Revista Arte

Los 35 sonetos ingleses de Fernando Pessoa

Por Lasnuevemusas @semanario9musas
La literatura y el arte antiguos pueden comprenderse como muestras de expresión del pasado, pero sería un grave error, además de una falta de sensibilidad por parte del lector, ceñirse a una lectura arqueológica.

Y es que nuestro mundo, ávido de novedades, parece haber olvidado que el lenguaje de la modernidad encuentra sus orígenes en la tradición, que saber interpretarla y adaptarla a sus nuevas necesidades expresivas.

De este modo, los procedimientos antiguos pueden dar un salto en el tiempo y convertirse en la expresión de la sensibilidad actual. O lo que es lo mismo: la modernidad no nace de la nada, sino que hunde sus raíces en la tradición, asimila su lenguaje y, al hacerlo, lo convierte en algo completamente nuevo.

Esto es, precisamente, lo que hizo el poeta portugués Fernando Pessoa y, en concreto, en un conjunto de sonetos poco conocidos: los 35 sonetos que escribió en inglés y que publicó con este título, 35 sonnets, en 1918.

La particularidad de la obra inglesa de Pessoa no debería extrañar excesivamente en un autor que resulta tan poliédrico: además de las diferentes caras que supone la obra de sus heterónimos, cada uno con una personalidad y una vida espiritual (además de biográfica) específica, no puede sorprender que posea, además de su bien conocida obra portuguesa, otra, mucho más reducida, en inglés.

Al fin y al cabo, Pessoa se educó en el mundo anglosajón. Casada su madre en segundas nupcias con João Miguel Rosa, cónsul portugués en Durban, en la actual República de Sudáfrica, el pequeño Fernando recibió una educación británica. Su perfecto dominio de esta lengua le permitió ganarse la vida como traductor comercial, pero también conocer en profundidad su literatura. Y es aquí donde se cruza la tradición literaria: Los 35 sonetos se acogen a la tradición del Renacimiento y del Barroco en la que los poemas componen un ciclo, pues se unen a través de un hilo conductor que puede ser amoroso, como es el caso de los poemas de Shakespeare, siguiendo a Petrarca, o de carácter metafísico y meditativo, como es el caso de los poetas barrocos ingleses conocidos con ese nombre y que se caracterizan, aparte de por tu tono meditativo, por el uso del concepto, en el más puro sentido barroco.

Los 35 sonetos ingleses de Fernando PessoaLa vinculación de estos sonetos de Pessoa con los del siglo XVII ya fue comentada por la crítica del momento, que le pasó por alto dos aspectos interesantísimos. Por un lado, la vinculación con la literatura española del Siglo de Oro, especialmente con la obra de Quevedo, ya sea porque leyó y admiró esta poesía o bien porque en el Barroco los autores participaban de motivos poéticos y recursos literarios comunes. Por otro lado, el trabajo de Pessoa no se limitó a un ejercicio preciosista cuyo único objetivo era revivir el estilo isabelino (el de los poetas metafísicos que toman como base el concepto y que los aproxima a los barrocos españoles), sino, lejos de hacer un trabajo arqueológico, no escribió un poemario anacrónico, sino que renovó por completo el género y lo convirtió en un cauce expresivo plenamente válido para la poesía del siglo XX.

Existen dos traducciones del libro al castellano. Una, de Francisco Barrionuevo (La isla de Siltolá, 2018), en endecasílabos blancos, que sigue muy de cerca la literalidad de los poemas y ofrece el original en edición bilingüe. La otra es de Esteban de Torre (Renacimiento, 2913), que ofrece su versión en sonetos canónicos, lo que hace que se aproximen más a la tradición hispánica. Citaré siempre por esta edición.

Como exige la tradición, el primero de estos 35 sonetos cumple la función de prólogo: con él, anuncia lo que el lector va a encontrar. Así hace Petrarca en su soneto I, en el que se arrepiente de que todo el mundo conozca su historia, lo que le pasó. Este soneto prólogo suele mostrar el arrepentimiento del yo poético, pues se avergüenza del error pasado por el que derivó su vida. Así, el soneto I de Garcilaso de la Vega, o el de Fernando de Herrera, el más petrarquista de nuestros poetas: "Gasté en error la edad florida mía; / aora veo el daño, pero tarde..." Los ejemplos son infinitos. Vale la pena incluir a Camoes:

El motivo llega a Lope de Vega, en sus Rimas humanas, que destaca, simplemente, su tema amoroso:

En Shakespeare también ha desaparecido el arrepentimiento, y destaca solo la alabanza y la belleza del destinatario de sus sonetos:

Queremos que propaguen, las más bellas criaturas,
su especie, porque nunca, pueda morir la rosa
y cuando el ser maduro, decaiga por el tiempo
perpetúe su memoria, su joven heredero.
Pero tú, dedicado a tus brillantes ojos,
alimentas la llama...

En Pessoa, en cambio, el soneto prólogo presenta una característica bien distinta, que indica el cambio de época y de sensibilidad. Su tema no será amoroso, sino meditativo. El soneto se abre con un cuarteto que trata temas muy característicos del portugués: el poeta solo se da a conocer parcialmente a través de la escritura.

No solo el poeta es un fingidor porque todo poema comporta una ficción, sino que además, el hombre posee una incapacidad de comunicarse con el otro originada en el pensamiento ("existe entre las almas un abismo / que no logra salvar el pensamiento"). Este aislamiento fruto de la razón hace que dude de todo, hasta el punto de no poder determinar qué es verdad o qué mentira:

Somos sueños del propio entendimiento
y sueños de otros sueños de los otros.

Y en el soneto XXVIII:

Solo hay un sueño demasiado amargo:
este sueño común del hombre, el mundo

El broche de este soneto, tan pessoano, lo aproxima al drama barroco por excelencia: el conocido monólogo de Segismundo que cierra la jornada segunda:

Y sí haremos, pues estamos
en mundo tan singular,
que el vivir sólo es soñar;
y la experiencia me enseña
que el hombre que vive sueña
lo que es hasta despertar.

Si el tono meditativo será el predominante, el amoroso aparece de manera secundaria. En el soneto IV se desarrolla el motivo del poema in morte, dedicado a la memoria de la dama ante su tumba: "Sí, tengo en mí grabada tu hermosura: / tu fiel sonrisa, tu furtivo beso...", que recuerdan al verso garcilasiano "Escrito está en mi alma vuestro gesto...". En el XIX, el yo poético cree que no se merece a su amada, pues es demasiado hermosa para él:

Yo te podría amar, si esto no fuera
burla de ti, de amor y de mi triste
fealdad. Y, así, canto tu hermosura...

Sin embargo, el motivo se desarrolla de forma diversa, que rompe totalmente con la actitud de adoración servil a la amada que la tradición atribuye al yo poético:

pero no te deseo: no quisiera
pasar por un esclavo, que reviste
con un manto de armiño su negrura.

En el soneto XV reduce el motivo amoroso a una como comparación con la escritura misma: las dudas del amante son como las que surgen al poeta sobre el valor de lo que escribe.

así miro este verso mío, y siento
la angustia del que ignora las razones
de su valor...

Los motivos metafísicos tienen un mayor protagonismo en el conjunto de estos sonetos, Es aquí cuando Pessoa entronca directamente con el pensamiento barroco. Así, el paso del tiempo, que adopta varias tonalidades. El hombre se consume inútilmente en una lucha con su falta de voluntad:

Vivo yo así, el morir de cada día,
pensando en pensar hacer mañana.

No debe engañar el tono decadente del poema, porque ya se encuentra en un famoso soneto religioso de Lope de Vega, que se duele de no abrirse a Cristo:

¡Y cuántas, hermosura soberana,
"Mañana le abriremos", respondía,
para lo mismo responder mañana!

En el soneto XIV Pessoa mide el paso del tiempo por días:

Al ocaso nacemos y morimos
antes del alba...

La asociación nacimiento y muerte nos lleva directamente a un soneto de Gabriel Bocángel (1603-1658): "Huye del Sol, el Sol, y se deshace / la vida a manos de la propia vida". Pero, sobre todo, a Quevedo, que escribió un tratado estoico de título muy significativo, La cuna y la sepultura, idea que desarrolló en otro soneto:

Esta idea del paso del tiempo tan quevedesca la desarrolló Pessoa en el magnífico soneto XXVII, en el que parece estar muy presente el recuerdo de don Francisco: "Ayer se fue; mañana no ha llegado; / hoy se está yendo sin parar un punto: / soy un fue, y un será, y un es cansado". Lo cito completo:

Esto es el Tiempo: ser para la nada,
monstruo que en todos por igual se ceba;
que dura más que el Sol, y sabe tanto

que no hay cifra que no pueda ser mudada.
Este es el tiempo, que a morir me lleva,
seguro de esto solo y de mi espanto.

Junto con el paso del tiempo, la duda ante la apariencia lleva a Pessoa al convencimiento de que es imposible conocer la Verdad (o al menos una verdad), pues la vida del hombre se desarrolla entre la niebla /duda constante (son. XXVI).

El mundo es falso; pero, ¿qué es certeza?
Y sabemos que nunca lo sabremos.

Si veíamos al principio la reminiscencia de La vida es sueño, ahora parece recordar el final del famoso soneto del antes mencionado Gabriel Bocangel:

Lo que se ignora es sólo lo seguro,
este mundo, república de viento,
que tiene por Monarca un accidente.

Lo admirable de Pessoa es que, a diferencia de lo que creyera la crítica de la época, utiliza este lenguaje propio del barroco para e xpresar su propio mundo característico de la modernidad. Desarrolla, así, en el soneto V, el motivo del estrés del mundo moderno, que con su frenético ritmo de vida imposibilita toda reflexión:

Como Unamuno, se plantea la oposición entre sentimiento y pensamiento

...yo quiero amar, odiar; pero, alejada
del sentimiento, la razón pretende
pensar en un sentir a su medida...

A partir de aquí, poco a poco, se van abriendo paso en el poemario nuevos motivos poéticos característicos de la modernidad y que, además, resultaran temas axiales de toda la obra poética de Pessoa. No le interesa el motivo amoroso en sí mismo, sino que es la única manera de salir del propio yo, de tender puentes hacia el otro:

(Son. XVII)

El deseo de llegar al otro no solo nace de la necesidad de superar la propia subjetividad, sino de romper "la absoluta soledad inmensa" (son. XVII) en la que se encuentra, pues de este modo, ni vive de forma completa la vida ni logra ser completo en la vida misma:

(Son. XVII)

La tragedia del hombre reside en que, siendo un ser limitado por el tiempo y por su incapacidad de salir de su propia subjetividad, aspira a mucho más: aspira al infinito.

(Son. V)

El problema está en que, siendo tiempo y limitado, nunca alcanzará a realizar esta aspiración; al contrario: solo llegará a la nada.

(son. XII)

La conclusión lleva a una actitud entre pesimista y estoica: el hombre no puede alcanzar su deseo: solo intuirlo: "Y el horror se me crece en el misterio / de no ver el misterio cara a cara". El resultado es que el hombre ha de saber asumir esta imposibilidad, esta tragedia, pues es su destino (soneto XXXV):

¿Qué se puede querer contra el Destino?
Lo que decide o piensa, ¿quién lo sabe?
Caminemos, sin pautas y sin guías;
sabiendo que, a la vuelta del camino,
serán los astros los que den la clave
de nuestros pasos y de nuestros días.


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