La modernidad y la liberación sexual abrieron las puertas a muchas cosas, pero no hace muchos años, en la recatada y pudorosa ciudad de Guadalajara, las buenas costumbres, la liga de la decencia, y por supuesto la censura, dictaban otras reglas, que digo reglas, leyes inquebrantables.
El ritual de “echar reja” iba más allá de notificar a los padres: “al rato vengo voy al cine con mi novio” ¡No qué esperanza! Para empezar el novio no entraba a la casa, la novia veía al chico desde la ventana acorazada con tremendos barrotes. Las familias más liberales permitían la visita en la puerta, claro que la puerta se mantenía abierta. No se ría que esto es serio, la cosa iba más o menos así:Leyes inquebrantables:1.- Tener el permiso de la familia:Y no me refiero al permiso del del padre o la madre, sino la venia de los hermanos varones mayores. Los hermanos hombres de la novia eran poco menos que centinelas desalmados. El permiso incluía un horario, mismo al que el respetable novio se apegaba religiosamente, pero si algún miembro de la familia decía “hasta aquí”, el tiempo se terminaba. Lo mismo si el padre o los hermanos de la novia se acercaban al lugar, el novio estaba obligado a detener la conversación y retirarse del frente de la casa de la novia hasta que el miembro de la familia pasara.2.- La visita: El novio podría visitar a la chica todos los días al caer la tarde, porque al oscurecer puertas y ventanas se cerraban. En Guadalajara era muy común que las puertas de las casas estuvieran abiertas todo el día y el horario de cierre podía cambiar de una casa a otra, pero estar con el novio después de las 9 de la noche ya empezaba a ser deshonroso.3.-Contacto físico:Permanecer a corta distancia uno del otro era tolerable, la manita sudada también, pero abrazos y besos ¡Ni Dios que lo permita! El atrevimiento podía resultarles muy caro. No besos, no caricias, la "primera base" se instalaba casi al nivel del Olimpo, era inalcanzable.Cuando la modernidad comenzó a “contaminar” la sociedad, los de mente más abierta permitían al novio dentro de la casa, pero con la obligada presencia de un “chaperón”, lo mismo si la pareja iba a salir a misa o a caminar por la plaza.
Con una reja de por medio, con las miradas acusadoras de todo el mundo sobre ellos, con poco más que un estar tomados de la mano, así hervía el amor en el ambiente. Ligeros roces y ojos de borrego a medio morir eran más que suficiente para entablar largos romances.
A falta de contacto físico, que dicho sea de paso, nada tenía que ver con que el amor fluyera, las palabras eran las que mantenían esa llama encendida. La correspondencia era de vital importancia, largas cartas perfumadas, un conglomerado de líneas poéticas y una que otra frase que podría considerarse incendiaria alimentaban el amor todos los días. Nuestros abuelos, nuestros padres, tal vez hasta alguno que otro de mis contemporáneos que ande rondando los cincuenta años, todavía tiene por ahí una caja con fotografías amarillentas, una flor seca y un envoltijo de cartas escritas a mano y sujetas con un listón. Cartas que de más de una cuartilla que albergaban palabras insuficientes para expresar un sentimiento. Un "te amo" que no alcanza y que se siente desbocar en el pecho.Hoy las palabras se las lleva el viento, o, quedan perdidas en la red hasta que Facebook nos recuerda que tenemos un momento especial. El contacto físico entre una pareja es tan fácil que ha perdido su valor. Esto no es un ataque de "mojigatez", digamos que sólo es un momento de añoranza, de esos que nos recuerdan que las mariposas en el estómago se extinguieron hace muchos años.