En estos tiempos pandémicos, en los que parece que más que nunca no tendremos espacio y apoyo para la cultura ni las artes escénicas, a pesar de que el confinamiento demostró que no puede sobrevivirse a él sin ellas, me parece muy oportuno recordar este texto, escrito hace varios años, pero cuya vigencia me lleva a una reflexión más que necesaria en nuestros días.
Por supuesto esto está escrito desde una perspectiva completamente personal y en ningún momento intenta idealizar la precariedad de la labor artística, pero sí explicar su naturaleza vivida desde la vocación personal.
Uno de mis sabios favoritos, Kurt Pahlen, escribió:
Si echamos un vistazo a una de las centenares de escuelas de música donde el canto se enseña "hasta la perfección" nos apercibimos con sorpresa de la existencia de tan excelente "material", de tantas, bellas y a veces, deslumbrantes voces. Nos asombra tanto esfuerzo, tanta lucha por una carrera que está dentro de las más difíciles; tanto amor, tanta entrega a una profesión que no promete éxitos seguros, tanta fe, tanta esperanza.
Lo dificultoso de ese camino sería fácil comprobarlo mediante los números. Quien se hace aprendiz de albañil será un día, con cierta seguridad albañil. Quien se inscribe en una escuela de comercio tendrá un empleo donde utilizará los conocimientos allí adquiridos. Quien en cambio se hace cantante, camina hacia lo incierto. Para su carrera sólo hay posibilidades, ninguna seguridad; las reglas se anulan con una enorme cantidad de excepciones. Sólo le es permitido abrigar esperanzas, sentir la nostalgia de hallarse algún día "arrib"', en la luz, quizá la gloria, la fama. Ha de trabajar incansablemente en su perfección, con una intensidad que quizá sólo la conocen los artistas y los creadores, día a día, noche tras noche.
Pero no les queda elección posible. Por que quien es capaz de elegir, no es artista.[1]
Y yo estoy segura de ello.
Mis amigos artistas y yo misma, sabemos que somos capaces de todo (dejar marido, cambiar de país, pasar estrecheces económicas, olvidarnos de nuestra insegura vejez) por poder dedicarnos a lo que somos. Porque el problema es que eso es lo que somos, no lo que hacemos ¿Seríamos los mismos si no escribiéramos, actuáramos o creáramos? ¿Sería yo quién soy sin ópera?
Lo único que puede hacernos felices de verdad es crear y lo único que buscamos es la manera de poder hacerlo. Nuestro sueño más profundo es no tener que hacer otras cosas para vivir y poder dedicarnos a lo que necesitamos hacer. Porque no es lo que queremos hacer, ni es lo que deseamos muchas veces, es lo que necesitamos hacer. Quizá esa sea la única real diferencia entre nosotros y el resto de la gente: nuestro oficio nunca es una profesión, es una manera de vivir.
Oír a una directora de escena eufórica porque va a dirigir sin presupuesto, a un escritor encantado porque va a escribir un blog gratis o a un actor que se esfuerza para un trabajo que nunca le pagarán, es una de las miles de cosas que cuesta mucho entender de este mundo.
Intentado dar una explicación, podemos dejar claro que el vacío de la vida nunca podrá llenarse con personas o cosas para alguien que necesita describirlo en un cuento o pintarlo o esculpirlo. La tranquilidad de la vida no llegará con una pensión o un techo seguro. La felicidad no se encuentra en la relación amorosa o en el mundo perfecto.
Cuando hemos podido hacer que nuestro mundo interno se plasme fidedignamente, cuando podemos provocar que el otro se piense a sí mismo y a la realidad que le rodea de otra manera, cuando podemos incitar a otros a crear, es cuando realmente seremos felices, estaremos pagados y podremos morirnos con la conciencia tranquila.
Cuando trabajé con Dario Fo en el montaje de La gazzetta de Rossini en el Liceo de Barcelona, aprendí lo que realmente significaba mi trabajo. Él, saltándose las normas, había metido al ensayo pre general de la ópera a dos señores italianos que encontró en el café del teatro y que le habían dicho que no habían podido comprar entradas para ver la función. Cuando salieron llevaban la mirada iluminada y habían pasado de la decepción a la felicidad completa. Yo me acerqué al Mtro. Fo y le dije: "Maestro, ¡les cambió la vida!" y él con infinita sabiduría me dijo: "¡Claro! Mi trabajo no es ganar el premio nobel, ni dar entrevistas. Mi trabajo es cambiarle la vida a la gente" y entonces entendí por qué era un artista de magnitudes asombrosas.
Hacemos arte porque lo necesitamos, ¿por qué no sabemos hacer nada más? en algunos casos, pero en la mayoría creo no equivocarme al decir que lo hacemos porque, de todo lo que sabemos hacer, eso es lo único que de verdad necesitamos realizar.
No es que nos satisfaga, la mayor parte del tiempo no lo hace, pero hay un día -cuando ves las lágrimas en un espectador, cuando oyes cambiar la respiración de quien te escucha, cuando ves que tu trabajo de hace años tiene resultados ahora, cuando, pese a todo y contra todo, eres capaz de crear un minuto de belleza- en que todo tiene sentido y sabes que hay una misión cumplida, has hecho lo que tenías hacer.
Por eso mi petición a todas las instituciones culturales del mundo, a todas las familias que regañan a sus hijos por querer ser artistas, a las instituciones que censuran la libertad de expresión, en fin, a todos los que no apoyan nuestro trabajo: Por favor, déjenos hacer lo que sabemos hacer.
Sólo eso y Todo eso.
[1] Pahalen, Kurth. Grandes cantantes de nuestro tiempo. Buenos Aires: Emecé editores, 1973. Pag. 12
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