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Los amigos, el verano: Dupont Lajoie, la corrosión de la Francia popular según Yves Boisset.

Publicado el 29 agosto 2010 por Esbilla

“-El mundo es pequeño

-Y malo“  Diálogo entre Lee Van Cleef y Klaus Kinski en La muerte tenía un precio (Sergio leone, 1965)

Los amigos, el verano: Dupont Lajoie, la corrosión de la Francia popular según Yves Boisset.
Dupont Lajoie (Crónica de una violación)

D: Yves Boisett

1974

Francia

Fotografía: Jacques Loiseleux

Música: Vladimir Cosma

Guión: Yves Boisset, Jean Curtelin, Michel Martens y Jean-Pierre Bastid

Reparto: Jean Carmet, Pierre Tornade, Jean Bouise, Michel Peyrelon, Ginette Garcin, Pascale Roberts, Jean-Pierre Marielle, Robert Castel, Pino Caruso, Isabelle Huppert

Que mejor manera de rematar este último fin de semana del ferragosto que con unas pequeñas vacaciones. Iremos a la costa azul francesa. Sí, está un poco abarrotado y andan construyendo unos pisos que no parecen muy fiables cerca de la playa, no hay más que ver que contratan argelinos y marroquíes para ahorrar, pero está los viejos amigos, la gente del camping de cada año. Comeremos de más, beberemos de más, ¡hasta van a dar los juegos entre campings por televisión y vendrá ese presentador tan famoso!, saldremos a bailar y nos reiremos toda la noche. Y si tú buen vecino y amigo viola y mata a tu hija, no pasará nada porque nunca lo sabrás. Le echará la culpa a los moros y como la policía no hará nada tendremos que enseñarles una lección. Una de esas de verdad. Y a nosotros tampoco nos pasará nada, porque somos buenos vecinos, porque somos buenas personas.

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¿A qué parece un buen plan?, eso mismo debieron pensar los espectadores franceses en 1975 cuando entraron a ver, por primera vez, Dupont Lajoie, la obra cumbre de Yves Boisset (y un film de gran éxito y calado, tanto que la expresión “los Dupont Lajoie” sigue utilizándose para definir esa estupidez y ese racismo aparentemente inoensivos) uno de los renovadores del cine criminal francés durante la década que merece mucha más atención que la prácticamente nula que conoce hoy día en el que la practica totalidad de su filmografía permanece sin editar en España e incluso resulta extremadamente dificultoso encontrarla por los canales paralelos habituales. Poco puedo aportar entonces de primera mano más allá de recomendar

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Yves Boisset durante el rodaje (1974)

fervorosamente la absolutamente genial Día de perros (Canicule, 1984), un diamente recubierto de mierda que enfrenta, en un juego irónicamente cinéfilo, a un elegante gangster norteamericano icónicamente personificado por Lee Marvin contra una familia de zarrapastrosos granjeros franceses cúmulo de miserabilismo y vileza. Desgraciadamente no e podido echarle mano en condiciones a sus trabajos más representativos de los 70, ni su versión del affaire Ben Barka (activista y disidente marroquí secuestrado y asesinado en París en 1965 en circunstancias todavía sin esclarecer) en El atentado (1972), thriller político sobre un libro de Jorge Semprú, cercano a Francesco Rosi o Costa-Gavras, que gozó de un reparto impresionante y una recepción enormemente polémica, ni a sus esfuerzos renovadores sobre el polar, al parecer siempre vigorosos pero también

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desequilibrados y entre los que se cuentan cosas como (limitándome  a las que me parecen de mayor interés): Coplan sauve sa peau (1968), primera película suya y al parecer la entrega cumbre de la progresivamente demencial saga sobre el invencible superespías, al que aquí inmortaliza, nada menos, que el mexicano Claudio Brook y contando con intervenciones de los entonces inseparablemente turbios Margaret lee y Klaus Kinski, Una loca para matar (Folle à tuer, 1975) traslación de La lunática en el Castillo (1972), una novela del extraoridinario y minusvalorado Jean-Patrick Manchette (cuya segunda novela publicada en 1971 es L’affaire N’Gustro, también sobre el caso Ben Barka) con la excelente Marlène Jobert y el gran Tomás Milian, Le juge Fayard dit Le Shériff, sobre un juez insobornable contra el sistema protagonizada por el eléctrico Patrick Dewaere (con quien repetirá, un año después en La clé sur la portee, un drama vital  de gran éxito basado de nuevo en una novela, esta vez de la escritora Marie Cardinal, protagonizada por e Annie Girardot y en la que aparecía la irresistible Barbara Steele) e inspirada en el asesinato del juez François Renaud en Lyon en el año 1975; La femme flic, polar sobre la prostitución infantil con papel estelar para Miou-Miou en 1980, El precio del peligro (1983) una sátira distópica de acción que adaptaba a  Robert Sheckley y que pronto sería remakeada en Perseguido (Paul Michael Glaser, 1987) a mayor gloria del ínclito Arnold Schwarzenegger, sin desdeñar su penúltimo trabajo, otro polar ya tardío titulado Bleu comme l’enfer (1986) y que fuera escrito por el admirable Jean Herman, otrora director de la magistral Adiós, amigo (1966). Realizaciones todas atractivas en principio, algunas encontrables otras invisibles, certifican en cualquier caso el elevado interés que presenta la carrera de Boisset, siempre activa, siempre urgente, rugosa y feista, con una óptima valoración de la violencia y los ojos fijos en la cara-b de Francia.
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Dupont Lajoie (olvidar ya el necio Crónica de una violación con el que fue bautizada en su estreno español) es una radiografía moral a lo bruto disfrazada de una comedia popular satírica. Un disfraz que oculta, como decía Elvis Costello, el “oscuro espejo de la verdad profunda”. Lo que comienza como una comedieta de verano vira, a mitad de metraje, en un despiadado recuento del racismo burgués, de la frustración sexual, del odio cotidiano, de la ruindad idiota, de la incompetencia política. Cabe recordar que Jean Marie Le Pen funda el Frente Nacional en 1972, que en 1974, año de rodaje de esta cinta ya se presenta a las elecciones (aunque hasta los 80 sus resultados fueron residuales) y que el caladero de votos de tan siniestro personaje ha sido siempre el espectro obrerista y pequeño burgues de la sociedad francesa, (no la alta burguesía y el patriciado eminentemente

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gaullista) atraido por su demagógica retórica populista y pseudotrabajadora.

La familia Lajoie vuelve, como cada año, a su camping favorito para reencontrase con sus amistades de verano. La hija de uno de los matrimonios (una encantadora Isabelle Huppert) ha crecido y llama la atención de todos con su belleza. Una noche, uno de los trabajadores argelinos baila con ella y tira una botella de champán sobre el tímido Dupont Lajoie. Hay un pequeño altercado zanjado por un nuevo amigo italiano que han hecho y que entiende el árabe. El día de los juegos inter-camping, mientras su padre concursa en una simpática prueba, Dupont Lajoie viola y asesina a su hija. Luego la trasporta a la obra y deja allí su cuerpo. Por la noche se organiza una batida que termina con el linchamiento y muerte de un trabajador. El señor Lajoie participa en la misma. Pese al empeño del co

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misario de policía provincial el caso se da por cerrado, una tragedia familiar es una cosa, un escándalo racial arruinaría el turismo local.

En muchos aspectos este escalofriante film puede verse en un díptico transcontinental con el Wake in fright que ocupaba la anterior entrada, hasta el título robado a un disco de Randy Newman y la estrofa de su Rednecks encajarían perfectamente. Ambos parten de unas coordenadas reconocibles por el público que son falsificadas por el director para enseñar su envés. Boisset toma aquí el aspecto, mimético durante gran parte del metraje, de la comedia popular francesa, un poco grosera, un mucho localista, para progresivamente ir manipulando las simpatías del espectador, para que realmente sienta el golpe cuando llegue.

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Para lograr ese efecto devastador no solo se sirve del trabajo de guión, sembrando los diálogos de bromas ligeramente aceitosa que perdonamos porque nos reconocemos un poco, nos reímos porque se las hemos oído a otros antes e incluso las hemos dicho nosotros. Sin maldad, solo con inconciencia. De una puesta en escena estudiadamente descuidada y espontaneista, que oculta una extrema elaboración precisamente para lograr ese efecto cotidiano y que tiene la virtud de virar en fiereza escrutadora; es decir, mientras antes del drama la cámara parece no estar, sin cambio de estilo alguno, solo con la diferente percepción que tenemos con respecto a los personajes se convierte en un ojo acusador, con la particularidad de que
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mira hacia ambos lados del encuadre. A ellos y también a nosotros que antes les seguimos las gracias. Aciertos, estos, capitales todos pero ninguno tan audaz como la elección del reparto que Boisset escoge como perfecto envoltorio a su pútrido regalo a la Francia feliz y orgullosa. Todos los actores, protagonistas y secundarios, estaban en mayor o menor medida identificados con la comedia que pretendía utilizar como cepo -haciendo un ejercicio de posibilismo cinéfilo podríamos imaginar este mismo film ambientado en la costa del sol y protagonizado, más s o menos en al misma época por Tony Leblanc, Manolo Gómez-Bur, Saza, Laly Soldevilla,…-. Eran representaciones tipológicas de “lo francés” en su vertiente popular, amable, Pierre Tornade con su vozarrón y enorme físico es el señor Colin, vivaz
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vendedor de corsetería, Michel Peyrelon, es el cursi señor Schumacher, procurador judicial en Estrasburgo e instigador primero del linchamiento, la cantante Ginette Garcin es la señora Lajoie, un mueble. El director recupera a un habitual suyo, Jean Bouise, otro excelente característico de peculiar físico que había sido el Capitán Haddock en la segunda de las adaptaciones de Tintín (Tintin et les oranges bleues, Philippe Condroyer, 1964) y que aquí se ocupa del inspector Boulard -memorable su presentación: con el cuerpo de la joven sobre una mesa en pleno camping aparece el célebre presentador televisivo Léo Tartaffione (un desopilante Jean-Pierre Marielle), ridículo personajillo egocéntrico elevado a los altares, que de manera repulsiva llega a acaparar protagonismo del dolor ajeno. Lo primero que Boulard le pregunta es que quién es. Imposible humillación mayor-, y por supuesto, Jean Carmet es George Lajoie, llamado “Dupont”, violador, homicida, asesino cómplice y mentiroso que regenta un
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coqueto bistró familiar en París.

La elección de este último actor es la más admirable (repitió con él en la mencionada Día de perros), un aprovechamiento clarividente de una imagen codificada y de las certezas del público sobre la misma (caso similar a lo que en España realizaron, Bardem, Saura o Garci con actores como Alfredo Landa o José Luis López Vázquez), en este caso un secundario habitualmente histriónico y principalmente cómico (compartiendo cartel con “el gran rubio” Pierre Richard, por ejemplo al que Boisset dirige con sabiduría hacia una estilo introspectivo y de exactitud expresiva al que el actor responde con una interpretación escalofriante. Pero la dificultad no estribaba en “dramatizar al cómico”, Carmet ya había trabajado anteriormente en papeles serios e incluso en la misma década rodó dos veces con Claude Chabrol (La Rupture en 1970 y Al anochecer en 1971) , sino que se enfocaba en mantener una imagen prototípica del actor, el francés promedio, y a partir de esta proceder a

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destruirla. Con lo cual se lograba manipular emocionalmente al espectador, exprimir los extremos de un registro y una imagen interpretativa y colocar a ese mismo francés promedio ante su potencial imagen monstruosa, oscuramente tragicómica, definitivamente insoportable.

No es un film agradable, es evidente, Boisset nos coloca en una posición extremadamente inestable, nos hace reír y luego nos pregunta que de qué cojones nos reímos. Pero tampoco da discursos ni lecciones, la (solo) aparente dejadez formal, lo trabajado de los registros interpretativos, su impostor aspecto de sátira de costu

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mbres y la veracidad ambiental lo vacunan contra ese mal gusto que azota a supuestos autores como el presuntuoso Michael Haneke.

Cito como cierre al gran columnista (especialmente boxístico) Manuel Alcántara que a su vez citaba a Anatole France, quien decía preferir a un malvado antes que a un idiota porque al menos el malvado descansa. Dupont Lajoie está lleno de idiotas. Por cierto, Boisset se reserva un giro final, una última macabrada que no revelaré y que puede calificarse como la más cabrona de todas las ironías.

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