¿Recuerdan qué fue lo último que hicieron por amor? Ella siempre fue un poco sosa para estas cosas. Nada más allá de comprar una corbata por un aniversario o escribir un poema, con 16. No cogió un avión para ir a otra ciudad –siempre fue pobre como una rata- ni hizo nada realmente romántico, por disparatado. En el fondo es tan pragmática que asusta.
La vida y las historias de los demás están repletas de secretos que están ahí, agazapados, listos para ser descubiertos. O escuchados. Todo el mundo esconde su pequeña tragedia griega lista para ser contada. Y ella escucha tan bien como da la chapa. Deformación profesional, supone.
Fruto de estas charlas inacabables, recuerda una historia que le marcó profundamente: la de la amiga de una amiga que rompió con su pareja porque, mientras ella se iba al tajo, aquel amante bandido iba y volvía de Madrid en el día. Y eso, antes del AVE. La mayoría de locuras que se cometen en nombre del amor no se hacen en nombre del amor sino del calentón. El sexo mueve el mundo. Nubla el juicio. O eso le han contado. Que se lo digan al expresidente del CD Castellón que, presuntamente, pagó 165.000 euros por un hechizo de amor. No sabe qué le enternece más. Que un hombre hecho y derecho crea en este tipo de sortilegios o que un empresario desembolse tal cantidad porque no puede enamorar por los cauces habituales a una mujer. Se le saltan las lágrimas. Vale que después la historia pierde mucho y se complica con el hecho de que Laparra irrumpa en el domicilio de la pitonisa con cuatro personas más -una de ellas con una pistola falsa- pero eso es lo de menos. José Laparra se defiende. Todo es falso, dice. Tiene novia desde hace tres años. Ah, entonces, se queda más tranquila. Porque como todo el mundo sabe tener pareja es el mejor de los antídotos. Contra el amor, dice.