Revista Cine

Lo que nunca pasó en el Edén

Publicado el 28 octubre 2014 por Javier Mateo @javier_mateo
Javier Mateo
Posible o inaccesible, fácil o espinoso, holgado o ceñido, inofensivo o amargo… sin mí y sin ti. Lo que comencé entendiendo como un pequeño e inofensivo juego se convirtió en lo más profundo de mi mente, en aquella sonrisa precipitada y esa respiración acelerada. Eran sus cartas llenas de misterio, de un cálido frío y mensajes subliminales. Era su juego de ligero despiste y horas de espera. Eran suyos mis pensamientos. Y nuestra la peligrosa diversión, las infinitas historias del interior de nuestro diario, y nuestro, lo que nunca pasó. Hicimos bien. O ¿tal vez hicimos mal? Aprovechamos los breves momentos y las coincidencias inadvertidas, ¿o quizás dejamos algo en aquel peculiar camino? Saltamos el muro sin obstáculo, pero no vimos mas allá de la puerta en la que estaría nuestro futuro enfrascado en la distancia y el continuo engaño. Una puerta peligrosa que nos conduciría a una embriagada, pero divertida, aventura.Comenzamos la historia sabiendo cual sería su final y aun así nos atrevimos a profundizar en busca de aquello que nos gustaba, o simplemente nos divertía, del otro. Algo que sabíamos que estaba mal, que era imposible… o eso creímos. Sin saber guiarnos, con una venda en los ojos y en la tranquilidad de la oscura noche conseguimos inventar en apenas unos segundos, que los únicos reyes del castillo éramos nosotros. Que podíamos viajar a lo más perdido de nuestro mundo y nadie nos lo impediría, planeando un modesto viaje a las estrellas con parada en el edén. Y del árbol, mordimos la manzana.Un jardín peligroso, donde las ramas de sus árboles que olvidamos cortar consiguieron separarnos. La serpiente se quedo contigo. No supimos cuidar el jardín que ambos construimos… yo repetía que era necesario regarlo utilizando viejos trucos, pero tu preferiste secarlo y dejar algún que otro tallo. Brotes verdes que solo sirven para que sin quererlo vuelvan a mi mente aquellas cartas de verano, los secretos infantiles cuando nos comportábamos como adultos y aquella última noche antes de separar nuestros caminos…Una vez más, eres tú quien deja que se seque aquello que con esfuerzo conseguimos levantar al compás de unos acordes olvidados.

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