mísera existencia vital. Es ahí dónde entra ese "perdonar para vivir". ¿Qué circunstancias? Impredecibles ¿Cómo darse cuenta de ello? Impredecible. Espero que en este punto del post se hayan dado cuenta de la levedad y relatividad de las emociones; de la enorme levedad y relatividad del pensamiento humano. Hay quien sólo puede vivir "sin perdón". Es la guía que sustentan sus existencia. ¡Claro que es triste! Nadie podría expresar lo contrario. Pero a lo que me lleva es a asegurar que el vivir, como infinitivo, está inundado de perdones, no perdones, y venganzas. Forman parte de nuestros anhelos sentimentales más íntimos. Y no hay por qué torturarse por ello. El Mundo gira más despacio de lo que parece, y uno camina a la par, improvisando cómo superar los contratiempos emocionales agresivos, y los no tan agresivos. Perdonar, vivir...y caminar. Hasta que uno se canse.