Dentro de unos años, los turistas visitarán la feria del terror que se escondía tras los muros de Guantánamo, de la misma manera que hoy lo hacen en Auschwitz o Chernobyl. Los enfermos mentales son la población mayoritaria de Guantánamo, ese laboratorio avanzado de tortura con que nos estrenamos en el siglo XXI. Wikileaks ha filtrado 759 informes de los presos del centro de detención de la base naval americana en Cuba que así lo testifican, un centro de detención que Barack Obama prometió cerrar cuando fuera presidente, pero No, he can’t. ¿Eran enfermos mentales antes o enfermaron allí dentro, contagiados quizás? Sea como sea, enfermos mentales dentro, pero también fuera de las jaulas empuñando metralletas, enajenados unos y otros en una suerte de catarsis colectiva de pánico, ira y odio.
Locos unos por la acción de los interrogadores y guardianes de su esclavitud y éstos por la arenga de unos gobernantes que jugaron todas erigirse en salvadores, deteniendo y enjaulando a quien cometió el delito de estar en el peor de los sitios en el momento más inapropiado.
En medio de la locura colectiva, tanto da si los que están dentro o fuera de las rejas son culpables o inocentes y tampoco nadie recuerda quién dió la primera orden a unos y otros, quién estableció las condiciones de los reclusos, quién decidió cuándo seguir y cuándo parar, cuándo dar agua o quitar horas de sueño. Al fin y al cabo, cumplen órdenes de otros que no llevan relojes Casio baratos en sus muñecas, sino seguramente algo más parecido a la última y lujosa edición de Rolex, en los que cuentan las horas que quedan para las próximas primarias.