Una de las batallas finales de la Segunda Guerra Mundial en Europa fue la de los científicos nazis. Americanos y soviéticos se esforzaron por encontrar a los genios que habían hecho posible los cohetes V1 y V2 y los primeros aviones a reacción. Con estos ingredientes, uno de los episodios principales de la Guerra Fría estaba servido: el de la carrera espacial, una cuestión más de prestigio que bélica, pero cuyos contendientes se tomaban casi tan en serio como el planteamiento de una batalla decisiva. Al principio había muchas dudas al respecto. Una vez subsanado el problema de romper la barrera del sonido, podía plantearse el de enviar hombres al espacio. Durante la etapa que describe Wolfe en su libro, los años cincuenta y los primeros sesenta, los rusos siempre fueron uno o dos pasos por delante, pero eso fue un estímulo para la gran ola de patriotismo que acompañó a lo primeros viajes espaciales de los astronautas estadounidenses.
¿Y de dónde se reclutaron estos primeros astronautas? Evidentemente, de entre los mejores pilotos de la marina y el ejército. Estos eran hombres especiales (que tenían lo que hay que tener, según recuerda Wolfe todo el tiempo), que vivían en un mundo altamente competitivo, en el escalaban una pirámide imaginaria, en cuyo viaje a la cúspide iban quedándose muchos compañeros, muchos de ellos por no alcanzar el nivel exigido y algunos otros por estrellarse con sus aviones en entrenamientos o probando nuevos prototipos. Pero todos compartían algo: un ego descomunal, un sentimiento de superioridad que les hacía sentirse parte de una especie de casta superior:
"El mundo estaba acostumbrado a enormes egos de artistas, actores, animadores de toda suerte, de políticos, ases del deporte e incluso periodistas, porque tenían formas familiares y adecuadas de exhibirlos. Pero aquel esbelto joven, con su uniforme, con el reloj enorme en la muñeca y la expresión remota en la cara, aquel joven oficial tan tímido, incapaz de abrir la boca, salvo que el tema fuese aviación, ese joven piloto, en fin, amigo, ¡tiene un ego aún mayor!, ¡tan grande que resulta escalofriante! Incluso en los años cincuenta, a los civiles les resultaba difícil entender una cosa así, pero todos los oficiales del Ejército, y muchos reclutas se sentían superiores a los civiles."
Lo que no podían imaginar es que pronto iba a surgir una manera insospechada de llegar más arriba que nadie. Se trataba de ser astronauta. Aunque esta nueva ocupación suscitó muchas dudas entre los candidatos, pronto fue la más prestigiosa entre ellos, porque ser astronauta automáticamente conllevaba adquirir el estatus de héroe. Y no un héroe cualquiera, sino un héroe épico que iba a enfrentarse en el espacio al gran enemigo: la Unión Soviética. La población asustada por la posibilidad de bombardeos atómicos desde astronaves veían a estos hombres como la única línea de defensa posible. Poco a poco, las misiones se hicieron más rutinarias, hasta que se fijó el nuevo objetivo, algo más propio de la ciencia ficción que de la realidad: viajar a la Luna...
Lo que hay que tener es una crónica que se mueve de manera muy sabia entre el periodismo y la ficción (esto último, otorgando sentimientos y pensamientos a personajes reales en circunstancias históricas) y es capaz de ofrecer al lector jugosas anécdotas que se convierten que hacen del relato algo mucho más humano. También es un perfecto retrato de una época y sus obsesiones, de una sociedad en la que el machismo estaba a la orden del día (los pilotos, plenos de testosterona, son los héroes y sus mujeres son las perfectas amas de casa sufridoras que guardan el hogar mientras su caballero efectúa hazañas imposibles). Quizá toda esta visión, todos estos sueños, que fueron posibles durante unos años, se vinieron abajo abruptamente con la guerra de Vietnam. La traslación cinematográfica, titulada en España Elegidos para la gloria, resulta una obra muy entretenida, pero que peca de exceso de patriotismo, de culto al héroe. Destaca un magnífico Ed Harris que compone a un muy creíble John Glenn, que no fue el primer astronauta norteamericano, pero es el que supo llevarse la mayor parte de la gloria.