Con mi padre, en mi adolescencia, nunca coincidí en ciertos gustos: políticos, religiosos, sociales, y para ser plenamente sinceros, no llegábamos a punto de equilibrio en ninguna de nuestras conversaciones cuando perdíamos el tiempo - o en realidad, lo ganábamos - jugando al solitario.
Pero, una tarde del 87, cuando veíamos la televisión se coló un vídeo que arrancaba con un riff guitarrero y una letra que el día de hoy escandalizaría a cuánto movimiento pacifista, animalista, feminista o de cualquier vertiente progresista va apareciendo ante nuestras urgencias de hacernos más humanos.
Era un flaco alto, pero de esas alturas que no suelen ser rockeras, con un corte de pelo, que para los años escapaba del formato y una elegancia y un porte inglés y aristocrático que fue el motivo por el cual, mi viejo, lo puso en sus favoritos y pasó a acompañarnos entre la lista que iba de los tangos de Gardel, los valses de Pinglo y las guarachas de la Sonora Matancera.
Loquillo, que no estaba loco, desde esa tarde, formó parte de nuestra banda sonora casera y esa letra de bolero de amante golpeado y despechado se aceptó en el formato de rock and roll con su terno hecho a la medida.
José María Sanz que en pocos días (21 de diciembre) llegará a los 59 años se juntó con Los Trogloditas, tras algunos intentos previos, y en especial con el Sabino Méndez, compositor de las canciones, que lo esperó a que cerrará su ciclo militar y preparó para él, esa banda que lo acompañará hasta casi el 2008. Desde allí, como un Cadillac solitario, Loquillo se viene pisando el acelerador y llega a este nuevo tiempo: vigente, renovado, reinventado, valiente, libre y siempre, pero siempre rockero.
Si bien la aventura arranca con Los Intocables allá por el 1981, será recién con ese Cadillac solitario, himno de los rockers ochenteros, que Loquillo abrace el éxito de la fama, y si bien a este pedazo de tierra llamado Perú, en esos años sin conexión a internet, el acceder a la música era casi un imposible, se tuvo que esperar muchos años hasta que apareciera el tema más sonado por este lado del mundo: La mataré. Pero, la lista generada por Loquillo y los trogloditas suma más de 12 grabaciones: El ritmo del garaje, La mafia del baile, Mis problemas con las mujeres, ¡A por ellos... que son pocos y cobardes!, Cuero español, Feo fuerte y formal, Hermanos de sangre y si a esta le sumamos su lista en solitario, tenemos una discografía que eleva al vecino ilustre de El Clot barcelonés al salón de la fama del rock en español.
Tras la partida de Sabino, en vacaciones con la heroína, pasó toda una legión de músicos trogloditas y tras el agotamiento que esto puede causar se decidió por la carrera solista en esencia, y hay veces acompañado de su amigo Gabriel Sopeña con el cual experimentó ese casamiento que suele tener la poesía y la música ( Neruda, Salinas, Paz, etc) le dio ritmo y musicalidad a esos versos que deliraban arte.
Su más de metro noventa vaticinó a una promesa del básquet hispano, pero ese jovenzuelo de barrio calavera siempre quiso ser una rock and roll star para todas las nenas de este y en su Cadillac de segunda mano mientras fuma un cigarro y cuando lo pesque el amanecer borracho entonando un rock suave y dejando que cante el corazón, mirará esas olas tercas que se estampan contra el futuro sin ilusión y como tipos normales que jamás imponen reglas y solo les queda recordar cuando fueron-fuimos los mejores y los bares se rendían ante nosotros a pesar de ser feos, debiluchos e informales, él, como Rey del glam ha sabido cruzar airoso el tiempo y el 2016 saca el sencillo En el final de los días, que nos propone a un Loquillo enmarcado en los temas de este nuevo siglo.
Hoy, ese Loquillo que nunca estuvo loco (salvo alguna prisión preventiva) y tras regalarnos: Balmoral, La nave de los locos, Código rocker, Rock and roll actitud, cierra este 2019 con El último clásico, acompañándose de compositores de la talla del Leiva, Marc Ros, Igor Paskual y su inseparable Gabriel Sopeña, espero en estado de alerta que se dé una vuelta por mis tierras, como lo hizo hace 10 años, y esta vez sí o sí no me venza la desidia existencial, ni las aburridas labores académicas y me calce esa chamarra de cuero negro para recordar que en algún momento fuimos los mejores.
Ciudad de Palomino, a 12 días de la navidad 2019