![LOS AFECTOS Y LA CAPACIDAD DE RESISTENCIA FRENTE A LAS ENFERMEDADES INFECCIOSAS / S. Freud LOS AFECTOS Y LA CAPACIDAD DE RESISTENCIA FRENTE A LAS ENFERMEDADES INFECCIOSAS / S. Freud](https://m1.paperblog.com/i/586/5862123/afectos-capacidad-resistencia-frente-enfermed-L-c24k5G.jpeg)
Antony Williams, “Portrait of Emma Leaning on her Hand”, 44.5 x 35 cms
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En numerosos estados anímicos que se denominan afectos, la participación del cuerpo es tan notable y espectacular, que muchos psicólogos han llegado a aceptar que la esencia de los afectos residiría únicamente en estas sus manifestaciones corporales. Son de todos conocidas las extraordinarias alteraciones de la expresión facial, de la circulación sanguínea, de las secreciones, del estado excitativo de la musculatura voluntaria, que pueden producirse bajo la influencia del miedo, de la ira, del dolor anímico, del éxtasis sexual y de otras emociones. Menos conocidas, pero absolutamente indudables, son otras acciones somáticas de los afectos que ya no forman parte de la expresión directa de los mismos. Así, ciertos estados afectivos permanentes de naturaleza penosa o, como suele decirse, «depresiva», como la congoja, las preocupaciones y la aflicción, reducen en su totalidad la nutrición del organismo, llevan al envanecimiento precoz, a la desaparición del tejido adiposo y a alteraciones patológicas de los vasos sanguíneos. Recíprocamente, bajo la influencia de excitaciones gozosas, de la «felicidad», obsérvase cómo todo el organismo florece y la persona recupera algunas manifestaciones de la juventud. Los grandes afectos tienen, evidentemente, íntima relación con la capacidad de resistencia frente a las enfermedades infecciosas; buen ejemplo de ello es la observación, efectuada por médicos militares, de que la susceptibilidad a las enfermedades epidémicas y a la disentería es mucho mayor entre los contingentes de un ejército derrotado que entre los vencedores. Mas los afectos -casi exclusivamente los depresivos- a menudo son también por sí mismos causas directas de enfermedades tanto del sistema nervioso -con alteraciones anatómicamente demostrables- como también de otros órganos, debiendo aceptarse en tales casos la preexistencia de una propensión a dicha enfermedad, hasta ese momento inactiva.
A su vez, estados patológicos ya establecidos pueden ser profundamente influidos por afectos tumultuosos, por lo general en el sentido del empeoramiento; pero tampoco faltan ejemplos de que un gran susto, una repentina aflicción, por una curiosa revulsión de todo el organismo, hayan influido favorablemente sobre una enfermedad crónica o aun la hayan curado por completo. Por fin, no cabe duda de que la duración de la vida puede ser considerablemente abreviada por afectos depresivos y que un susto violento, una injuria u ofensa candentes son susceptibles de poner repentino fin a la existencia; por extraño que parezca, esta última repercusión obsérvase también en ocasiones a consecuencia de una grande e inesperada alegría.
Los afectos en sentido estricto se caracterizan por una muy particular vinculación con los procesos corporales; pero en realidad todos los estados anímicos, incluso aquellos que solemos considerar como «procesos intelectivos», también son en cierto modo afectivos, y a ninguno le falta la expresión somática y la capacidad de alterar procesos corporales. Hasta en el pensamiento más reposado, por medio de «representaciones», descárganse continuamente, de acuerdo con el contenido de dichas representaciones, estímulos hacia los músculos lisos y estriados, que se pueden revelar por medio de una adecuada intensificación y que permiten explicar numerosos fenómenos harto notables, pretendidamente «sobrenaturales». Así se explica, entre otros fenómenos, la denominada adivinación del pensamiento por los pequeños movimientos involuntarios que realiza el médium durante la experiencia, consistente, por ejemplo, en dejarse guiar por él hacia un objeto escondido. Todo este fenómeno merece más bien el calificativo de revelación del pensamiento.
Los procesos de la voluntad y de la atención son asimismo susceptibles de influir profundamente sobre los procesos corporales y de desempeñar un gran papel como estimulantes o inhibidores de enfermedades orgánicas. Un celebrado médico inglés ha dicho de sí mismo que consigue provocar las más diversas sensaciones y dolores en cualquier parte de su cuerpo a la cual dirija la atención, y la mayoría de los seres parecen tener parecida capacidad. Al considerar los dolores, que por lo común se incluyen entre las manifestaciones somáticas, siempre debe tenerse en cuenta su estrechísima dependencia de las condiciones anímicas. Los profanos, que tienden a englobar tales influencias psíquicas bajo el rótulo de «imaginación», suelen tener poco respeto a los dolores «imaginarios», en contraste con los provocados por heridas, enfermedad o inflamación. Mas ello es flagrantemente injusto: cualquiera que sea la causa del dolor, aunque se trate de la imaginación, los dolores mismos no por ello son menos reales y menos violentos.
Tal como los dolores pueden ser provocados o exacerbados dirigiendo la atención sobre ellos, también desaparecen al apartarse ésta. Dicha experiencia se aplica comúnmente para calmar a un niño dolorido; el guerrero adulto no siente el dolor de sus heridas en el febril ardor del combate; es muy probable que el mártir, en la exaltación de sus sentimientos religiosos, en la sumisión de todos sus pensamientos hacia la recompensa celestial que le espera, se torne totalmente insensible al dolor de su tormento. No es tan fácil abonar por medio de ejemplos la influencia de la voluntad sobre los procesos morbosos orgánicos pero es muy posible que el propósito de sanar o la voluntad de morir no carezcan de importancia para el desenlace de algunas enfermedades, aun graves y de dudoso carácter.
Un especialísimo interés reviste el estado anímico de la expectación, merced al cual toda una serie de las más activas fuerzas psíquicas pueden ponerse en juego para determinar la provocación y la curación de afecciones corporales. No cabe duda con respecto al papel de la expectación ansiosa, y sería importante establecer con certeza si tiene efectivamente la influencia que se le atribuye en relación con las enfermedades: si, por ejemplo, es cierto que durante el dominio de una epidemia, los más expuestos son precisamente los que más temen contraer la infección. El estado opuesto, la expectación confiada o esperanzada, es una fuerza curativa con la que en realidad tenemos que contar en todos nuestros esfuerzos terapéuticos o curativos. No de otro modo podríanse explicar los peculiares efectos que observamos con los medicamentos y con otras intervenciones terapéuticas.
Sigmund Freud
Psicoterapia – (Tratamiento por el espíritu) – 1905