Lo que River no necesitaba en este momento desgastante en el que se juega todo, era justamente este compendio de actos que lo ponen entre el nerviosismo y la incertidumbre. En una recta final que lo tiene nuevamente complicado con el Promedio, la calma y mente fría debería ser el discurso de todos, dirigentes, jugadores y cuerpo técnico. Primero, Passarella fue a declararle la guerra a Grondona, un cimbronazo de doble filo, jugada política condicionante pero también que puso a River en el ojo de la tormenta. Ahora, la explosión del conflicto entre Carrizo y Fillol, que termina con la renuncia del Pato y aún más exposición y revuelo para River.
Sólo Fillol sabe lo que siente en este momento. Siendo uno de los más grandes arqueros de River y del fútbol argentino -el mejor de la historia, para muchos-, una leyenda del arco, recibió el desaire público, ante las cámaras y miles de testigos, de quien, hasta hace poco, era una especie de alumno o discípulo suyo. “Me siento avergonzado y humillado, esas cosas no las perdono”. El Pato aseguró que renunció para descomprimir la situación. Lo que en realidad terminó haciendo fue buscar apagar el fuego con querosene.
Se equivocó Carrizo, quien en estos últimos tiempos demostró demasiada soberbia y poca autocrítica. Cuando es el salvador de River, es justo levantarle el altar, así como cuando comete errores tan puntuales y determinantes también es válido recalcárselo. Se excedió en su forma de rechazar el apoyo de Fillol, como también en esa gambeta innecesaria que, si bien forma parte de su estilo, debe enloquecer al resto de sus compañeros.
Fillol termina exponiendo la situación, quizás más de la cuenta. No era lo que River necesitaba en este momento, con los ánimos aún más caldeados y la tensión en aumento. El Pato, gloria de los arqueros, no tiene por qué soportar o tolerar un desplante, pero si River realmente está por encima de los nombres, tal vez hubiera valido el esfuerzo de soportar la convivencia este último mes en este delicado tembladeral.