Revista En Femenino

Lo que la adaptación nos ha enseñado

Por Y, Además, Mamá @yademasmama

Aún no hemos terminado las dos semanas de adaptación de la escuela infantil ni han acabado las lágrimas, pero en este tiempo hemos aprendido muchas cosas. Nosotros, como padres, pero sobre todo el pequeñajo. No me esperaba que en tan sólo ocho días de clase, que no sumados no llegan ni a ocho horas, haya dado un cambio tan visible, tanto en sus rutinas como en su comportamiento. Hemos descubierto nuevas cosas que le gustan al enano, que poco a poco se va adaptando a los cambios y que va resolviendo sus conflictos.

Ley de vida y cosas de la edad, sí, pero verlas así concentradas en poco más de una semana, impresiona. Nuestras lágrimas nos está costando, no lo oculto, pero se va adaptando bien y despacio y creo que la clave de ello ha sido un tiempo de adaptación largo y en el que los padres podemos estar presentes (algo en lo que estoy muy de acuerdo).

→ Tenemos un Master Chef Junior en potencia: No sé si el programa tendrá tantas ediciones como para que acabemos apuntándolo, pero hemos descubierto la pasión culinaria de mi hijo. Se ha enamorado de la cocinita de la escuela, a la que no le falta detalle: vitrocerámica, lavabo, un buen espacio de encimera y cajoneras y todo tipo de cacharros de cocina. El niño está completamente metido en su papel de cocinero, seguramente imitando a su padre, porque apunta maneras y está claro que no son las mías: pone la sartén el fuego, echa unos lazos de pasta, lo sazona y mueve la sartén para que no se le pegue. Lo pasa al plato, lo echa a los vasos (ahí el pobre se hace un lío, no exijamos demasiado), revuelve… Lo ha aprendido por imitación, pero ya no hay manera de separarle de las sartenes y cacerolas de juguete.

masterchefjunior

→ Quien va a recogerle a clase se convierte en su salvador y el preferido del día. Esto demuestra que no tenemos ni idea de cómo piensa un niño y que mi hijo no es rencoroso. Hemos comprobado que quien le lleva a clase y lo recoge se convierte ese día en su padre favorito. Todo son abrazos y besos para él (y para el otro, pan y agua) Por motivos de trabajo, la semana pasada fue tres días seguidos su padre y pude vivir en mis carnes lo que es sentirse desplazada y dejar de ser la número uno de las carantoñas del niño. Lo bueno es que, desde que el viernes me tocó a mí llevarle, he recuperado mi trono y he dejado de ser la segundona (que no me ha gustado nada, pobres padres).

→ Ya no se aleja tanto y nos demuestra más su cariño. Antes, como conté en El caminante y la gorila, dinamitaba todas las distancias de seguridad y se escapaba al mínimo descuido a descubrir mundo. Ahora no se atreve a alejarse tanto, y si lo hace, vigila por el rabillo del ojo que le estamos mirando. Casi nunca se dejaba coger de la mano, pero ahora, para asegurarse de que le entendemos, nos agarra de la mano y nos lleva donde le interesa (lo hace sobre todo para que no nos vayamos de la escuela y lo dejemos solo). Y, por si fuera poco, nos demuestra mucho más su cariño, nos da abrazos y caricias sorpresa y sin venir a cuento. Su padre dice que es porque ahora que ve que nos vamos a ratos, nos valora más. Quizá sea eso o que ha descubierto que le encanta estar con nosotros. Este cambio, no puedo negarlo, es el que más me gusta.

→ Defiende sus cosas a su manera. Hasta ahora, apenas se había relacionado con otros niños de su edad, salvo en momentos puntuales en el parque. Pero la convivencia trae roces y peleas entre los niños, sobre todo por los juguetes. El segundo día de clase tuvo que luchar con uñas y dientes por un juguete que quería y se llevó por ello un cucharazo en la frente y un buen empujón. Desde entonces, ha aprendido a esquivar a quienes le han hecho daño y, al más mínimo indicio de que alguien quiere lo suyo, reacciona gritando y aferrándose al juguete. Él de momento no ha levantado la mano (y espero que así sea), pero ha aprendido, sin que nadie le diga nada, que tiene que defender lo suyo si no quiere quedarse de vacío. Porque lo de compartir, con estas edades, es casi una utopía.

triciclo

→ Se apoya en los adultos ante un problema. No sé si seguirá siendo así, pero de momento cada vez que algún niño le ha quitado un juguete con el que estaba entretenido (la sartén con la pasta, sin ir más lejos), nos ha buscado con la mirada a mí o a la educadora que estuviera más cerca. Pide consuelo entre lloros y pucheros, pero también es su manera de suplicarnos que impartamos justicia. Poco a poco ha ido cogiendo cariño a las educadoras, parece que de momento sobre todo a una, que es a quien le pide brazos cuando está triste porque nos hemos ido o porque le ha pasado algo. Ha sido bonito ver cómo primero huía de ellas y ahora se despide con abrazos y acercando su cara (que es su manera de dar besos).

→ Han cambiado sus rutinas: Ir a clase, aunque sea hora y media, es tan intenso para él que acaba agotado y sudando. Pide comer y echar la siesta mucho antes y poco a poco vamos acercándonos a esos horarios de niño pequeño que nunca habría creído adoptar: comida a las 12,30, merienda a las 1,30 y cena a las 19,30. De momento sigue acostándose tarde, pero está claro por dónde van a ir nuestros nuevos horarios de invierno.

 Así que si en poco más de una semana ha cambiado tanto, ¿qué no aprenderá en los casi nueve meses que tenemos por delante?

Imágenes de RTVE y Pixabay.

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