En un régimen de dominación de conciencias, en el que, los que más trabajan menos pueden decir su palabra, y en el que inmensas multitudes ni siquiera tienen condiciones para trabajar, los dominadores mantienen el monopolio de la palabra, con que mistifican, masifican y dominan. En esa situación, los dominados, para decir su palabra, tienen que luchar para tomarla. Aprender a tomarla de los que la retienen y niegan a los demás, es un difícil pero imprescindible aprendizaje: es “la pedagogía del oprimido”.
Paulo Freire
El Biblioburro es un
proyecto del colombiano Luis Soriano Borges, maestro que ha tenido la
idea de acercar los libros a los niños del medio rural en una
biblioteca itinerante, el medio de transporte que utiliza son una burra y un burro
-llamados Alfa y Beto- por ello decidió nombrar a su iniciativa como Biblioburro.
El propio maestro dice que su intención es llevarle la biblioteca a
los niños para cambiarles el panorama, “cultivar colombianos con
mentalidad constructiva, mentalidad crítica y mucha imaginación”.
Si los profesores compartiesen las experiencias positivas
que viven a diario, encontrarían una fuente inagotable de energía y de
optimismo. No lo hacen por falso pudor, por pereza o por creer que
lo que hacen no tiene la misma importancia que las iniciativas que
otros llevan a cabo.
¿Cuántas experiencias creativas, hermosas y emocionantes son llevadas a
cabo por los docentes en los diversos ámbitos de intervención del sistema
educativo, pero no son divulgadas? ¿Por qué no darlas a conocer y
combatir así ese fondo de pesimismo que es tan nocivo y, por otra parte,
tan antagónico con la esencia de la educación?
Esta iniciativa que
hace varios años, diez aproximadamente, está llevando a la práctica este
maestro colombiano en una zona rural del norte Colombiano nos deja una enseñanza tan grande que ha trascendido todas las fronteras y sirve de ejemplo a los maestros inquietos de todo el orbe.
Él dice que hay niños y niñas que viven apartados de cualquier tipo
de libros, ya que sus familias se encuentran diseminadas por los valles y
perdidas en pequeñas aldeas de montaña. No llega allí ningún tipo de
vehículo y ellos no tienen posibilidades de acudir a los centros de
población en los que hay bibliotecas.
Los fines de semana, el maestro Soriano,
carga de libros las alforjas de Alfa y Beto y va con esos humildes
tesoros al encuentro de los niños y de las niñas que los reciben con
entusiasmo. El dice que pretende cultivar su imaginación, que pretende
poner un poco de color en sus vidas grises. Él dice que esos niños y
niñas necesitan asomarse a las
maravillas que encierran los libros.
Es emocionante ver las caras de los niños leyendo los
libros y haciendo ejercicios diversos después de la lectura. Es alucinante escuchar las opiniones que los padres de esos
niños manifiestan respecto a la iniciativa del maestro.
Es admirable que no se trate de una experiencia de un día o de
dos, ocasional, pasajera, sino de un proyecto prolongado en el tiempo,
que se ha hecho parte de la vida de esas personas a las que Paulo Freire
calificaba de “los oprimidos”.
De muchos es sabido que al poder le interesa que el pueblo llano sea ignorante, que la cultura no le llegue, y en lugares como estos les queda fácil a los gobernantes dicha labor. ¿Pero es acaso justificable la ignorancia en lugares desarrollados en los que el acceso a la educación es universal?
Por cosas como estas, no entiendo la desafección que muchos de nuestros escolares
muestran hacia los libros y hacia la lectura. ¿Qué pasa? Creo que
la abundancia nos ha saciado y ya no mostramos aprecio por bienes de
los que otros carecen y que valoran en muy alto grado.