¿Alguien dudaba, a estas alturas, que el paro iba a subir en agosto? Lo ha vuelto a hacer, esta vez en 38.179 personas. También han bajado las afiliaciones a la Seguridad Social en 136.762, con lo que el número total de desempleados se sitúa, a 31 de agosto, en 4.625.634 personas (esta última palabra, personas, adquiere extrema importancia en la orgía de cifras millonarias en que nos movemos ya como pez en el agua). Porque son personas, cada una con su drama a cuestas, aunque se intente desvirtuar la palabra tras pseudosinónimos como parásitos, vagos (por qué no también maleantes y recuperamos aquella nueva ley), cantamañanas y otros adjetivos subliminales.
El sector de la construcción cría plancton en el fondo del mar y la hostelería continúa frenada o al ralentí después de imponerse, en desigual batalla, el sentido común de muchos que guardan para los tiempos peores que se avecinan (Grecia nos avanza el futuro). Y resulta cruel animar al consumo loco a los condenados laboralmente a la muerte. Aquí entramos todos, cualquiera, no solo los sospechosos habituales con escasa formación y conocimientos. El acicate es que si consumimos y compramos otros no perderán su empleo por falta de ventas, de público o de clientes. Pero ese gran paso para la humanidad sería un acto heroico, y también suicida, para el hombre cuya sentencia está ya firmada en la bandeja de un escritorio del departamento de recursos humanos. España sigue siendo un país de albañiles y camareros. Y si no se ven tantos es porque están en paro, un ejército latente a la espera de un Eurovegas o de cualquier especulador sin escrúpulos que ponga la pasta.
Desbaratado el chiringuito y sin un nuevo modelo productivo basado en la competitividad y no en igualar los sueldos con los asiáticos no hay nada que hacer ya, excepto recoger los juguetes rotos. Si se ningunea la educación, se castiga la inversión, se despide con banderitas a los investigadores, enfermeras, médicos, ingenieros, arquitectos…, se desaloja el conocimiento de la base de la sociedad como si de sinpapeles en un peñasco se tratara, ¿qué queda? Quedan los datos macroeconómicos de producción industrial, los del Inem y los más objetivos de la EPA, las subidas de impuestos indiscriminadas para salvar bancos y tapar los abismos que dejaron los amigos del alma y los interesados en nuestros bolsillos. Eso, y resistencia, porque nos están haciendo tan duros que a los que queden será imposible vencerles.