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Los adolescentes que dicen malas palabras son vistos como menos inteligentes y confiables

Por Davidsaparicio @Psyciencia
Los adolescentes que dicen malas palabras son vistos como menos inteligentes y confiablesCortesía de TheDigitalArtist / Pixabay

Cuida tu vocabulario, pequeño saltamontes. Sería el mejor consejo que podemos comenzar a darle a los chicos de ahora en adelante.

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Aún cuando las palabrotas y las ofensas son comunes en la mayoría de las culturas y se han convertido en elementos cotidianos de la vida, podríamos estar ante un fenómeno de repercusiones poco convenientes para los jóvenes que se acostumbran a hablar de esta manera.

A menudo, los chicos consideran que maldecir es parte de ser joven y cool, y “qué demonios importa, si todo el mundo habla de la misma maldita forma…”

Esta es una oportunidad crítica para que los profesores de lingüística capturen un as bajo la manga: una nueva razón de peso para desalentar el uso de palabrotas en el vocabulario de los adolescentes.

No solo se escucha mal, también te hace quedar mal

Todos vivimos la efervescencia de los años de pubertad como una etapa donde toma especial importancia sentirse integrado con el resto, lo que explica por qué muchos jóvenes adoptan el uso de palabrotas progresivamente, incluso si antes no las utilizaban.

Desde luego, lo que los chicos piensan es que esto les hace quedar bien con sus compañeros; sin embargo, podrían estar obteniendo el efecto contrario sin darse cuenta.

De acuerdo con un nuevo artículo publicado en el Journal of Language and Social Psychology, la selección de las palabras influye mucho en el modo en que somos percibidos por los demás. De hecho, los adolescentes que maldicen e insultan casualmente fueron juzgados por los estudiantes universitarios como menos inteligentes y menos confiables, un precio demasiado alto a pagar por sentirse cool por un momento.

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Las autoras del estudio, Melanie DeFrank y Patricia Kahlbaugh, reclutaron a 138 estudiantes, incluidas 101 mujeres. Los participantes completaron un cuestionario donde se les pedían que calificaran la ofensividad de 10 palabrotas.

Las palabras en orden de mayor a menor ofensa, de acuerdo con las calificaciones de los participantes, fueron: perra, carajo, bastardo, mierda, culo, idiota, púdrete, trasero, cagada y maldición. Los participantes también calcularon la frecuencia con que usaban y escuchaban este tipo de palabras. Mientras que el 17 por ciento dijo que usaba entre cero y cinco al día, algo más del 20 por ciento reportó haber usado más de 21 todos los días. El trece por ciento dijo haber escuchado entre cero y cinco, pero el 20 por ciento informó haber escuchado más de 21 al día.

A continuación, los participantes leyeron dos supuestas conversaciones entre dos jóvenes de 15 años. Se les pidió que imaginaran que estaban escuchando estas conversaciones, y en cada caso, tenían que calificar al primer orador con base en la impresión general, la inteligencia, la confiabilidad, la sociabilidad, la cortesía y la simpatía.

Los diálogos se presentaron como entre dos hombres, dos mujeres o un hombre y una mujer. Además, uno o ambos oradores usaron malas palabras de la lista, o ninguno de los dos lo hizo. En todos los demás aspectos, las conversaciones fueron exactamente las mismas.

Decir palabrotas hace ver a los adolescentes como menos inteligentes, confiables, agradables, más ofensivos y más agresivos

DeFrank y Kahlbaugh descubrieron que, en general, además de ser considerados menos inteligentes y menos confiables, tanto los hombres como las mujeres que decían palabrotas eran considerados menos agradables, más ofensivos y más agresivos. Además, los oradores (hombres o mujeres) que maldecían durante una conversación de género mixto fueron calificados como menos sociables, y los hombres que usaban palabrotas en una conversación con mujeres fueron calificados como más ofensivos.

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Esto fue a pesar del hecho de que poco menos de la mitad de los participantes dijeron que no consideraban que la versión con palabrotas del diálogo fuera “profana”. Incluso las malas palabras que los estudiantes percibieron como más ofensivas, “perra” y “mierda”, solo calificaron a la mitad de la escala ofensiva, en promedio, y algunos estudiantes las calificaron como completamente inofensivas.

“A pesar de que la gente no considera el … lenguaje ofensivo, todavía se ven afectados por él y lo usan para juzgar a los demás, lo que sugiere un efecto subliminal”, explican DeFrank y Kahlbaugh.

Las investigadores consideran que las personas se han vuelto muy insensibles respecto a las palabras que seleccionan porque consideran que no son tan importantes. Sin embargo, la percepción de los demás aún se ve influenciada por el lenguaje, y esto podría ser una señal importante para que muchos comiencen a pensarlo dos veces antes de integrar el uso de palabrotas a su vida cotidiana.

Fuente: Research Digest; Sage Journals


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