Al igual que muchos temas budistas, la meditación tiene un halo de misterio y magia que evita que la gente comprenda lo que realmente es.
Hay quienes piensan que meditar nos pone en contacto con dioses o cualquier tipo de seres mágicos. Muchos piensan que meditar es poner la mente en blanco. Otros afirman que meditar nos hace trascender a otras dimensiones y demás basura new age.
Parecería que el significado más sencillo es el que más evade la gente: la meditación es un proceso mental en el que se busca calmar la mente por medio del enfoque del pensamiento a una sola cosa a la vez.
Vamos, hay ciencia dura detrás de la meditación.
En Zen decimos que zazen (sentarse a meditar) es el acto de moverse sin moverse, alcanzar sin alcanzar nada y que no hay motivo ni objetivo alguno más que aceptar la vida como está.
Cuando nos sentamos a meditar centramos nuestro pensamiento en un sólo objeto (como la respiración) y si algo nos distrae, simplemente lo dejamos pasar y regresamos a nuestro objeto original.
Pero, ¿qué se siente meditar?
La ciencia nos dice que el cerebro está dividido en dos hemisferios:
El izquierdo es donde se realizan los cálculos, es el hogar de la lógica y el escepticismo; y es el área que nos permite ver al mundo crudo y realista. Esta parte del cerebro es la que más domina en la mayoría de las personas.
El derecho la casa del arte, la abstracción e imaginación y es donde nos hacemos uno con el cosmos. Es la parte del cerebro que nos hace llorar cuando vemos Kramer vs. Kramer. Aquí habitan los sentimientos y la creatividad.
Es importante mencionar que lo anterior es un mini resumen de ambos lados del cerebro y dejo las explicaciones largas a los neurólogos. Es suficiente decir que el proceso del pensamiento utiliza los dos hemisferios al mismo tiempo y que ambos funcionan en un balance maravilloso.
Pero sabiendo esto podemos decir que al meditar abrimos voluntariamente la puerta que contiene al lado derecho del cerebro y es cuando cosas sorprendentes pasan.
Cuando hacemos de la meditación un hábito podemos sentir cosas que no podríamos de otra manera.
Hablando estrictamente de mi, de mi experiencia:
Cuando me siento, cierro mis ojos y comienzo, mi mente se revela y me lanza pensamientos como ametralladora. Llegan recuerdos de la infancia, listas de pendientes, analizo situaciones del día anterior y recuerdo que hay que limpiar la estufa. Es decir, me resisto a sólo sentarme.
Poco a poco la velocidad a la que llegan los pensamientos va disminuyendo, dejando un pequeño espacio entre pensamiento y pensamiento.
Este espacio se va haciendo más y más grande, hasta que los pensamientos tardan varios segundos en llegar.
Y es ahí donde la parte derecha del cerebro sale.
Siento cómo mi conciencia es tan grande que no cabe en mi cuerpo. Siento el cuerpo, pero ya no es importante porque estoy flotando en la nada. Me siento ligero, sin tiempo y sin espacio. Soy parte del universo y no hay “yo” porque estoy integrado al mundo.
Los problemas, las tristezas y las alegrías… todo se ve más pequeño e insignificante desde lejos porque todo es parte de lo mismo.
Escucho los ruidos externos. Primero aparecen, se van haciendo más fuertes y luego comienzan a desaparecer. Son impermanentes, justo como la vida y todo en el universo. Esa es la naturaleza de las cosas.
Por un instante vivo en la inmensidad de mi mente.
Y luego llega algún pensamiento que quiere apoderarse de mi, pero sólo lo dejo pasar como si fuera una nube. No me engancho, no lo juzgo ni lo comento.
Así pasa hasta que mi sesión termina. Abro los ojos y estoy listo para arrancar mi día.
Sé que suena muy cósmico y pacheco (quien abusa de las drogas), pero así funciona el cerebro cuando meditamos.
Pensé que sería buena idea compartirlo porque he recibido muchas veces esta pregunta y era tiempo de compartirlo.
El otro día, por casualidad, me apuntaron a este video de Jill Bolte, una neuróloga que sufrió un infarto cerebral y confirma lo que se siente al meditar.
¿Y tú qué sientes al meditar?